La gesticulación alocada del señor vagabundo es consecuencia de que un conductor pasó la luz verde sin estar sujeto al cinturón de seguridad. Esta horrible imprudencia perturba a nuestro protagonista que conserva cierta ínfula de paco .
Luz roja; un Kia Soul se detiene. José Domingo Miranda Santander, 54 años, 3 hijos, ubicado al lado del semáforo -en avenida Las Palmeras con Pérez Zujovic-, repasa si está todo en orden. La conductora lo conoce y le levanta el pulgar. José Domingo, quien porta una Biblia bajo el sobaco, le hace una reverencia a la mujer y repite dos veces: bendiciones. Luego la mujer le entrega una moneda.
En este momento, la misión de José Domingo es sugerir el bien; esto también puede leerse como un curioso método para limosnear. Señoras y señores, el método de José Domingo es: la cordialidad ante todo y luego el parabién.
Punto a favor es su apelativo de vagabundo ilustrado. Juan Domingo es de rostro delgado y rasgos finos, medio quijotesco, a pesar de todos los tóxicos; usa lentes onderos; viste con un polar North Face de segunda mano y en especial, es su lenguaje el que lo delata como novato en el arte de la mendicidad.
Ahora, el asunto es indagar en la razón por la cual José Domingo armó lo que puede llamarse su casa, al medio de las rocas, a menos de un metro del mar.
vagabundo ilustrado
Ríe de manera irónica, cuando nos presentamos como periodistas. Yo (se apunta), contar mi historia (otra risa). Le cuento que ciertas personas comentan sobre él. Juan Domingo se interesa. Le digo que la gente piensa que es un ingeniero que se volvió loco porque habla bonito. Me toma de un brazo y nos sentamos en un parque. Son alrededor de las 11 horas y las regaderas humedecen el pasto amarillento de la costanera.
Comenzamos desde el principio.
José Domingo dice que nació en 1958, en Pampa Unión, en medio del desierto de Atacama. Ahí partimos mal, le respondo, pues en esa fecha no quedaba ni un ratón en Pampa Unión. José abre los ojos, perdón; me equivoqué, dice mirando un arbolito, entonces nací en Pedro de Valdivia; pero por ahí, en la pampa.
José Domingo modula las palabras. Ahora dice que su padre trabajó en una salitrera en el yodo; luego con su familia llega a Antofagasta. No tiene muchos recuerdos de esa etapa.
Entremedio José Domingo me dice que la Biblia es un gran y misterioso libro; de acuerdo, le digo. Lleva el libro a su pecho y afirma que dentro de éste sólo hay palabras que buscan lo bueno; lo positivo. Luego elucubra que si todos siguiéramos la Biblia, todo sería distinto; yo sería distino - se apunta el pecho- y el mundo.
Entonces el vagabundo ilustrado da un saltito y nos invita a conocer su casa. Nos paramos y lo seguimos.
Antes de cruzar, testifica que la droga no es buena. Luego cambia la conversación y me dice que hace un par de años regresó a Antofagasta. Antes, vivió en Concepción y Santiago. Trabajó y vivió como hippie. Mejor no hablar de ciertas cosas, me dice como la canción de Sumo. De esa temporada son sus tres hijos; nos lo ve. Cuando arribó a Antofagasta habitó en la casa de uno de sus hijos, sin embargo problemas en la relación lo llevaron a marcharse.
Regresa a la droga. Dice que la marihuana es buena, relaja. La consume desde los 11 años. Cruzamos. Al otro lado nos recibe Rocky, su Cocker Spaniel. El perro se lo regaló un vecino. Bajamos por la arena. Entre las rocas está su casa.
Saca las cuentas de los años con la marihuana. Son algo así como 43 años fumando. No es malo, dice, y agrega que ése no es el problema. Llegamos a algo que puede definirse como un montículo de rocas. Aquí está mi casa; presenta con una sonrisa ladeada. El perro se ubica en una lomita; el animal parece un recorte sobre el océano que se extiende hasta el Cerro Moreno. Unos metros más adelante hay una animita de un ahogado.
El vagabundo ilustrado indica que sus vecinos también son drogadictos; todos consumen pasta base. Por lo tanto todos los que viven ahí - incluido el señor de esta entrevista- al borde del mar, conforman un arrabal de adictos a la pasta base.
fumando espero
Juan Domingo repasa: chicota, nembutal, peyote, falopa, alcohol y pasta base. La marihuana no la cuenta. De todas, la peor es l a pasta base. El hombre dice que esta droga le domina la mente; y vuelve a la Biblia, mi gran esperanza es la Biblia, repite.
Afirma que está cómodo viviendo frente al mar. Dice que si el mar lo tapa; bien, se acabó todo. No le tiene miedo al mar, sino respeto. Tampoco le teme a sus vecinos. Reconoce que no es agresivo ni en este momento de su vida, la droga lo pone de esa manera. Cuando logra el dinero, sube hasta la calle Pérez Canto (a la altura del colegio Don Bosco). Baja con la droga. Seis dosis le alcanzan para la noche; antes fueron más. Dice que ha bajado la dosis y eso, a su juicio, es bueno.
Le gusta quemar pasta base de noche, sintiendo el ruido del mar; es una sensación, a su juicio, plancentera, sana. Sus animales, el perro Rocky y el gato Silvestre, lo acompañan en el rito. Por ahora no molesta a nadie con su vida, reconoce, y eso lo mantiene viviendo de manera cómoda en la playa.
Ahora Juan Domingo me muestra donde durme, donde come y donde cocina. Entiendo que le satisface mostrar que todo esté en orden y limpio. Mientras me muestra una pipa, acaricia a su gato. Indica que es su compañero; a veces más que el perro. Los gatos escuchan, dice.
Luego señala que por las marejadas, el golpeteo de las rocas en las pozas es similar a una mesa de billar. En un momento ha subido tanto la marea, dice, que esto ha quedado como una isla.
Le pregunto si espera el tsunami para terminar con todo; mueve la cabeza en señal de negación y dice que no. Responde que por más que espere el momento, al mar lo detendrán las rocas y el abultado talud continental de Antofagasta; hay muchas posibilidades de que no suceda nada, dice ahora el experto. Advierte que la naturaleza tendrá la última palabra con el consetimiento de Dios. Ríe cuando le preguntó cual es profesión. Me insiste que tiene mala memoria y que por ahora analiza la Biblia.