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Channel: En la frontera
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El perro que venció el tsunami

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Tras un tirón hacia atrás, la desteñida goleta Jarlau salió del aturdimiento y avanzó lentamente en dirección al muelle. José Vásquez, 60 años, el cuidador o guachiman de la nave, le ensartó la rosca salvavidas a Rambo, el quiltro amarillento que conoce todos los recovecos de la embarcación pues hace cinco años que vive ahí. Luego el hombre miró al cielo y se persignó; el movimiento del mar era ondulante, como una montaña rusa. El barco siguió avanzando sin dirección.
Algunos metros adelante los botes se estrellaban entre ellos y luego se llenaban de agua o se enredaban entre los cimientos del muelle. Mar adentro un remolcador oscuro quedaba volteado. Vásquez entendió que de todos modos terminaría en el mar. Pensó en lanzarse. Pensó en tirar al perro. Dudó. Estaba en eso cuando se produjo la colisión. Su cuerpo se fue bruscamente hacia delante. Rambo se agarró como pudo. Perro y hombre se miraron como buscando explicación de lo que había sucedido.
Perro y hombre no tenían claro si iban a sobrevivir.
La fuerza del tsunami fue peor de lo que el curtido Vásquez proyectó. Tal vez Rambo esperaba algo de esa contundencia. En marejadas el perro solía ocultarse, sin embargo esta vez permaneció en cubierta y aulló. Fueron aullidos inútiles. Sus pares ya estaban bien lejos de la costa, huyendo con la gente hacia el cerro.
Ahora el dilema para Vásquez y Rambo era como alcanzar la tierra.
Tsunami
Ulises Sánchez, 50 años, que viste una camiseta del Barcelona, fue el otro hombre presente en la noche que las embarcaciones treparon. No les hizo caso a las sirenas. Pensó que sería algo breve; algo parecido a una fuerte marejada. Se equivocó.
Sánchez y Vásquez tenían claro que el tsunami no se aparecería como una robusta ola. El alza en la marea le dio la razón, sin embargo no imaginaban el vigor de la levantada de mar. Los botes y lanchas comenzaron a apiñarse en el muelle; parecían atraídos por un imán. Sánchez miraba su barco de turismo, donde hace paseos por la bahía, y no sabía si rezar o hacer una maniobra imposible para sacarlo del torbellino.
El hombre contemplaba, triste e inútil.
El capitán imaginó que toda su inversión se iba a las pailas, y como todo capitán debía hundirse con su barco. No quedaba otra. En un momento los pies le comieron por saltar. Sin embargo el mar lo arrinconaba.
Sánchez con las manos en jarra permanecía en el muelle. Rápidamente el agua elevó su nivel. Sánchez debió subir, luego escalar. El mar subió alrededor de tres metros. Nunca había experimentado algo similar. Sánchez vio como una goleta de nombre Iquique encallaba a un costado del muelle. A su alrededor volcaban botes.
El barco de turismo se balanceaba de manera violenta. De pronto la nata, cada vez más espesa, rebasó el límite y alcanzó  la calle. El tsunami había entrado a la ciudad.
 Capitán perro
Vásquez de 6 años, corrió hacia el cerro junto a sus padres y hermanos por las calles de Talcahuano escapando de la ola. Era 1960 y el sur de Chile había experimentado el terremoto más grande del siglo XX. La historia es conocida.
Esa experiencia provoca en Vásquez un desprecio por los terremotos. Entiende que si sobrevivió al de 1960 nada lo puede mover. En consecuencia al hombre ni siquiera lo conmovió el sacudón iquiqueño. Optó por quedarse en el Jarlau.
Sobre Rambo, Vásquez dice que es un perro marino; algo así como un lobo de mar. Que sabe nadar. Por eso cuando el barco encalló, Vásquez y su perro saltaron al abordaje emulando la gesta de Prat. Sin embargo el perro se devolvió. Quizás el perro se imaginó capitán. Se imaginó con la responsabilidad de hundirse junto al barco que lo cobija.
A mediodía de ayer, el muelle era un caos. En las rejillas de la calle había algas;  un máquina congeladora flotaba en el océano y unos hombres se entretenían recolectando conchas de caracoles. Otros le sacaban fotos a la réplica de la Esmeralda. El sector estaba hediondo a combustible.
En medio del barullo, Vásquez nos contó la historia del perro. El hombre sabía que estaba dentro del barco, pero no lo había visto. Nos pusimos al frente del barco y lo llamamos. A la tercera vez, Rambo apareció. El perro estaba ahí, con algo de sed quizás, pero entero. La goleta Jarlau ya tenía su capitán.  

Foto: Sebastián Rojas Rojo.

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