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La deuda de Jim Olmos

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El Jim Olmos de hace tres años trasladaba con orgullo sus libros en su carro de supermercado. En agradecimiento a una crónica que escribí sobre el para la Estrella de Antofagasta, me obsequió su libro Sueños y Palabras. Es un libro de crónicas hasta los años 90 y algunos poemas.  Hay textos para sus amigos en una suerte de agradecimiento y admiración. Jim escribió sobre el tabaco, los sismos, Roberto Bravo, al quillotazo, los periodistas, concursos literarios, del amor, la Plaza del Mercado y de las mujeres. Hay desconcertantes y violentas crónicas post golpe de Estado escritas en 1974. Luego se excusó. Dijo ignorar el drama de los desaparecidos. Puede parecer una prosa ingenua y maniquea, pero lo de Olmos era imponer su visión conservadora y hasta machista. Cuesta hallar una falta ortográfica en sus textos. Su obsesión por la gramática era tal, que en su última etapa le malhumoraban los descuidos ortográficos en la prensa local. El último Jim, por lo menos el que conocí hace tres años, era bravo cuando algo le parecía mal. Si no se lo tomaba con compasión o, a veces con humor, seguro que podía hacer pasar a cualquiera un mal rato.
Jim, el personaje medio chalado que creó sin buscarlo, se hizo entrañable. Paseaba con el carro de supermercado por las peatonales y la costanera, llevando su máquina de escribir. A veces vestía de negro. Parecía sacado de una película de Tim Burton. La noche lo encontraba en un servicentro.   Su casa, ubicada en un pasaje, en un condominio abajo del barrio industrial, estaba llena de cachivaches. Como el juego Tetris llenó toda la capacidad de la vivienda. Entre juguetes, fierros, libros y artefactos que recolectó cuyo desorden sólo él podía leer, no le quedó espacio para extender su cuerpo. Tuvo que soñar en la intemperie. Se transformó en un vecino insufrible.
Si a veces el propósito de la literatura es insultar, ofender, conmocionar, reprender y crear incomodidad, el personaje chalado de Jim Olmos lo logró. Le faltó llevar al papel su coprolalia contra el mundo y contra quienes no atendían su literatura; escribir, por ejemplo, que todas las ciudades eran la misma mierda –como decía- o sus raros diálogos con los cachivaches. Jim quedó en deuda.

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