La piel de Ramba es como una lija. Raspa al tacto. La vieja elefanta ni se inmuta cuando uno le pasa la mano. Parece no sentir. Por ahí que esquivar unas matas de pelo que parecen bellos púbico. Hay mucha superficie para masajear. Son casi tres metros de animal. Algunos trozos de su piel son el universo para los mosquitos. Nubarrones de estos bichos siguen a la vieja. No parece hacerse dramas mientras uno le meta zanahorias en el hocico o le hable. “Rambita como ésta”. “Hey, Rambita somos amigos ¿o no?”. Las voces no le suenan familiares. Hace memoria. Su disco duro ya tiene como 60 años con recuerdos más malos que buenos. La sufrió pues si algún animal le dan a elegir el circo para vivir toda la vida, de seguro que te responden con una patada donde duele. Prefiere seguir engullendo zanahorias. Lleva un par kilos y va por más aunque de repente mira de reojo para ver o analizar quiénes son estos tipos que están frente a ella y que le hablan con cierto tonito de compasión. “Hey Rambita, pobrecita la elefantita”. Cuando está en eso, avanza. 400 kilos de elefante de pronto se nos vienen encima. Podría ser un solo trompazo y al suelo. Sería un nocaut. Después te pisotea y listo. Sin embargo Ramba no anda con trampas ni rencores. Se echa hacia adelante para llenarse el hocico con pasto.
Luego la manguerean y las nubes de bichos arrancan. Es mediodía y el sol hace picar el cuero cabelludo. Ramba no conoce de lluvias tropicales ni de los monzones de la India. Sólo sabe de la lluvia chilena que en invierno arremete con frio. Ahora, la vieja tiene un galpón para abrigarse y dormir. Hasta calefacción le pusieron. Es su dormitorio aunque veces duerme después de estar despierta por 30 horas seguidas o más (es otro el reloj de la elefatna). Antes, cuando se ganaba las zanahorias haciendo piruetas, debió pasar inviernos terribles quizás donde.
Aparece el Tachuela Grande, Joaquín Maluenda, el dueño del fundo.
La venida a su parcela la acordamos la tarde del viernes, en su circo, en Maipú, después que delante de nosotros le reclamó a una periodista de TVN por un reportaje donde no apareció su opinión. “Siempre me demonizan. Los animalistas son una mafia” se queja. Así, le propusimos mostrar como él mantiene a los animales que ya no laboran.
A Ramba la visitan seguido a la parcela de Los Tachuelas, en La Pintana. Es la estrella de la hectárea. “Una vez a la semana viene al veterinario”, afirma Maluenda, mientras caminamos en busca de la sombra. Al lugar también han llegado peritos de Carabineros e incluso una fiscal. Todo esto, por el ya legendario litigio que busca extirpar a Ramba del mundo circense y darle mejor vida hasta su muerte. Valdivia, que cuida a los animales jubilados que tiene Maluenda, recuerda que los animalistas se han subido a los árboles de la calle para sacar fotos. “A veces esto se pone como Juan Pinto Durán cuando estaba Bielsa”, dice este Valdivia, que asiste solo a los bautizos de los animales. En consecuencia, pusieron una malla para que nadie le mire a la vieja. No cualquier entra aquí, recalca Maluenda, como diciendo que fuimos afortunados. “TVN sacó imágenes de Ramba y después no pusieron mi opinión. Pusieron todo lo que dijeron los animalistas, pero de mi nada. Eso fue una mariconada”, dice el payaso molesto.
Caminamos rumbo a la jaula de un jabalí.
El jabalí de la pajarera
A Maluenda la expresión del rostro le cambia cuando habla de los animalistas. Es como si le pusieran piduye. Un día hasta le lanzaron una molotov al circo. No armó escándalo pues la molotov daría hincapié para que otros siguieran el ejemplo. Hoy, los Tachuelas y en general los circos chilenos han reducido al mínimo la cantidad de animales en las funciones. El asunto se regularizó por ley y las presiones. “En general ha sido positivo para nosotros –afirma Maluenda- pues nos renovamos con éxito. Sin embargo recuerda que antes se maltrataba demasiado a los animales. Nuestros antepasados circenses, por ejemplo, transportaban a los leones en cajas de madera (¿Urnas? ¿Animales muertos en vida?)”.
El jabalí es grande, de pelaje oscuro. Daría comida para una semana e incluso embutidos. Un buen jamón. Cuando ve a Maluenda, el animal emite un sonido amistoso. El animal adhiera su hocico a las rejas y Maluenda le recita: mi niñito... “A éste lo recogí de una tienda de animales en Viña del Mar. Vivía en una pajarera. Imagínese un jabalí en una pajarera ¿Qué sucedería cuando creciera? Ya no cabía. Mi señora me dijo que lo compráramos para darle mejor vida. Y eso hicimos. Nos costó 25 mil pesos”.
-¿Y se lo comería?
-Por ningún motivo-.
Al lado del jabalí, hay una llamo escupidor. Así que mejor de lejos.
Regresamos donde Ramba, que anda caminando por el pasto en busca de árboles para revolver con la trompa.
Trompazo
“Rambita”, le grita Maluenda. El paquidermo hace un meneo. Me conoce, dice orgulloso el Tachuela Grande. Se acerca y el elefante asiático le estira la trompa. Parece un saludo. El Tachuela se para frente a ella y se pone las manos en jarra. “Y me la quieren quitar”, dice. Luego Maluenda exhibe un álbum donde tiene parte de la vida de Ramba. Hay fotos cuando encontró al animal a un costado del río Mapocho comiendo basura. Ramba tenía 35 años y vivía en la indigencia. Le costó 50 mil dólares. Hoy Ramba vale 150 mil dólares. Asegura que él le dio otra vida pues la hizo parte de su familia. Hay fotos de Ramba nadando en un río sureño junto a la familia. También muestra papeles de revisiones del veterinario.
Valdivia, en tanto, dice que los elefantes tienen buena memoria, algo rencorosos, y cita un caso. Hubo una vez un elefante de circo que cuando pequeño un irresponsable le quemó con cigarro su trompa. Pasaron los años. El elefante pasó de un circo a otro. Hasta que un día se reencontró con el irresponsable. Este trabajaba en el circo de trapecista. Cuando el elefante lo vio y comprobó que era la misma persona que lo agredió en su infancia, le mandó un trompazo que lo dejó en el suelo y después lo piso. El hombre se salvó de suerte.
Ramba, por ejemplo, no soporta a los camiones ni menos subir a estos. Está aburrido de los viajes y cambios. Por los menos eso dicen Valdivia y Maluenda. Este odio hacia las máquinas significa que Ramba no querría dejar a sus viejos compañeros de función, dice Valdivia. “Quiere quedarse aquí con su amigo, el pony Antares (esa amistad es como de los cuentos infantiles de Winnie The Pooh)”. Para que Ramba no se suba al camión con un escolta policial y los animalistas celebren el gol, el Tachuela Grande se comprometió a hacer una serie de arreglos. De partida tiene que ponerle un charco con agua para que la elefanta se moje, entre otras cosas.
Allí pondré el charco, apunta.
¿Vamos a conocer a los otros animales?, invita. Son jaulas amplias dispuesta una tras de otros. Unos leones de yesos nos dan la bienvenida. Aquí sí que se siente el penetrante olor a león y quiltro mojado.
Viejos vinagres
A pesar de los años, Ramba se ve ágil en comparación con la viejita Vicky.
Vicky una osa pardo de Norteamérica de edad incierta y pequeña en tamaño. Podría comprarse con un perro San Bernardo. Trabajó años. Hacía un número con una pelota y alguna que otra acrobacia. Ahora descansa y pelecha. Por esto da la impresión de peluche viejo y roído.
Vicky parece no motivarse con nada, a pesar que en la jaula vecina los escandalosos mandriles todo el día metan bulla peleándose entre ellos. Vicky no atiende. ¡Vicky!, le decimos y nada. Sólo aparece con el llamado del Tachuela. La osa hace una suerte de bostezo y luego se mete al agua. La pobre nunca cazó una trucha ni tampoco dejó descendencia. Es virgen, santa y pura como Ramba. Imagínese las menstruaciones de la elefanta. Quizás eso frustre. Más aún cuando al lado de ella viva en un corralito una pareja de ponys que se buscan todo el día.
Bonito y Dalia son pareja. Son padres del caballito Antares, que es parte del show actual del circo. Bonito es medio alterado, nos advierte Valdivia. Medio celoso. “Bonito ven, ven Bonito”. Bonito nos muestra sus dientes. Intenta morder la libreta donde escribo. Debe pegar sus buenas patadas Bonito. Ya quisieran los tigres del frente comerse a Bonito. Maluenda afirma que en los circos es normal que cuando muere un caballo, a éste se lo coman los gatos. “Yo respeto mucho a mis animales –afirma Maluenda- por esto, cuando muere un caballo los entierro”.
Por si acaso, el cementerio de los animales de circo está al otro lado de la parcela.
Con los mandriles no se puede hablar. Se manejan como pandilla. Matones en realidad. Sacan su mano de la jaula como amenazando.
Tres tristes tigres
Cuando los tres tigres ciegos eran pequeños, Maluenda los hacía dormir en su casa. También los llevaba en el asiento de copiloto del camión cuando recorría Chile. Si el Tachuela Grande tiene un animal preferido estos son los tigres. Para muestra dos botones: En su oficina, en el circo, Maluenda tiene una cabeza de felpa de estos felinos y usa un anillo de oro con la forma de la cabeza de un tigre en su mano izquierda.
Por esto no es raro que el hombre ponga su mejilla en la reja, y los tigres se le pasen la lengua.
Los tres tigres ciegos tienen cinco años y nacieron ciegos en Chile por “mala genética”, dice. Podría haberlo sacrificados, afirma, pero no. “Amo a los animales”. Los tigres, digamos, son jubilados por discapacidad. Viven juntos. Se conocen de memoria la jaula. Maluenda dice que algo ven. Algo. Ahora pasan casi todo el día lanzándose orín. Al lado de los tigres ciegos, habita Rex de 9 años, un tigre de bengala que le lanza orín todo el día a sus vecinos. Su vida es tomar agua y lanzarse orín. Rex es el más movedizo de todos. Se nota que tiene ganas de salir. Ronca y meta bulla. También le pasa la lengua al “papá”.
El más flojo de todos es el más grande. Sarko es un ligre. Un ligre es una mezcla entre un tigre y un león. Rara cosa. En este caso fue el descuido de los cuidadores y no hay más. El resultado fue esa rara cruza genética y única. Estas cosas sólo se ven en el circo, diría alguna abuela. En realidad es un tigre con la piel más clara y con un poco de melena. Por tamaño es el más grande del lote.
En carne, a la semana los gatos se comen 600 kilos entre charcha (carne que vende el matadero ubicado unas parcelas más arriba) y pollo. “Nada de perros”, afirma Maluenda poniéndose el parche antes de la herida. O sea todas las semanas se podrían devorar un elefante un poco más grande que Ramba. Si alguno se llegara a escapar de seguro que se le tiraría encima a la señora elefanta. Aunque aclaramos estos tigres chilenos no deben saber ni cazar. Toda su vida la han pasado encerrados.
Los otros felinos que habitan en este asilo, son un par de leones que llegaron de invitados en una jaula rodante y al parecer se quieren quedar para siempre. “Es un favor que hice –afirma Maluenda- el problema es que yo he tenido que alimentarlos y correr con los gastos”.
(esta crónica es de 2011, salió publicada en la Estrella de Valparaíso.
En marzo el Tribunal de San Bernardo declaró culpable a Joaquín Maluenda por maltrato contra la elefanta. Hoy Ramba está en el Parque Safari de Rancagua)