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Juan Malebrán, el poeta que boxea con los bolivianos

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Juan estaba en el colegio cuando se enteró que su familia fue desalojada del sector El Colorado de Iquique. De pronto se vio en el baldío de Alto Hospicio con nada alrededor. Era finales de los años 80. La alcaldesa de la dictadura militar en Iquique, Mirtha Dubost, había tomado la decisión de crear un patio trasero para la ciudad.  No había alcantarillado; no había caminos y menos había escuelas. Sólo estaba la planta de explosivos de Cardoen y un horizonte de desierto.  
Un sacerdote acogió al grupo de familias que de manera obligada inauguraba lo que se transformaría luego en una comuna. La gente partió viviendo en la iglesia.
La historia de Alto Hospicio se escribió con sangre en los años 90.
En esa pampa violenta de germinó Juan Malebrán (35). El joven Malebrán salió de lo común pues leía. Un día golpearon a la puerta de su casa. La biblioteca lo había premiado como el mejor lector de Alto Hospicio.  Era uno de los pocos que pedía préstamos de libros. Juan caminaba por los 20 años  y ya tenía claro que la literatura era a lo que quería dedicarse. En un minuto se vio trabajando en la biblioteca. En ese momento ya escribía.
Luego se hizo conocido como gestor cultural. Destacó en Iquique a su manera a pesar de que esa ciudad mantiene a una vieja casta literaria que ha llegado a descalificar lo que no le parece. Malebrán junto a otros poetas lisa y llanamente hicieron su propio camino.
De pronto Malebrán decidió irse a Bolivia. Califica el hecho como una autoexilio; un posibilidad de concocer una realidad menos represiva que la chilena.
En el vecino país halló la tranquilidad a pesar de un comienzo eléctrico. 
En Cochabamba, Bolivia, se sumó al proyecto Martadero. Se trata de una instancia cultural de autogestión que transformó al matadero de cochabamba en un centro cultural. Martadero hoy transformó un barrio de la ciudad y cuenta con redes en todo el mundo.
Malebrán lleva alrededor de cuatro años en Bolivia. No tiene Facebook ni Twitter. Prefiere estar desconectado de la realidad aunque sabe dónde pueden hallar. Lo extraño, dice, que lo invitan siempre ha encuentros literarios. Hace poco fue a Brasil; hasta vino a Antofagasta a la Filzic, en representación de Iquique.
Reconoce que siempre escribe, pero que no publica.  Tal vez este año aparezca un texto.
Sin embargo hay detalles que hacen extraordinaria la vida de Malebrán en Bolivia. Todas las mañana, a las 6 horas, el poeta se levanta a boxear. El ring está a alrededor de 7 cuadras de su casa. Es el único chileno sobre el cuadrilátero y en consecuencia es el blanco de los combos. Los bolivianos hacen fila para boxear con el chileno. A Malebrán le gusta la idea. Dice, sonriendo, que de esa manera ha logrado buenos amigos.

A  las 8 horas desayuna en su casa con el tipo que antes transformó a su estómago como un saco de papa. Le costó ganarse a los bolivianos, reconoce, pero hoy lo respetan. Dice que los bolivianos son cerrados, apegados a sus costumbres, pero con el tiempo llegan aceptar a los extranjeros, y en esta caso a un chileno entre ellos.


Foto: Sebastian Rojas. 

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