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El hombre y el rottweiler que esperan el tsunami

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 Hace 8 años que Manuel conocido como el rubio habita entre las rocas, bajo el paseo del mar. Un día le llegó compañía. Ana Gabriel, una perra rottweiler maltratada y taciturna, apareció y se sumó al señor; hoy, ambos conforman algo así como una familia.

El rubio de ojos y párpados rojos por una enfermedad que habría agarrado por efecto del reflejo del sol en el agua en su época de tripulante, dice sonriente con la pequeña sabiduría de las noches sin techo, que uno puede comunicarse con los animales a través del afecto. El señor de brazos tatuados con líquido de pila dice que la comunicación la ha ocupado con las escurridizas lagartijas que le vienen a pedir arroz, o los ratones que se extravían con pan entre las piedras.

El dilema es que la perrita hizo visible nuevamente al rubio, quien había decidido mantenerse fuera de alcance. El hombre con la voz áspera dice que nunca ha necesitado de protección, a pesar de algún asalto por caminar ebrio, y que nunca proyectó a la perra como defensa; las deducciones las pueden hacer otros que pasan, miran a la perra y se alejan. Ana Gabriel impresiona. Sin embargo los movimientos de la perra reflejan pereza y hasta cansancio.


A la perra le pegaban



Manuel afirma que Ana Gabriel llegó media maltratada, con marcas en el pelaje; se aprieta el lóbulo de la oreja y concluye que a la perra le pegaban. Ahora está tranquila, dice adhiriendo su nariz a la nariz helada del animal. Manuel la alimentó. No les falta la comida. Manuel no mendiga, sino que limpia autos en la costanera. Gana algo de dinero que invierte en comida y cerveza. Lo conocen todos en el lugar, incluso los vecinos del frente, de los edificios, a veces le llevan algo para comer. El rubio dice que Carabineros no lo molesta; hay buena onda especialmente con los de la bicicleta.

El hombre reconoce que no se droga y que a veces bebe más de la cuenta; así queda en evidencia con una colección de latas de cervezas que brilla con el reflejo del sol, y un muñeco gordo que asemeja un viejo pascuero adornado con un envase de vino en botella y una caja tetrabrik. Más abajo descansa un oxidado carro de supermercado.

El señor de ojos enfermos, de 46 años, que cursó hasta 4 básico se declara analfabeto y que por eso lo jodieron en el pasado. Reconoce que se siente tranquilo en ese lugar, pero no completamente feliz. La suerte le ha sido esquiva,

Una riña cerca de ahí llevó al "rubio" a pasar la última Navidad en la cárcel. El hombre recuerda que se defendió con una pala. Dice que en la cárcel se mantuvo sereno pues esa es la regla. Salió después de unos días y regresó a las rocas. Ana Gabriel lo esperaba, más flaca y aletargada.

-¿Y qué harán si viene un tsunami?

El señor mira al océano, a un par de metros, luego al brazo gris del puerto, y con una expresión de suficiencia recuerda que ya estuvo esperando el de Japón ahí mismo, pero bajo una puerta vieja. No sucedió nada, dice. Luego de un silencio afirma que no le asustan las marejadas ni nada relacionado al mar pues adentro, cuando era embarcado, conoció realmente la fuerza del oceáno. Gesticula explicando el tamaño de las olas y el movimiento de la embarcación.

Ahora dice que esperarán la ola en ese mismo lugar. Con la mano sobre el lomo de Ana Gabriel afirma que si viene un tsunami se subirán a la ola que los llevará a algún lado, de ese viaje están seguros

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