Las casas de ladrillos a medio armar se esparcen por los costados de la carretera como madrigueras de castor hasta escasos metros de la frontera peruana. Son terrenos demarcados y que regala el gobierno sólo por ser peruano, explica el taxista, un moreno de rostro brilloso por el sudor, y de no más de 40 años, a quien parece divertirle comparar el actual Perú con Chile. Sabe, por ejemplo, que todo lo relacionado a salud en Chile es caro y lento. Y lo anterior, se lo han hecho saber los pasajeros que peregrinan a diario hacia Tacna, en busca de remedio.
En la próxima fracción de centímetros, ya en la frontera, y como si se tratara del Triángulo de las Bermudas, la hora se atrasa o se adelanta y luego viene lo peor para quienes están siempre conectados, los celulares mueren. En Tacna, que todo lo tiene y si pides algo -en mi caso: lentes- te lo dan rápido. Hay científicos de los smarphone más singulares que por algunos soles (el cambio está en 216) te dejan conectado a wasap y facebook.
El peso de la frontera entre Chile y Perú cae una vez se mira hacia el océano. En medio de esas dos aduanas o centros fronterizos que asemejan castillos de arena están las célebres “canchas de fútbol” (¿serán 15?) que reclaman desde Lima o Santiago, para sí; un trozo de tierra mustio, infértil, que debe estar sembrado de minas y que provoca la inmediata reflexión si es que tanto vale la pena armar alharaca, o quizás: si vale la pena adquirir armas o gastar en costosos abogados que litiguen en La Haya. Pienso en un parque; algo así como el parque de la concordia, aunque es un opción demasiado hippie.
La torre de la guardia chilena se proyecta difuminada por el efecto del espejismo al final del paisaje. En esa torre debe haber un guardia aburrido de observar el horizonte.
El taxista quien me transporta hacia la frontera en un Ford Falcon de finales de los años 90 -vehículos que reemplazaron a los míticos Chevy Nova tipo lancha- y donde caben seis personas, incluido el chofer, con un vidrio que no baja en medio de los desesperantes 30 grados de las 16 horas, en verano, me devuelve el carné y me responde –y para tal efecto, le baja el volumen a la cumbia chicha sicodélica que escucha desde una radio limeña- que Arica es más provincia de Perú, que Tacna de Chile.
La pregunta había sido: ¿Cuál de las dos ciudades ha influenciado más a la otra?
Compruébelo al otro lado, me dice Percy, sonriendo y mostrando su perfecta dentadura blanca -obra de algún dentista tacneño-. El taxista está a un paso de transformarse en un provocador. Se siente cómodo, quizás porque todavía está en su territorio.
El chileno que va a mi lado –pues yo voy al medio entre él y el chofer-, es un hombre grueso, de más de 50 años, que usa un sombrero tono caqui marca Columbia que compró en Tacna -y que no debe ser Columbia, sino una falsificación- y cuya nuca al rape revela cierta parquedad militar, le avisa con seriedad al taxista que Chile reaccionará ante cualquier agresión peruana –remarca la palabra agresión-. Luego el hombre mantendrá un silencio hasta el medio del viaje, cuando aparecerá su voz recia para silenciarnos.
En la corrida de asientos de atrás, hay tres amigas que no sobrepasan los 30 años y usan ropa liviana. Tiene calor y beben de un agua mineral que adentro tiene un hielo en forma alargada. El taxista va pendiente de lo que hacen las chicas. Una chica le pide que baje el vidrio. Percy se deshace en disculpas. Aumenta la velocidad para que el viento entre con más fuerza, hasta que una chica dice que el viento la estaba golpeando. Reduce la velocidad. Si las chicas le dijeran a Percy que se pusiera de cabeza, éste lo haría. Percy es un galán; un galán peruano.
Percy se parece un locuaz joven que nos acompañó a los pasajeros de un bus en la ida a Tacna. El chico promocionaba una feria de Tacna, repartiendo regalos a quien le respondiera preguntas en doble sentido. Hacía reír. Cayó simpático en un bus lleno de chilenos y uno que otro peruano gordo de matutear ropa americana. Percy, como el chico, van y vienen entre ambos países. Percy me dice que cruza cuatro veces la frontera en promedio diario y que en realidad no le interesa la frontera ni estar entre ambos países, aunque para él es claro que Arica es parte de Perú, y no que Tacna es parte de Chile.
Nos detenemos. Hay siete autos delante de nosotros. La fila avanza rápido. Nos bajamos. Las chicas extraen sus bolsos del portamaletas, que son pocos, a diferencia del señor de la nuca al rape, quien porta dos bolsas matuteras. Percy nos indica en que fila ponernos. La encargada de frontera, una chica joven y de buen trato, llama al chofer y con él, a nosotros. El trámite de lo cinco demora un abrir y cerrar de ojos.
Soy el único que le responde con un gracias a la chica la frase: que le vaya bien, señor.
Esperamos al auto al otro costado del último edificio peruano. Percy llega con el codo afuera de la ventana y con su sonrisa de Johnny Bravo llama a las chicas. Nosotros, en cambio, somos dos bolsas matuteras para él. Por lo menos, soy una bolsa matutera más amistosa que mi compa
ñera bolsa al rape.
Partimos. El Ford Falcón no es un Ford Mustang, y se toma su tiempo para alcanzar los 120 km/hora. Ante nosotros se esparce el descampado. El de la nuca al rape lo observa. Imagino que al interior de su cabeza le debe estar sonando el himno nacional en medio de la parada militar. Hay emoción en su mirada.
Las chicas están ansiosas pare que le suene el sonido de los mensajes por el teléfono. La señal comienza aparecer de manera tímida mientras avanzamos hasta consolidarse en un par de metros. Suena el wasap. Estamos en Chile, le digo a Percy. Noto que la música chicha sigue. Deduzco que era una grabación. Percy me confirma que es una grabación.
Le insisto con la pregunta Percy: ¿Por qué crees que Arica es más peruano, que Tacna chileno? (mi vecino me mira con odio).
En Arica es fácil hallar un restorán de comida peruana, en cambio en Tacna es casi imposible hallar un restorán de comida chilena. Round 1: gana Tacna. El taxista parece orgulloso de la comida peruana, como todos allá. Horas atrás almorcé en un restorán denominado El Cacique, cuya especialidad son los platos típicos. Excelente calidad y atención; nada que hacer. Por la temperatura, alrededor de 30 grados a mediodía en Tacna, verano, la mayoría chilenos optan por el ceviche.
Sería aburrido exponer detalles del round que a la larga enfadó al señor de nuca rapada. Puede guardar silencio por favor, dijo.
-Tranquilo señor, esto es un experimento reporteril. Soy tan chileno como usted-, le dije. Me miró con rabia.
Son casi tres minutos a 120 Km/hora en la tierra de nadie; tres minutos de vaguedades.