Hay una cosa que debería resultar más preocupante que la jipi que una mañana se levanta convencida que es artista y comienza a armar su pegatina con discursos “populares” sobre arte, cultura y saberes andinos, porque, en el fondo, tenemos claro que cualquier jipi no es más que un mercachifle que lo único que pretende es instalar su pequeño negocio y que más allá de eso, afortunadamente: no funca. En cambio, los que si se manejan en el ruedo y realmente pretenden algo más que un saquito con dinero, son los que en realidad deberían parecernos peligrosos, y en Iquique, de estos últimos, hay más que unos cuantos. Señorones instalados detrás de sus escritorios o en sus bodegones haciendo en la sombra la zancadilla a quien se anime a la menor señal de movimiento. Estancadores que alguna vez lograron sacar aplauso en los festivales multicancheros del barrio y desde entonces se juran portadores de vaya a saberse qué. Instigadores refugiados en el más despreciable de los chovinismos, repitiendo durante años todas las posibles variantes de un mismo slogan, ocupando tribuna, voz, voto y gozando de vez en cuando de alguno que otro asuntito extraprogramático.
Es gracias a ellos que nos fuimos convenciendo que para estar seguros lo más apropiado era mantener las puertas siempre con pestillos, para no dejar que entrara nadie que pudiera incitarnos al pecado de “lo novedoso” y aquí hablar de lo novedoso es simplemente plantearse la superación romántica del anzuelo y el pampino, tan espantosamente reiterados en nuestras mediaguas expositivas.
Bastaría, entonces, mucho más que unos cuantos petardos para reducir a escombros los muros imaginarios que construyeron a fuerza de teorías truchas estos mafiosos, más peligrosos que la tropa de jipis “cultores” del bronce y la pachanga que se gastan la vida “culturizando”. Se tendría, primero, que dejar la ridiculez del escudo cavanchino, el de la república independiente, y por supuesto, el de los campeones de antaño, para comenzar a mirar el contexto que habitamos, porque no nos interesa convertirnos en historiadores, ni queremos gastarnos los días añorando lo que ésta ciudad FUE. AHORA, porque los temas son otros, los soportes distintos y múltiples las variables es que, estas “zanjas”, deben ser superadas.
Nos hace mal continuar escuchando a estos fantoches, permitirles que continúen decidiendo sobre lo que le conviene a “la región” y lo que no.
Es necesario quitar los cerrojos, dejar que quién quiera pase, entre, critique, cuestione, aporte, se calle o se retire ofendido porque nadie creyó en su estrategia de marketing. Da lo mismo, que suceda lo que sea, pero que pase algo! Que estamos hartos que nos representen los mismos vejetes de siempre, que nos sabemos sus anécdotas de memoria y nos aburren, que no han aportado más que a generar esta desazón y esta desconfianza de la que (al fin!) comenzamos a recuperarnos.
Insisto!
No son los jipis, ni sus murgas, ni sus circos, ni sus festivales playeros los que deberían preocuparnos, a éstos, se les cae la careta, sin pasar siquiera del quinto trago. Los que inquietan son los otros, los que tienen cuñas en los poderes administrativos culturales. Los que en apariencia son bonachones y hasta “comprometidos”, porque son ellos los que se han pasado todos estos años cerrando puertas y tragando llaves.