Axel Cortés, 18 años, desciende a casi 20 kilómetros por hora por el asfalto sin mirar hacia atrás. El joven, de brazos astillosos y pecho de palo adornado con tatuajes es observado con cierta envidia por los sudados que suben a pie. Un encorvado Edson Rojas, 20 años, descamisado, piel rojiza, casi irritada por la exposición al sol y que usa un jockey al revés vuela sobre la grieta que dejó el terremoto. Son los únicos que parecen gozosos con las quebraduras en la carretera de 16 kilómetros que une Alto Hospicio con Iquique. Ríen. Juegan. Brincan. No son los únicos que han transformado la desgracia en placer. Los ciclistas se lanzan a toda la velocidad por la carretera –el problema será a la vuelta-.
El resto marcha a pie, cabizbajo, asoleados, como resignados al infortunio.
La fila de autos es extensa. Los vehículos esperan alrededor de media hora para poder subir o bajar con la escolta de Carabineros. A ratos los choferes se detienen para trasladar a la gente que camina. Hay solidaridad. Sin embargo es mucha la gente y la mayoría de los autos va lleno. El promedio de la caminata es de casi dos horas. A mediodía el calor es intenso. Suben con botellas de agua. Suben con maletas. Suben con mochilas. Otros se acoplan a la carretera va a Alto Hospicio desde Iquique, tras escalar sobre esa arena que se traga los pies a cada paso. El peregrinar es eterno; día y noche. Hay senderos por los cerros, algunos empinados y peligrosos, pero de igual modo son utilizados.
A la mitad del camino aparecen los terremotos. La carretera puede compararse a una galleta de soda quebrada. Los trozos de asfalto están fraccionados, unos bajo de otros. A ratos la abertura es similar a una trinchera, luego se torna más delgada como una línea imperfecta. La línea reaparece a medida que subimos. Los pequeños temblores que se repiten a cada rato, levantan polvo. Es ahí cuando la gente se detiene y comenta que el cerro se vendrá abajo. Las grietas abrieron esa posibilidad. Los cerros caerán sobre Iquique.
Los chicos del nylon
La carretera rota es la fotografía simbólica del terremoto; el momento de descanso. El momento de beber, respirar y pensar en lo que podría venir. Debajo Iquique se ve chiquito y frágil, cercado por carpas iglúes. Las formaciones de carpas relatan un cuento de terror hacia el tsunami. Las carpas son un mundo donde sólo se habla de próximos terremotos y de arrancar cada vez más arriba.
El skater Jordan Castro, 19 años, por ahora vive en las carpas de nylon ubicadas en la rotonda, donde comienza el ascenso hacia Alto Hospicio. Días antes el joven habitó en la población Jorge Inostroza, aledaña a la Zofri. En ese sector algunas casas se vinieron abajo.
No hay mucho que hacer en las carpas, sino que esperar. Hay señoras que esperan pegadas a la radio. Otros aguardan con sus familias completas. Rumorean. La señora Rosa, dice con emoción que pronto vendrá el gran terremoto y después el tsunami. La mujer está intranquila. Se emociona al conversar con la prensa. Más allá los niños juegan a la pelota. Jordan, en tanto, limpia su skate al lado de la carpa de su familia.
Un chico pregunta si esto que escribimos lo verá la presidenta. Luego el chico, entre risas, florea a las autoridades.
La única entretención de Jordan es subir y luego descender a toda velocidad con su pequeño skate. De esa manera se evade. Jordan de tez morena, pelo oscuro, lacio y polera negra con un grupo de rock confiesa que sobre el skate no se aburre.
Skatepark terremoto
Axel con la mirada puesta en el horizonte considera “la raja” saltar sobre las grietas; es rico, agrega. Es una sensación distinta. Es como faltarle el respeto al terremoto, dice el joven mientras sube unos metros para volver a volar sobre la marca. Su amigo, Edson, repite la acción. A veces los chicos se detienen para que los peregrinos se saquen fotos en las ruinas. Luego vuelven.
De esa manera pueden pasar horas.
De pronto un auto blanco que sube se detiene. Un chico descamisado algo robusto, les llama por el nombre a los chicos y les dice que suban a su casa. Hay de todo, les repite el robusto con una sonrisa maliciosa. Los tres se abrazan y parten a Alto Hospicio. En un par de minutos aparece Jordan con su tabla con ruedas a esperar en el aire el vaticinio de sus vecinas agoreras.