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Channel: En la frontera
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Mejillones tan lejos, tan cerca; operadores portuarios que hacen sus necesidades en sus puestos de trabajo.

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Dos mujeres y un joven preparan la salsa de tomate. La cocina del campamento está a unos metros de la entrada de Puerto Angamos, en Mejillones.  El joven mira alrededor, saca cuentas con la mano y dice que faltarán fideos. Hay huelguistas robustos que deambulan por la zona. Bajo el brazo del joven hay apretados algo así como siete paquetes de fideos del número 3. Los reclamantes siempre están con hambre, dice una de las mujeres hablando fuerte, para que su voz traspase el sonido festivo de la cumbia.
La mujer es esposa de uno de los parados.
Ayer se cumplían 10 días de la huelga que llevan a cabo alrededor de 320 trabajadores del sindicato número 2 de la empresa Ultraport, que se desempeña en Puerto Angamos. Los tres sindicatos que no adhirieron a la interrupción agrupan a cerca de 150 personas. En consecuencia los quehaceres del puerto también están detenidos. Los embarques de cobre quietos y los barcos a la deriva. Es evidente la presión de los intereses económicos.
 El tira y afloja entre los trabajadores y la empresa avanza. El diálogo continúa; ayer se celebraron, por ejemplo, dos reuniones. Los obreros parecen convencidos que la huelga es la única manera de presionar a la empresa y mejorar las condiciones laborales.
Dicen que no los sacarán de ahí hasta que se produzca un arreglo total a sus demandas.
Los operarios están organizados por turnos a un costado de la entrada del puerto. En el campamento hay carpas  del tipo iglú y otras de diversos tamaños que algunos, mientras esperan, ocupan para jugar brisca. Hay un motor que les inyecta electricidad al televisor. Verán el partido de Chile. La cocina está a un costado. Los líquidos los van a comprar a Mejillones. El ánimo es mesurado, a pesar de la cumbia. La mayoría no quiere hablar con la prensa; para eso están los dirigentes, dicen.
En el portón ya no caben más carteles.
Entre las peticiones de los trabajadores está la instalación de un casino y en el tiempo que se construya éste, alrededor de 8 meses, la suma de 4 mil pesos líquidos por turno en horario de colación. La empresa quiere entregar 3 mil 200 pesos líquidos, afirma uno de los trabajadores.
El sueldo promedio de los portuarios es de alrededor de $700 mil pesos; dinero que según los turnos puede aumentar o bajar.

barricada y miguelitos
Es pasado mediodía en Mejillones, y las Fuerzas Especiales están a casi 800 metros de donde se cocinan los tallarines con cumbia. El sol es odioso para todos.
Los efectos del sol y el desierto son evidentes en el pelo tieso y los rostros deslucidos de los huelguistas. Falta agua.
Horas antes un grupo de trabajadores subió hasta la entrada de la ruta que conduce al puerto y la obstaculizó con neumáticos quemados. Metros más abajo se repitió el dilema. Entre medio de ambos parapetos había una sembrado una cantidad importante de miguelitos, para detener al zorrillo, el guanaco o cualquiera aparatoso camión niquelado.
El personal policial limpió la carretera, y a mediodía ya se veían buses chinos cargados de trabajadores de las varias empresas subiendo y bajando por la atormentada vía.
La cumbia no llega a los Carabineros. La tropa parece concentrada en el siguiente paso de los de abajo. Un grupo de dirigentes traspasa la línea. El Barney, apodo por lo robusto, acusa que los señores vienen desde Mejillones después una reunión con la empresa.
Los trabajadores se alborotan pues puede terminar el paro; luego se agrupan.   Las noticias no son del todo negativas según las dan a conocer los voceros.
La disyuntiva pasa por los 4 mil pesos y los 3 mil 600 pesos que pone la empresa. Luego de un par de “ceacheí”, los trabajadores celebran la posibilidad que se pueda concretar un módulo para protegerse de la intemperie antes y después de los turnos. La mayoría de los huelguistas son de Antofagasta y deben esperar buses que los trasladan; a veces esperan por más de una hora.
Los dirigentes aclaran que no habrá represalias de la empresa. Los huelguistas respiran tranquilos.
El Barney, tocándose la pera como filósofo, dice que llegar a esta instancia extrema es la única manera de enrostrar a la empresa las condiciones laborales; de lo contrario seguirían siendo pasados a llevar.
El hombre opina que el casino es una necesidad pues ahora comen al aire libre en un contexto tóxico. El Barney enumera que están expuestos a nitrato de amonio, pet coke, molibdeno, cloruro de potasio, cobre y harina de pescado entre otras cosas. Concluye que si las partículas de esos elementos se pegan a la comida, de seguro que heredarán un cáncer.  El señor reconoce que se ha comido varios sándwich tóxicos. “No tenemos  un lugar físico para lavarnos las manos; ni un lugar cerca con agua caliente ni fría. Comemos con las manos sucias”.
Otra condición laboral criticada por los señores trabajadores es la relacionada a los tiempos para hacer sus necesidades fisiológicas. La mayoría dice  el dirigente Jorge Cofré, al no poder parar en sus labores debe orinar en cualquier parte.
El Barney, por su parte, afirma que los compañeros de grúas para no bajar su rendimiento, no pueden ir al baño y hacen sus necesidades en botellas.
Este argumento, dice Cofré, es una de las razones para pedir un casino y tiempo, media hora, para la colación y nuestras necesidades. A su vez los capataces chicotean; a ellos también le pagan por rendimiento. “Es un sistema exigente, que siempre está provocando accidentes y mutilaciones. Ya van 4 fallecidos en 10 años”, afirma el dirigente, mientras la cumbia sigue en el campamento.        

Foto: Sebastian Rojas.

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