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"Cobreloa de los 80 era como los Illapu jugando a la pelota"

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La derrota de inmediato generó varios mitos. El primero es que los jugadores estaban negociando y en consecuencia, no salieron con todo en el primer tiempo. Otro: la presión del cotillón pues el camarín apareció adornado con símbolos triunfalista y eso pasa la cuenta.
Sin embargo ronda un tercer mito, quizás más complejo. Un jugador  en la oncena del recordado Vicente Cantatore, estaba con la caña. Así de simple: se había ido de farra dos días antes del partido.
El periodista y actual director de El Mercurio de Valparaíso, Carlos Vergara (1974), autor del libro “Soy de Cobreloa” (Lolita Editores, parte de la saga “Amor a la camiseta”), dice que Mario Soto, el rudo central que todavía recuerdan en Brasil por cachetear a Zico -hay una anécdota que aparece en el libro, donde hasta Pinochet, en la tribuna, se compadeció del trato al 10 brasileño-, le confirmó que en la previa del partido, uno de los futbolistas cometió un acto de indisciplina. Ese jugador se fue de juerga en Santiago, dos días antes de disputarse el match. Y es que los ánimos eran festivos. Todo el país ya había coronado, antes de tiempo, a este equipo de “hombres con rostro de guerrilleros”, afirma el escritor.
Cobreloa sería el primer campeón chileno de la Copa Libertadores de América. Y, lamentablemente, sucedió lo que siempre pasa. Al último segundo vino la frustración inmensa. La imagen es de Cantatore tocándose el rostro, con la mirada perdida. Los jugadores retirándose cabizbajos. En ese tiempo no se lloraba. El estadio y Chile decepcionados otra vez. “Después entendí que la derrota se lleva con orgullo, como una cicatriz de guerra”, afirma el autor.
La pelota entra al arco de Oscar Wirth   dando botecitos
y Fernando Morena, el verdugo, corre hacia un costado muerto de la risa a celebrar el gol. Años después Vergara le diría a Moreno que la había jodido la infancia. Y qué iba hacer, no meter el gol, le respondió el uruguayo.
Luego, los jugadores de Peñarol forman una pequeña pirámide humana en medio de los proyectiles. Un jugador aurinegro desiste en hacer la pirámide. Eso ocurrió una fecha que no vale la pena recordar, hace más de 30 años en el estadio nacional, en Santiago.  Carlos Vergara era un niño. Un niño que quedó marcado por ese gol maldito al igual que otros niños, pero del norte. La diferencia es que Carlos vivía en Santiago y ser de Cobreloa  en la capital, era comparable a que te gusten los perros verdes. Era raro ser de un equipo que representaba a una perdida ciudad del desierto; un equipo de provincia con la mayoría de sus jugadores de provincia, de origen minero, excepto los uruguayos Siviero y Olivera. Un equipo al que no le transmitían los partidos en la radio y así el niño Vergara debía conformarse con esperar las alarmas de gol por la radio.
Era como si los Illapu, estuvieran jugando a la pelota, afirma. Tipos altos, de bigotes al estilo macho mexicano, algunos melenudos, con las medias abajo y que a veces, como sucedió con Flamengo –un año antes de Peñarol- ganaban los partidos más por choros que por jugar.
El combo de Juan Hippie Jiménez al brasileño Anselmo del Flamengo, en la final de la Copa Libertadores de 1981, todavía lo disfruta Vergara.
Anselmo entró con la única misión de golpear a Mario Soto, y cobrarse venganza del carnicero chileno, dice con entusiasmo Vergara. Le pegó a Soto y salió corriendo, hasta que lo agarró Jiménez y lo vengó por todos y para siempre.

Boliviano vergara
A Vergara varias veces lo trataron de boliviano. A fin de cuentas, ser de Cobreloa en la capital te condenaba a cierta soledad, al desierto. Con el tiempo y para compartir la pasión, Vergara  evangelizó a un par de amigos. No estaba solo; ahora eran tres naranjas en medio de indios y chunchos. Los indios siempre fueron los más soberbios pues en la época peleaban palmo a palmo con Cobreloa. Recordar a Colo Colo en los 80, es recordar partidos sospechosos. Así y todo, Vergara hizo amigos colocolinos y acompañó a uno de estos, a la final de la Copa Libertadores de América del 91, donde por fin vio levantar la famosa copa.
Cuenta que la pasión por Cobreloa se la traspasó un amigo de su hermano. De inmediato sintonizó. Cobreloa era un equipo nuevo, cuyo uniforme, naranja, lucía como “la naranja mecánica”, el gran equipo de Holanda de los años 70. Eso era un punto a favor. Otro detalle que hacía diferente a los nortinos, era la camiseta rayada, de rugbista, del arquero Oscar Wirth, a quien Vergara reconoce como uno de sus  ídolos, a pesar que el sobrio arquero luego se fuera a jugar por la U.  “Wirth optó por esa tricota tras el consejo de un psicólogo. Fue quizás el primer futbolista en asesorarse con un psicólogo, un adelantado para la época, se supone que lo rayado mareaba a los rivales”, dice.

el gran equipo
En el equipo naranja de todos los tiempos, a juicio de Vergara, caben: Merello, Mocho Gómez, Soto, Jiménez, Trobbiani, Sergio Díaz, Tabilo, Alarcón, Covarrubias (el rey de los goles de remate cruzado), Figueroa, Osbén, Edgardo Fuentes, Cornejo, Siviero, Luis Fuentes, Letelier, Chifli Rojas, Nene Gómez, Pato Galaz y Verón, entre otros.
-¿Y Alexis Sánchez?
Responde que a cualquier hincha de Cobreloa le gustaría insertarlo en el equipo, pero el paso de Sánchez fue demasiado breve aunque deslumbrante.
Sin embargo, dice, queda la grata sensación de orgullo después del partido contra España, en el último mundial, de ver a Charles Aránguiz anotar un gol y a Alexis Sánchez, jugar con la convicción que lo hace. Dos jugadores formados en Cobreloa.
Y Calama es una ciudad compleja para los jugadores. En su libro, Vergara, le dedica un capítulo a las shopperías, y a futbolistas que sucumbieron a la tentación de la noche.  Otros que no quisieron llegar a la ciudad, como Claudio Borghi, quien desistió por la lejanía de Calama y los viajes en avión que debía desarrollar.
La primera vez que Carlos Vergara, estuvo en la tierra de sol y cobre, fue cuando acompañó a su padre, médico, a Chuquicamata al desaparecido hospital Roy H. Glover. Viajó en un Ladeco. Se impresionó con la sequedad, el desierto y el clima. “Era una ciudad donde había que hidratarse a cada rato. Después entendí la relación de Calama con la cerveza”, dice. Años más tarde regresó como periodista y entre otros partidos, le tocó cubrir el de Copa Libertadores, entre Cobrela y Boca Juniors.
Recuerda que una vez, tras un partido con Boca, cuando iba de regresó a un céntrico hotel, se les sumó al grupo de periodistas el Pato Galaz. “Se quejaba porque no le hizo el gol a Boca, en una jugada donde quedó solo. La presencia de Galaz caminando a su casa y no en auto, hace entender a cualquiera lo cerca que están las cosas en Calama, es una comunidad pequeña”, afirma.
Cantatore es definitivamente el DT de todos los tiempos, dice Vergara convencido. “Él jugaba como Bielsa, en los años 80. Cobreloa tenía una dinámica moderna con laterales que iban siempre adelante y luego defendían. Por eso ese equipo llegó tan alto”, afirma.            

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