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Diosito está escribiendo un libro

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Silvia Rodríguez, morena de mirada tímida, tiene a su cargo cuatro guagüitas de mamás que van a trabajar. Dos guagüitas juegan en la puerta de la casa. La casa es rectangular y tiene el piso de madera. El techo es delgado. Son dos peldaños que separan la casa de la desnivelada calle de tierra. El baño está ubicado detrás de la casa, en otro compartimento. Hay que salir a la calle y luego escalar un poco para ir al baño. El techo del baño es más delgado que el de la casa; se evacúa casi a la intemperie. El baño de esta improvisada guardería es de pozo.
Los pelos son tiesos y las pequeñas manos mantienen una tenue película gris. Las sonrisas son amarillas.  El agua es escasa en el campamento. Los dueños de los bidones pueden considerarse reyes.
Hay alrededor de cinco perros alrededor de la guardería. Todos son delgados. Los canes son amigables con los niños. Los conocen. Hay dos chicos de cuatro y cinco años que juegan con los perros. Hugo Rodríguez, 80 años, 7 hijos, a quien los niños le llaman diosito, dice que los perros no muerden a los niños. Diosito vive al lado de la guardería. En un espacio entre la guardería y su casa, Hugo tiene un balancín. El balancín lo rescató del incendio que afectó al campamento de 50 familias. Parte de Aurora Esperanza, como se llama el campamento, ardió a finales de octubre. En cenizas quedó la biblioteca y sus tres mil 500 libros; y una pequeña plaza. De la plaza sólo quedó el balancín. Eran iniciativas de los vecinos. Hugo lidera a los vecinos de su sector.
Hugo sueña con recuperar la biblioteca. Recuerda que los niños hacían las tareas a ésta. Iban a leer cuentos.
Diosito dice que alrededor del 30% de los niños del sector desertan en la educación básica.
Hugo ha ocupado gran parte de sus días en labores de dirigente, su pasión. Hugo de ojos pequeños, rostro delgado y cuidada barba oscura que le imprime cierto aire de cantinero de cowboys, dice que el drama lo tienen las madres jóvenes con sus guaguas. Deben criar bajo la hediondez de los baños de pozo. Deben criar sobre piso de tierra con la amenaza que el polvillo enferme a las guagüitas. Ahora se viene el invierno y hay casas que tienen techo de malla, afirma Hugo.
La casa de Hugo está hecha de trozos de madera algunos verdes y otros amarillos. Los trozos están pegados unos con otros como parche. Los colores y  el balancín la hacen parecer una casa amigable. Por un costado del techo se asoma una antena de Direct TV. Hugo no tiene televisor, pero tiene la antena. La tele se le quemó, dice cabizbajo. La conexión se la regaló su hija, dice.
Desavenencias con su familia lo llevaron a vivir en el campamento, solo. Hugo vive con una pensión de 135 mil pesos. Dice que no hizo los trámites para acogerse como exonerado político.  Ha trabajado más por la gente, que por él.
Hoy no está trabajando. Su último trabajo fue como regente del boliche Molino Rojo de la calle Condell. Relata con entusiasmo que había disputas entre las chilenas y extranjeras. Conoció el quehacer de la noche. Ganaba bien. Aclara que nunca le dio privilegios a alguna chica.
Se aburrió de madrugar. No le dio el cuero.
 Hugo escribe un libro de su vida. Dice que 70 páginas de su libro se le quemaron. El televisor también se le quemó. Ahora volvió a escribir.
Sobre la mesa de casa hay carpetas. Las páginas del libro se las entregó a una vecina. No quiere que se le vuelvan a quemar. Al fondo de la casa, hay una pantalla de computador. El computador y el teclado también se derritieron. Un cachorro oscuro medio pelado que parece una foca, pasa entre las piernas de Hugo. Cuenta que el cachorro llegó enfermo y lo cuidó.  Hugo es el protector del campamento.
Declara que los niños lo bautizaron como diosito. Lo motiva que le digan de esa manera, diosito.
Hugo reconoce que gasta parte de su sueldo en comprar golosinas para los chicos. Hace poco le celebró el cumpleaños a uno de estos. Compró torta.
-¿No le molesta a las mamás, tanta cercanía que usted tiene con los chicos?
-Yo tengo 7 hijos, sé como criar a los niños. Nunca se me pasó por la mente hacerle daño a un niño.
Hugo le pide a Silvia que nos muestre el baño de pozo. La acompañamos.  Pascal de 8 meses y Eimy de un año y 6 meses se quedan en la puerta de la casa, vulnerables.
Después de unos minutos, los chicos siguen en la puerta de la casa. Cerca de ellos hay perros jugueteando.  

Foto: Sebastián Rojas Rojo.  

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