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Luli, la loba marina, y su domador

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El Mauro, iquiqueño, moreno de no más de 40 años, brazos gruesos y tatuados como sus colegas que a esa hora decapitan pescado, dice que es el único humano al que “Luli”, la loba marina de 150 kilos, le recibe alimento en el hocico.
Son alrededor de las 11.30 horas de un raro día nublado de verano y el sector de locales en Caleta Coloso permanece tranquilo, en comparación a los fines de semana. Un par de perros se cruza; nos dicen después que son los “espanta lobos”. Todos nos apuntan a Mauro, del local “Rompeolas” después de preguntar por “Luli”, la renombrada loba amaestrada de la caleta.
-¿Usted señor es el novio de “Luli”?
 Mauro reconoce que es el hombre. Lo de novio no le hace mucha gracia. El señor pescador es de pocas palabras.
 El iquiqueño invita a  La Estrella a comprobar su faceta de domador de lobos marinos. Pasamos por el pasillo angosto  de  la caseta de la pescadería, donde hay unos congrios colgados  y alcanzamos las piedras. Andamos con suerte: el animal que ese momento saca a medias su ovalada cabeza oscura desde el agua, es “Luli”.
Esperen, dice Mauro, y se pierde dentro del pasillo. Luego aparece con una cabeza de reineta en la mano.  Mauro salta como rana por las piedras. “Luli” reconoce al señor y sale del agua; es un encuentro parecido a alguna antigua película de amor. Los movimientos del animal son lentos, medios atolondrados.
El Juan, de pelo largo ensortijado a lo Ley Rey, dice que Manuel es la único humano en que confía la lobita. El Juan, quien arribó de Los Vilos hace varios años, cuenta que en general los lobos de la caleta son reticentes a las personas; en consecuencia, dice que   según la experiencia lo de “Luli” es un caso especial; es decir “Luli” es una anormal. 
El Juan explica con entusiasmo que la loba es descendiente del “Tata”, el lobo marino que por varios años dominó la caleta. Los que recuerdan al “Tata” lo califican de malas pulgas; no en vano algunos niños lo agarraban a piedrazos.
Mauro va y viene en busca de pescado. “Luli”, mientras tanto, avanza hacia el local, pesada como una alfombra. 
“Luli” es media solitaria y reacia al resto de los lobos. Mauro hablando de costado pues su vista está en la loba, aclara que “Luli” sólo comparte con él; el motivo de su rechazo hacia los de su raza es pues estos la molestan y pegan. No la quieren o la quieren para otra cosa.  Quizás por esto, dice el Juan mirando como la loba entra por la puerta trasera a la pescadería, el animal optó por los humanos. Esto último desprende otra tesis del bullying: tal vez a los gordiflones machitos les moleste que “Luli” dependa de los humanos.
Por lo menos los perros hacen justicia con “Luli” pues salen como cohetes  cuando ven a los corpulentos bichos sobre las rocas. Los perros los persiguen y muerden; incluso saltan al agua. Juan dice que los lobos disfrutan la jugarreta de los perros; a veces, en el agua le pegan cabezazos a los canes y ya es bastante un “tate’quieto” con esas testas de bola de boliche.
“Luli”, el nombre, dice Mauro es por su coquetería y porque se parece a la de la televisión; mírele bien, indica. Ambas tienen todo grandecito, dice Juan abriendo los ojos.

Loba regodiona
 La aceitunada loba se esparce por el pasillo angosto. Mauro le dice algunas palabras de manera cariñosa. Luego indica al congrio que está colgado. Fíjese, dice; otro animal se lo robaría, pero “Luli” no; ella es una loba educada. Parte otra cabeza de pescado, esta vez Palometa, y se la pone en la boca a la loba. “Luli” la recoge suavemente. Luego el animal mastica y traga. La loba parece cómoda; conoce el lugar.
Luego Mauro explica que a “Luli” no le gusta el congrio. El mamífero de pelo corto y sedoso prefiere la reineta y luego la palometa, en ese orden.
Le va bien acá, agrega Juan, pues en el “Rompeola” se pela a diario alrededor de 10 cajas de reineta. La mayoría de los restos se los engulle el animal.
 Mauro dice que no hay que restarle mérito a la astucia de “Luli”, pues es el único lobo que se atrevió a compartir con los humanos para ganar alimento. De esa manera la vida la tiene fácil.
Mauro saca la cuenta y dicen que son cuatro años desde que conoció a “Luli”. “La conocimos pequeña y algo herida”, dice. “Luli” mantiene unas marcas en el cuello; al parecer la curiosidad casi mata al gato.   En algún lugar anduvo metida para que quedara de esa manera. Lo importante,  agrega Juan, es que está viva y sana.  “Luli” se incomoda con tanta fotografía. Le hace un gesto de molestia a Seba, el reportero gráfico. Mejor dejarla tranquila, dice Juan, al final es un animal y uno no sabe cómo reacciona ante un desconocido. “Luli”, al parecer se molestó, y regresó al agua.         

Foto: Seba Rojas.         

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