José Milton Góngora Arboleda, de 22 años, moreno, huesudo, casi metro ochenta, ropa opaca, mirada recelosa, me grita del otro lado de la calle.
Al ver que me detengo, el joven cruza la calle Ossa, a la altura de 21 de Mayo. Se acerca y pide dinero. Le pregunto de dónde viene. Del puerto de Buenaventura, Colombia, responde con la voz reseca y después afirma despacio, como si estuviera cansado, que lleva cuatro meses en la ciudad sin encontrar un trabajo fijo pues está ilegal.
Le pregunto al joven que no existe en Chile si me puede contar su historia. Dice que no tiene problemas siempre y cuando le pase algo de dinero, para comprarse algo de comer.
José Milton reconoce no haberse alimentado desde hace un par de días ¿Por qué no creerle?
La invitación es para almorzar a algún local del mercado.
Mientras caminamos, José Milton reconoce que emigró de su país pues estaba siendo buscado por los guerrilleros de la FARC. Digamos que la palabra FARC de inmediato despliega una película. Jose Milton en medio de la selva colombiana portando un fusil; José Milton cubriéndose en medio de la espesa y húmeda vegetación de ser visto por un helicóptero o José Milton protegiendo un laboratorio de cocaína de un cartel coquero 2.0.
José Milton recuerda el fuerte tráfico de drogas en un sector que el denomina como favela de Zatinga y todo lo que esto mueve. Es algo difícil de imaginar, dice el joven adhiriendo la pera al pecho y hablando hacia adentro.
Hay hasta submarinos que transportan drogas, dice más seguro.
De esta manera convergieron problemas familiares, la falta de oportunidades en Buenaventura (según la ONU el desempleo alcanza el 50%) y en especial la persecusión de la FARC, para motivarse y viajar rumbo al sur. Aquí está solo, dice; pero vivo.
Nos sentamos. Milton pide una cazuela de ave. Antes de contar el periplo hacia Chile, redondeamos en las FARC. Dice que el grupo paramilitar los reclutó a los 12 años. Puede decirse que el se integró a las operaciones cuando aprendió a disparar. En ese contexto se aprende a disparar cuando uno es niño, dice.
La cazuela hierve.
Aclara que no quiere contar si participó en algún tiroteo en medio de la selva. Prefiere el caldo de pollo.
-¿Y las FARC, según lo que viste, está vinculada con los narcos?
-Si. Hay dos grupos que operan en el sector que son la FARC como tales y la guerrilla. Hay disputa entre ellos. El sistema es permeable a los narcos, papá.
El dilema, dice, es que si uno renuncia a las FARC te hostigan. El asunto puede ser hasta de vida o muerte. No está preocupado de su familia pues es muy dispersa. Marcos dice que no tiene hijos.
Le digo que con este discurso podría esgrimir razones humanitarias para quedarse en Chile. Es un idea que ha previsto, afirma.
-¿Quizás este testimonio te puede ayudar para quedarte?
Baja la vista.
Pedimos el segundo plato.
Fronteras tristes
Milton sale un día de noviembre que no recuerda desde Buenaventura. Viene solo. Trae ahorros en dólares; no más de 200, dice.
Primero alcanza la frontera entre Tulcán e Ipiales que separa Ecuador de Colombia. Muchos inmigrantes colombianos emigran constantemente a Ecuador por la presión de la guerrilla. Son rostros tristes, dice; rostros de desencanto e incertidumbre.
Milton, ahora más entusiasta, afirma que todos sus compatriotas seguirían hacia el sur y que estaban en las mismas condiciones que él. No tenían mucho dinero y a la vez, tampoco sabían lo que les esperaba más allá de Ecuador. El destino era Chile o Argentina.
Milton toma un bus hacia Perú. Mientras va al sur, los colores pierden intensidad y la temperatura se va reduciendo.
Pollo al jugo arroz, nos trae una chica colombiana que a todos les repite: con mucho gusto.
En Perú percibe que no le alcanzará con el dinero. Mientras más al sur; más caro el costo de la vida. Desde Trujillo decide hacer dedo. Le va bien. Viaja en camiones; duerme en gasolineras y se alimenta como puede. La mayoría de las veces pide. Un día despierta en Tacna. Ya sabe; pero le confirman lo exigente de la policía chilena con los inmigrantes colombianos.
Le insisto en su pasado como guerrillero. Milton no quiere hablar más de lo que ya está dicho sobre la FARC. Se lleva un trozo de pollo a la boca.
coyotes peruanos
En Tacna, compatriotas suyos le hablan de los coyotes, señores que pasan personas a Chile. Hay colombianos y peruanos que traspasan la frontera de esa manera. El tráfico es constante entre Tacna y Arica. Milton habla lento como pensando lo que va decir; afirma que pagó para que lo llevarán de Tacna hacia Bolivia. En un momento pensó cruzar hacia Argentina, sin embargo la mayoría de los que venían en el grupo decidieron por Chile.
El cruce, dice, fue en un vehículo todo terreno antiguo. Recuerda que fue difícil por el frío, la altura y el peligro de reventar sobre una mina. Lo otro es que iban alrededor de 7 personas, en auto donde con suerte cabían 5, más la carga.
El primer contacto con una ciudad chilena fue en Arica, para después continuar hacia Antofagasta; donde lleva viviendo cuatro meses.
Aquí reconoce estar viviendo como indigente; pero mantiene la esperanza de regularizar pronto su situación. Milton dice que lo mejor de Chile es la tranquilidad y el trabajo. La chica colombiana trae la cuenta. Con mucho gusto, dice la mujer.