Los loros habladores estaban sobresaltados. Revolotearon por toda la jaula y gritaron. Parecían desesperados. La angustia contagió a los guacamayos. El comportamiento de estas aves contrastaba con la normalidad del resto de los animales. Luego vino el intenso sacudón. Hasta los olivos que rodean las jaulas parecieron resbalar.
El suelo se tranquilizó, no así quienes lo pisan. Minutos después que el terremoto tironeara la pajarera de casi cuatro metros de alto, los loros seguían cacareando en quizás un diálogo que hablaba de espanto, de desesperación e impotencia. Nada parecía acallarlos. Pudieron pensar que se les venía abajo la jaula o que el cerro que a esas alturas desprendía nubecillas de polvo se deshacía. No; el mar estaba demasiado lejos, a casi dos kilómetros abajo.
Durante el terremoto la osa gris rusa, Larisa, abrió un ojo y gruñó y luego volvió a echarse al lado de Churi, su compañero de cautiverio. Peor la habían pasado en el circo haciendo piruetas tontas. La vieja puma Leonora circuló por todos los rincones de su jaula como si estuviera ida. La vieja puma quizás buscaba un espacio para echarse a correr. Los avestruces galoparon por todos lados, desesperadas. Parecían animales prehistóricos escapando de esa glaciación instantánea de las películas infantiles. En cambio los leones ni se inmutaron; estaban dormidos, quizás aletargados por su buena dieta de carne y grasa o quizás en su calidad de reyes de la jungla ellos se sienten por encima de los movimientos telúricos. Los leones son unos perfectos soberbios.
La reacción de los loros lleva a decir al señor Luis Munizaga, dueño del zoológico de Los Verdes, distante a 24 kilómetros al sur de Iquique, que estas aves detectan los terremotos antes de tiempo. Se adelantan, dice convencido Munizaga, tocándose la pera.
Por estos días de réplicas, el señor de cabello oscuro reconoce que está pendiente de los loros. Imagínese si estos loros aprendieran a hablar, seguro que gritan: terremoto.
Jaula anti sísmica
La imagen del filme apocalíptico es la de los animales corriendo libres por la selva de cemento. Todos escaparon del zoológico de Nueva York. Munizaga se esfuerza por aclarar que las jaulas de su ZOO iquiqueño son resistentes, en especial a la de los leones. El señor abre los ojos pare decir que la jaula de los leones no se vienen abajo ni con un terremoto grado 10. El hombre lo asegura. Su relato es sobre capas de cemento, de fierros y de resistencia. La realidad es que los leones no parecen muy interesados en salir. La jaula es su útero.
Rambo ruge cuando tiene ganas de comer o aparearse. Su harem lo integran: chica, shakira y nena. La celeste es una leona vieja que su deposita su amarillento cuerpo en los costados de la jaula. Su aroma es lo más cercano al “olor a león de circo” y se expande hasta las jaulas de los cientos conejos. La manada la cierra el león que popularmente conocen como “el hiena”; un ejemplar medio gris al que por estos días le está creciendo su melena. Quizás este escuálido “león hiena” sea como Rambo, o simplemente sea el león segundón o el Scar, el bellaco león de la película famosa. El tiempo lo dirá.
Munizaga dice que Rambo nació en Iquique. Es el único león iquiqueño. El rey come 8 kilos de carne. Cada león de la jaula engulle cantidades similares. Es carne dada de baja por la Zofri, carne vencida. Munizaga dice que la adquiere a un precio menor. En consecuencia los leones tienen su plato asegurado, y lucen bastante bien, sanos, tanto como para no importarles los terremotos.
Osos rusos
El ruso Vladimir Maliarov también se encontraba en el zoológico para los terremotos. El hombre concuerda con Munizaga, respecto a que las aves tienen una sensibilidad especial para captar los terremotos. “Se vuelven locas”, dice el ruso de pelo rubio casi blanco y tez morena.
La gesticulación del ruso contrasta con el tranquilo andar de las tortugas.
La principal preocupación de Vladimir son los osos. La pareja de osos rusos fue requisada por el SAG y se quedó en Iquique hasta nuevo aviso. De esta manera Vladimir decidió quedarse con los osos, pues dice con seriedad que considera a estos mamíferos como hijos. Los vio nacer en Rusia y crecer en los viajes. A la vez es el único humano, dice Vladimir, a quien los osos respetan. Dice que los osos no son animales amistosos con el hombre; de ahí la necesidad que él se mantenga con ellos.
Los alimenta con pescado, verdura y miel.
Vladimir quien trabaja en el zoo dice que nunca en su vida había experimentado un terremoto. Que fue como lo esperaba. Luego en un español que parece brotado de la boca de un brasileño, dice que el zoo es capaz de resistir estos embates de la naturaleza. Que cuentan con reservas de agua y comida para los animales por varios días.
Vladimir se introduce a la jaula de los osos y acaricia a uno de sus hijos. Están tranquilos, dice. Al lado, las aves permanecen plácidas. Nadie quiere que los loros se vuelvan locos de repente. Nadie. J
Foto: Sebastian Rojas Rojo.