A la mujer de quitasol marrón le molesta la música a todo volumen que emite una radio. La mujer, toda exasperada, se para y previo rosario le dice a su vecina que baje el volumen. Es mediodía en la playa Paraíso y sólo hay sombra bajo los quitasoles. La vecina, una morena algo gruesa, le baja de mala gana a la radio pero queda mascando palabras. Cuando la mujer voltea; la morena dice rápido como metralleta, pero en voz alta, que por ella se murieran todos los chilenos tal por cuales. La chilena se voltea y responde con palabrotas contra la colombiana. Queda la embarrada. Manotazos al aire espeso. Hasta que un par de morenos musculosos, colombianos, intentan separar al lote. Piden tranquilidad. A nadie le conviene que llegue el molesto radiopatrullas.
La arena está minada por latas de cervezas y restos de cáscara de melones. Hay moscas.
Las tardes de domingo en la Playa Paraíso a ratos son inquietantes. Cada centímetro de arena tiene su dueño; a veces chilenos y otras veces, colombianos. La playa artificial está en el medio de Antofagasta y acoge al grueso de los nuevos inmigrantes. Los colombianos bajan de los sectores altos del centro. Es un playa tipo anfiteatro; los fines de semana el agua está más turbia que de costumbre por la basura. No siempre se termina en riñas. Por el contrario, la mayoría de las veces los varones chilenos piropean a las colombianas, algunas morenas, sexys y coquetas, como Jenny y María. Las chilenas en la mayoría de los casos observan con indiferencia y hasta con arrogancia. Les incomoda que sus maridos o parejas distraigan la vista.
María y Jenny
María tiene 27 años es de Cali, Colombia, y mientras parpadea con la rapidez de un aleteo de abejas, dice que la pasa bien en Chile. Ríe. Se para. María es voluptuosa, demasiado para la normalidad. Atrapa miradas. Su cola pesa. Dice que sus medidas andan por los 90, 70 y 110. Camina hacia el mar como si pisara huevos. Le gusta llamar la atención. Se lanza al mar suavemente, ante las sonrisas de unos chilenos con barriga cervecera que luego aplauden.
Seguro que su actitud molesta a alguna de las chilenas que observan la escena.
María ladea la cabeza y se estruja un mechón de pelo con las dos manos. Responde que no le interesa la opinión del resto y agrega, abriendo los ojos y con tono de una candidata en campaña, que los chilenos más se preocupan de la opinión del resto que de ellos, y al final la pasan mal.
-No generalice señorita, hay de todo en la casa del señor.
María pega la pera en el pecho y mirando con un ojo más abierto que el otro, dice que le gusta el país pues vive alrededor de siete años en éste y que se siente chilena y colombiana, a la vez. La mujer se explaya en sus novios chilenos y después en los lugares donde le gusta ir a bailar dentro de la bohemia caribeña en Antofagasta. Se echa agüita en el pecho y se zambulle al mar.
Jenny, morena de Cali, desde la playa observa a su amiga como juguetea en el agua. Jenny parece más introvertida en comparación con su amiga aunque habla con su cuerpo. Su cola sobrepasa con creces los 110 de María. Viene con flotador incluido señorita, le digo para quebrar confianzas. Hace un pequeño gesto de compresión del chiste. No habla sin que le pregunten aunque le gustan los halagos a su cuerpo.
-¿Usa hilo dental también?
-En ciertas ocasiones- afirma la morena.
Luego alaba la tranquilidad del país. No tiene ganas de regresar a Cali; para ella esto es algo parecido al Caribe.
-¿Cómo… al caribe?
-Esto es playa por lo menos.
-¿Pero en el caribe imagino que el agua es color calipso?
Jenny se queda en silencio.
Caribe chileno
Jenny y María nunca fueron al caribe colombiano. Alguna vez se bañaron en los alrededores de Buenaventura; donde la vegetación llega casi hasta la arena, asunto que Jenny llama: playas verdes. Son distintas las playas de allá, dice; demasiado. La temperatura es diferente; el verano es más caliente al igual que el agua. En Colombia, afirman, los perros no van a la playa. Jenny acariciándose la pera, afirma que aquí se trasladan las costumbres de la casa a la playa; a veces las malas costumbres como ensuciar.
-¿Pero a ustedes se les critica por bulliciosos y medios exhibicionistas?
-Pero es que venimos del caribe; allá es distinto, somos más alegres. Afirma Jenny.
-¿Distinto qué…?
-Tenemos más sabor (la mujer parpadea). No podemos dejar de ser nosotros.
Acusan que los chilenos necesitan de la cerveza para ponerse más alegres. La evidencia les da la razón. Al costado de Playa Paraíso está un supermercado Líder. El peregrinaje es constante hacia el centro comercial. Le digo que a la mayoría de los chilenos nos gusta ir, si es posible a la playa con un Coleman atiborrado de chelas y también a comer.
-¿Señora (le pregunto a un chilena) qué la parece el concepto de playa multicultural?
La señora voltea el rostro.
Playa Paraíso que no tiene nada de paraíso, a eso de las 18 horas de un domingo de verano hierve. Hay un choque de culturas; un choque deformas de vivir el verano