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20 años que cambiaron a Antofagasta

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El taxista mira hacia el costado y piropea Antofagasta. Está linda, dice convencido, y luego sigue conduciendo. Avanzamos hacia el sur por la Circunvalación, la avenida periférica que circunda desde los cerros mustios a la ciudad. Son casi las ocho de la noche de un día de verano. Abajo, las luces de los edificios sobresalen en el tapiz plomo del atardecer. Los aviones suben y bajan hacia el aeropuerto Cerro Moreno. Los barcos iluminados complementan el cuadro.
No es extraño que cada vez más antofagastinos sientan orgullo por el lugar donde viven. La actual Antofagasta es una ciudad de servicios, moderna y en constante proceso de crecimiento. Desde hace 20 años que la urbe comenzó a caminar; a correr, mejor dicho. La velocidad que avanza deja perplejo a los visitantes frecuentes. Por ejemplo, en un año una zona industrial mutó a zona turística, como sucedió con un terreno lateral del puerto donde germinó un mall con vista al mar. En un pestañear, los barrios cambian; se modernizan.  
No hay dos caminos para hallar el origen de esta vorágine. La minería aparece como la gran gestora de esta ciudad galáctica que es Antofagasta, si consideremos que está en medio de un desierto inhóspito, seco y bajo un suelo rocoso.    

El Bing Bang minero
 Podemos retroceder en el tiempo y decir que 1992 fue el año del bing bang.  Por ese entonces, la capital de la Segunda Región bordeaba los 200 mil habitantes y, si bien la gran minería estaba asentada desde mucho antes, con Mantos Blancos y Chuquicamata, su incidencia en la zona era mínima: Codelco contaba con una oficina comercial y la actividad se concentraba en los costados del puerto. Así, los anuncios de grandes proyectos mineros a comienzos de los 90 ayudaron a desvanecer el trauma del reciente aluvión. Un año antes, el 18 de junio de 1991, Antofagasta experimentó el momento más difícil de su historia con la catástrofe que dejó 91 víctimas fatales y 16 desaparecidos. Con el aporte del gobierno y la floreciente minería, la ciudad regresó a la normalidad en tiempo récord.
En cuanto a infraestructura, salvo algunas notables excepciones, como la torre Pérez Zujovic –un edificio de 24 pisos–, la ciudad de 1992 era casi la misma de la década del 60.
El año 1995, en cambio, encuentra a Antofagasta con edificios sobre los 20 pisos, ubicados principalmente en la costanera sur, frente al paseo del mar. A la ascendente minera Escondida, se sumó la minera Zaldívar. Por ese entonces, ambas empresas comenzaban a cimentar su prestigio que pronto las situará como el ideal laboral para la mayoría de los antofagastinos.
Las mineras, a su vez, desataron oportunidades para empresas y emprendedores. Se reactivaron firmas de transporte de larga data. Aparecieron nuevas carreteras para concectar con las minas. Tuberías para acarrear minerales o agua se transformaron en las venas del desierto. La energía se suplió con las termoeléctricas que alteraron la pasividad bucólica de Mejillones, la eterna ciudad restorán de pescados y mariscos de los antofagastinos. En la caleta Coloso, ubicada en el límite sur, apareció en tiempo récord un nuevo puerto y con éste llegaron barcos. El mirador hacia el puerto, construido por Escondida, se transformó en un punto de reunión de los antofagastinos.
Se multiplicaron las fuentes laborales, pero a la vez el puerto de Coloso trajo consigo el dilema de la sustentabilidad. Por primera vez se habló del costo de la minería. Los pescadores de la caleta fueron los más incómodos.
El vigor de las mineras replanteó la pequeña industria local. Se habló de clúster minero; es decir, un encadenamiento productivo en torno a dicha industria. A finales de los años 90, el chorreo de la minería todavía permanecía estancado en la cima, sin embargo en un abrir y cerrar de ojos, como es todo lo relacionado a la minería,  la situación iba a cambiar.  

El nuevo milenio
Antofagasta amanece el año 2000 con una expectativa comparable a los primeros años del salitre. Las mineras sacan cuentas alegres. Saben que la gallina de los huevos de oro durará varias décadas. En lo social, ya son conocidos los impactantes turnos como el 4x4 o el 7x7; es decir, cuatro días de trabajo y otros cuatro días en la casa y así sucesivamente. Las familias comienzan a acostumbrarse a un sistema que, a pesar de las ausencias, reporta beneficios económicos que de otro modo no se alcanzarían: los sueldos pagados por la minería son demasiado altos respecto al resto del país.
En Antofagasta los mineros viven en barrios nuevos, con parques y lugares de esparcimiento como piscinas. La demanda habitacional crece. En contrapunto el turno 7X7 se transforma en el más solicitado pues le permite a los mineros vivir en ciudades alejadas y más económicas, del centro y hasta el sur del país. Consideran un día de viaje para llegar, otro para volver y cinco descansados.  
El sueño de la riqueza antofagastina se esparce con facilidad por Chile. Profesionales y técnicos son absorbidos por la minería. Las universidades e institutos, en tanto, desarrollan nuevas carreras para palear la ahora explosiva y exigente demanda laboral. Sin embargo, siempre falta personal especializado. El asunto es, ¿de dónde sacarlos? Llegan profesionales extranjeros provenientes de Oceanía, Asia y de este lado del mundo. Hablar inglés es una necesidad. La demanda es proporcional al crecimiento de la población flotante, asunto que rebota de manera positiva para la industria de transporte aéreo y terrestre. La ciudad se transforma en uno de los destinos de negocios y laborales más requeridos a nivel nacional. El tráfico área sube cada año transformándose en el segundo a nivel nacional, después de Santiago. El MOP considera que en 2017 se llegará a al millón de embarcados anuales. Actualmente el promedio es de 600 mil embarcados anuales. Una encuesta del mismo MOP catalogó al aeropuerto antofagastino como uno de los peores evaluados a nivel nacional. 
Surgen nuevos hoteles; a la vez la oferta gastronómica aumenta en calidad y la entretención nocturna se multiplica.
Aparecen otros proyectos mineros de mediana minería y, a la vez, se instalan multinacionales de equipamiento y servicios para suplir nuevas y diversas demandas del sector.
La ciudad, en tanto, experimenta un crecimiento que abarca todos los sectores.  El nuevo siglo descubre una Antofagasta renovada, pero llena de dudas respecto a la resistencia de la infraestructura pública ante la actividad que se viene. Simplemente la ciudad no está hecha para aguantar a más de 300 mil habitantes.

Consolidación
El poder adquisitivo encandila al gran comercio. Grandes cadenas de retail se instalan en el centro de Antofagasta generando más opciones al momento de comprar.
El emblemático edificio de la Compañía de Cervecerías Unidas de calle Zenteno, se transforma en un shopping con un gran supermercado. De una sala de cine que se cae a pedazos se pasa a un multicine. Las inversiones suman. Hay dónde comprar y dónde entretenerse. Los antofagastinos parecen más felices con su ciudad. La calidad de vida va en ascenso.
Con una fisonomía acorde a los tiempos que se viven aparece el nuevo Edificio Consistorial. Aparecen cadenas de hoteles y la construcción se continúa expandiendo hacia el sector sur. El exclusivo barrio de los Jardines del Sur crece; al igual que otros sectores residenciales, como la Coviefi y la avenida Brasil.  
La educación secundaria toma un giro hacia las carreras técnicas relacionadas con la minería. Surge el Liceo Don Bosco al alero de la Asociación de Industriales, que forma operadores mineros en sectores de escasos recursos. A su vez, las mismas mineras se asocian con universidades para perfeccionar a sus trabajadores. Brotan nuevos colegios y otros exclusivos para extranjeros, como el International School.
Al mismo tiempo, el aumento de un 8% a 10% anual del parque automotriz, trae consigo una serie de problemas de circulación en las calles. Las avenidas se hacen estrechas. Por su parte, Antofagasta experimenta la desalación de agua de mar. Las fuentes de agua cambian para abastecer la industria minera. La población ahora bebe un 60% de agua de mar desalada y un 40% proveniente de la cordillera.  No  menos trascendente fue haber limpiado el agua de arsénico, un tema especialmente sensible para la población, que se arrastraba desde los años 60. Sin embargo el fantasma del arsénico posicionan a la región como una de las que más consume agua purificada a nivel nacional.
La década del 2000 consolida a la ciudad como destino de negocios de la gran minería a través de la Exponor, que se realiza cada dos años. Surgen nuevos proyectos mineros diseminados ahora por la comuna de Sierra Gorda, como El Tesoro, Spence y Esperanza, que generan nuevas fuentes de trabajo. A la vez los medios de comunicación local acuñan para Antofagasta la denominación “capital minera de Chile”. La ciudad empieza a pensar en grande y crece el desprecio hacia al centralismo.
A paso de tortuga, en tanto, comienzan a desarrollarse grandes proyectos públicos, como la avenida Balmaceda y la avenida Andrés Sabella, que a la postre optimizará el flujo vehicular y reducirán las cifras de accidentes.
En esta misma década suceden dos acontecimientos trascendentes para mejorar la calidad de vida. Debutan las remozadas playas artificiales: “Balneario Municipal” y “Trocadero”. Posteriormente se sumó la playa “Paraíso”, frente a la Municipalidad y que de inmediato se transformó en una de las más populosas. La cuarta playa artificial, “La Chimba”, que cuenta con aportes de Escondida, todavía está en fase de proyecto.
Las empresas mineras se preocupan de traer una serie de eventos culturales a Antofagasta. Hay mucho por ver, disfrutar y  descubrir, especialmente durante el verano con el evento de teatro “Antofagasta a mil”. Sin embargo, la regalía de eventos culturales de calidad acostumbra a la población a la gratuidad. Los antofagastinos ya no prestan demasiado interés por los shows pagados.
Por su parte, los medios de comunicaciones audiovisuales aumentan. En Antofagasta operan tres canales de televisión, con programación hecha en la ciudad. Los antofagastinos parecen más interesados en lo que sucede en su ciudad que en el resto del país.
Actualmente, un amplio paño del sector costero norte, denominado La Chimba, experimenta una total mutación con la aparición de los nuevos condominios. Y eso que la oferta inmobiliaria siempre parece escasa; fenómeno que en consecuencia provoca una especulación de precios. Los valores de las viviendas tanto para arriendo o venta están en las nubes. Antofagasta se consolida como una de las ciudades más caras del país para vivir. Estudios de la Cámara de la Construcción de Antofagasta señalan que el promedio de los departamentos que se venden en la urbe se ubica este año 2012 en torno a las UF 3.000 ($ 65 millones). Un segundo dato interesante es que la avenida Brasil está uno de los metros cuadrados más caros de Chile.
Una persona relacionada al sector bancario habla de un “caldo de cultivo” que puede traer problemas a futuro. “El cobre alto trae grandes inversiones a la minería y las remuneraciones hacen que en ventas o arriendos de propiedades vivamos en un mundo aparte del resto de Chile, muy pasados de revoluciones diría yo”.
La década del lujo
Las cuentas a principio del 2010 son favorables. En Antofagasta habitan alrededor de 350 mil personas; 150 mil más que en 1990. El presidente de la Cámara Chilena de la Construcción Delegación Antofagasta,  Emile Ugarte, proyecta para 2016 una ciudad con 500 mil habitantes, con un crecimiento del 30% por cada quinquenio y asegura que el fenómeno es consecuencia del “boom minero”.
Ugarte también proyecta una crisis de las vías de transporte si no se toman las medidas adecuadas y en forma oportuna. Afirma que el crecimiento anual del parque automotor es de un 10%, uno de los más altos del país. No obstante la infraestructura de transportes no ha ido acorde al crecimiento automotor. Recién a finales de 2012,  se inauguró el primer tramo de la ruta concesionada a Mejillones. Durante 2013, en tanto, se espera el debut de la autopista privada hacia Calama, la que es conocida como la “ruta de la minería”.

En diversos lugares de Latinoamericana se pasa la voz: “en Antofagasta hay trabajo”. Antofagasta, que siempre ha sido una ciudad de inmigrantes, empieza a recibir a ciudadanos principalmente de países latinoamericanos. Los colombianos son los más llamativos, destacando por su simpatía, calidez y el esfuerzo que ponen en el trabajo. Pero como todo crecimiento exponencial, es inevitable que surjan problemas nuevos. El aumento de la sensación de inseguridad, producto de la mayor delincuencia, es uno de ellos.
Se anuncian nuevos proyectos mineros y otras mineras ya consolidadas se expanden. No obstante, las empresas colisionan con la falta de especialización.
La inauguración del mall Plaza Antofagasta diversifica el comercio en Antofagasta. Hay más posibilidades donde elegir, incluso algunos comerciantes optan por los artículos de lujo. Se inaugura el Casino Enjoy, que concentra la alternativa de entretención en la ciudad. Llegan artistas internacionales de renombre. Todo parece fluir de la mejor manera.
La ciudad parece impermeable a las crisis económicas que padece el mundo. Los proyectos inmobiliarios, algunos cada vez más espectaculares y futuristas, continúan abriéndose hacia los cerros. La inversión privada sigue yendo más rápida que la pública. Ni el hospital ni los consultorios alcanzan para la desbordante demanda de salud pública. Aparecen los proyectos de carreteras privadas que conectarán a la ciudad de manera más ágil con Mejillones y Calama.
Los bonos mineros, cada vez más abultados, llaman la atención de todo Chile y generan envidia en quienes no trabajan en la minería. Los autos de lujo siguen siendo el principal blanco de los mineros. Por las calles de la ciudad es fácil hallar vehículos tan rebuscados como el Ford Mustang o motos Harley Davidson. Este poder adquisitivo transforma a Antofagasta como la ciudad con más cajeros automáticos per cápita en Chile, con 70,6 de estos aparatos por 100 mil habitantes.
El Estadio Regional es remodelado con fondos públicos y mineros; y de algún modo queda acorde para postular a certámenes deportivos internacionales. Viene la Copa América. Todos los días arriban personas buscando el sueño americano, en este caso el sueño antofagastino. Antofagasta no parece detenerse.

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