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la viuda alegre de Antofagasta

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Pare, aquí manda esta huevoncita. La frase está escrita en un letrero adherido a una de las paredes del local. A un costado del cartel está la dueña del rancho, Mirza Cifuentes Sáez, más conocida como la “viuda alegre”.
La señora de mirada luminosa y rostro tranquilo aclara que el cartelito fue confeccionado a propósito, para que claro, dice con voz suave y delgada, nadie se pueda sobrepasar. Aquí mando yo, recalca, ante la mirada de su hija y la curvilínea garzona boliviana, Erika.
Ningún varón acompaña a la viuda por los pasillos del local a pesar que los fines de semanas su  negocio se atiborra de parroquianos. De madrugada aparecen los peregrinos que llegan con el bajón de hambre. Un sábado cualquiera la picada de la viudita puede estar disponible hasta las 5 de la madrugada.
Mirza aclara que los chicos se portan bien; algunos son conocidos del barrio. Los principales clientes, en tanto son faeneros de la minería que habitan en pensiones. La viuda dice que estos señores mineros, algunos robustos, no quedan satisfechos con facilidad. La mujer dice que, por lo menos, los señores de cuero duro salen contentos de su comedor y eso ya marca un precedente.
La “viuda alegre” es un popular restaurante que evoca esas quintas de recreo de antaño, ubicado en la calle Radomiro Tomic 7934. Para que se ubique señor: un par de calles más arriba y yendo hacia el sur se expande la encendida feria Las Pulgas, con todas sus imperfecciones y cachivaches.
 Llegamos a las fauces de la “viuda” por una serie de buenas recomendaciones; una de éstas precisa que adentro preparan el mejor pescado frito de Antofagasta; un batido dorado que parece oro. Otra sugerencia describe las pantrucas y una última, propone que en local se puede pasar una tarde de verano pidiendo cervezas bien heladas. Los televisores con fútbol son excusa para los shop.

no viuda, separada
A estas alturas usted puede deducir que el nombre del local, le derivó el apodo a la señora Mirza Cifuentes.
Sin embargo la señora que manda no es viuda; más bien separada, aclara sonriente.
La idea de llamar al local de esa manera, dice Mirza sentada frente a su imagen replicada en un espejo, se produjo en la municipalidad cuando desarrollaba los trámites para los permisos. La baraja de nombres comenzó a revolverse hasta que halló la opción de “Viuda alegre”. El nombre pegó de inmediato, dice Mirza, y luego se hizo popular en el sector. La mujer se levanta de la silla para que nos adentremos en su negocio.
En el interior del local se reparten mesas con manteles de hule; detrás está la cocina donde una señora, la cocinera, se esconde ante la cámara fotográfica. La garzona colombiana, morena, también es esquiva. Al final es Erika Toledo, de Santa Cruz de la Sierra, quien propone algunas ideas para las fotos.
Erika cuenta que es comunicadora social,  pero no tiene validado el título en Chile y por eso no ejerce su profesión. En Bolivia dice haber trabajado en la radio Disney.
La delgada Erika con su voz sutil dice que, por ahora, está cómoda junto a la “viuda” aunque le gustaría regresar pronto a la radio. Nos pide que la ayudemos en el mundillo de las comunicaciones locales. La Estrella responde que hará lo posible.

Pescado y pantrucas
La viuda se sienta y comenzamos a degustar los platos. La colombiana llega primero con una ensalada que la absorbimos como si fuera agua mineral.
-¿Y no le han aparecidos galanes engallados por la cerveza?
-No falta el patudo, pero yo los detengo en seco.
Señoras y señores, ahora es el turno de las pantrucas. Erika transporta un caldito en un plato hondo, generoso; no parece algo apropiado para el verano. Sin embargo el comedor es fresco. Probamos.
Las pantruquitas son delgadas, suaves. Se adhieren bien al paladar. Un huesito carnudo pone el gustillo al caldo. La carne picada se mezcla con la masa; rico.
-¿Algún rey de la pantruca, que le pida más de dos platos?
-Hay un señor, un minero, que se repite y repite el plato de pantrucas. Calculando las veces se ha llegado a comer en un almuerzo algo así como cuatro platos de pantrucas; creo que él tiene el récord.
-¿El guatón de las pantrucas?
-Es más bien delgado. Algunos flacos comen más y no engordan.
-Eso es verdad, señora.
El lado que espera en el estómago está destinado para el célebre pescado frito.
Lo que trae la colombiana con creces llenará a la lombriz. La chica deja el plato y luego dice la clásica frase de los garzones colombianos: con mucho gusto.
Las lenguas de pescado tienen ese tostado áureo del que tanto hablaron.
-¿Cuál es la técnica, señora?
-El batido para la reineta se hace con clara de huevos, cervecita, algunos mejunjes y harto cariño; ese es el secreto de la viuda.
-¿Compra el pescado usted, lo elige?
-Me lo traen. Pido siempre pescado fresco. Nunca hemos tenido problemas.
La dama dice que el plato que estamos degustando tiene un costo de 5 mil pesos, y puede decirse que es especial dentro de la carta.
El menú, en cambio, que incluye dos platos, bordea los 3 mil pesos.  La viuda dice con vehemencia que desde su local nadie sale hambre. La Estrella se retira redonda.

Foto: Sebastian Rojas Rojo.

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