La chica viene con un plato caliente de cazuela en la mano y con el trozo de cintura al descubierto. Y dice sonriente: “¡Con mucho gusto!”. No sé que está más rico, me dice el colega que me acompaña; luego observamos el carnudo choclo de la cazuela y el ombligo de la chica donde aflora coqueto un arete. Seguimos con la mirada hasta que se pierde en la cocina del restorán.
El restorán Lucerito, ubicado en el Mercado Central de Antofagasta, está lleno de hombres. Hacen filas. Hay oficinistas, mineros y trabajadores de la construcción; en su mayoría chilenos. Todos miran y comen. El resto de los restoranes tiene la misma demanda. Lorena, Lucely y Betty no ponen problemas de sacarse fotografías. Entre risas, dicen que son del Valle del Cauca, Cali, Colombia. Sus edades no pasan los 25 años. Todas usan jeans ajustado y una polera amarrada a la cintura. Sus compañeras las apuran. Otra chica a quien le dicen La Modelo no quiere sacarse fotos.
Lorena me dice a la pasada que en propina gana a la hora del almuerzo, algo así como 10 mil pesos, a veces más. Su bolsillo está lleno de monedas. Reconoce que los antofagastinos son muy generosos. Tímidos, pero generosos al fin y al cabo.
Algo sucedió, pero las mejores minas de Chile ahora están en Antofagasta. No sea ingenuo: nos referimos a las minas de carne y hueso; aquellas que de un día para otro le dieron ese aire caribeño, de trópico, que hoy ostenta esta ciudad. Esta inyección de hermosura se complementa con un clima amable, donde la mayor parte del año hay sol. Puede decirse, señores, que esto es un trozo de torta del Caribe o el rincón perfecto para los califas de siempre.
Caribe hot
Ahora, si seguimos un recorrido con un termómetro, hallamos el punto más caliente del caribe en la calle Condell. A la calle Condell le dicen la pequeña Colombia. A lo largo están diseminadas: shoperías, boliches y topless.
Aquí las shoperías son algo así como centros sociales por excelencia. El asunto es que las shoperías son atendidas por chicas extranjeras. Hay de todo y el destape de las chicas es proporcional al precio del shop. Hay una delgada línea en que de shoperías se pasa a prostíbulos; entre otras cosas, la diferencia la hace el partido de fútbol o la película pornográfica, usted decide.
Siempre hay clientes, en su mayoría los llamados faeneros (trabajan por turnos en la minas). Existen recovecos que proponen ver el show de una chica desnuda por 3 mil pesos y sexo exprés en una salita con un sofá por algo así como 30 mil pesos. La mayoría de estos lugares son atendidos colombianas, peruanas, paraguayas, ecuatorianas, bolivianas y una que otra dominicana. La mayoría con cuerpos exuberantes. El negocio es sacarte lo máximo de dinero. Te saludan con un beso y el resto se ve después.
Queda claro que la minería alcanza para todos. El negocio que mezcla el sexo con el alcohol brota como callampa en el centro de Antofagasta. El entra y sale de los locales es constante. Por esto y, como verá usted, deben pagar justas por pecadoras. Los prejuicios hacia las extranjeras o incluso, hacia cualquier mujer que se vista de manera sensual, están a la orden del día. El pensamiento de algunos es claro: si andas sexy con poca ropa eres una prostituta. Se eleva al cuadrado, si eres extranjera, morena y de Colombia.
Sin embargo a las caribeñas no parece molestarle esto, más bien se lo toman con simpatía. Otras son indiferentes.
El jeans que levanta
Mary, 26 años, es enfermera de profesión. Sin embargo, por burocracia no puede ejercer. Desde hace seis meses Mary con su hermana atienden en una shopería de esas donde se exhiben partidos de fútbol. Mirar las hermanas es otro ejercicio de muchos.
Mary es delgada pero voluptuosa desde la cintura hacia abajo. Usa jeans colombianos ajustados. La diferencia entre un jeans colombiano y uno de otro origen, explica Mary, es que el primero se ajusta mejor a las nalgas. Las levanta. El resultado está a la vista, señores.
En consecuencia, el trasero de Mary acapara miradas; para ella este fisgoneo no es un problema, más bien una virtud. Aclara que por cultura no toma mal los piropos mientras no sean groseros. Lo más tierno que le dijeron es que quieren casarse con ella. Lo peor fue un taxista que le preguntó cuánto cobraba. Mary entra a la shopería a las 18.30 horas. Debería quedarse hasta el cierre; tipo 1 de la madrugada. Entremedio: tratar y atender curados. Los mismos que le ofrecen matrimonio a cada rato.
Villa Caribe
Mary vive en el sector alto de la ciudad, en las denominadas villas caribes. Les llaman así, villas caribes, pues son viviendas de subsidio arrendadas por los inmigrantes extranjeros, en su mayoría colombianos. Los inmigrantes se notan. Pasan fácilmente de la bulla al escándalo; para revisar aquello hay que remitirse a las denuncias en la fiscalía y eso es otro tema. Hay violencia intrafamiliar y dramas varios. Discordias que Mary denominaría como cuestiones culturales.
Los conductores me miran y otros se voltean. Mary parece inmutable. Los ojos se posan con moscas en el trasero de Mary. Estoy acostumbrada, me dice con una sonrisa. Dice que se vino pues aquí hay trabajo y seguridad. Pretende juntar plata y volver en un par de años a su ciudad, Cali; aunque si le va bien se queda por estos lados. Tal vez se case.
No parece difícil casarse con una colombiana en Antofagasta. La calle exhibe a voluptuosas mujeres morenas de la mano de varones a quienes de un momento a otro se les arregló la suerte. En algunos casos las mujeres se ven más contundentes que los varones. A veces, los hijos vienen atrás. A los chicos les llaman los “afroantofagastinos”, una nueve generación que algunos los proyectan como futuros deportivas.
Un conocido me golpea el hombro; otro conocido me mueve una ceja. Tengo suerte, al parecer. Escucho que el conductor de un auto pequeño, me grite que le preste a mi hermana. Mary sigue invariable. Omite contarme sobre sus amores. Al parecer la confianza no llega para tanto.
Entramos a la shopería. Las miradas la siguen. Ante este panorama, Mary me responde que los chilenos son buenos para mirar y decirte palabras y cuando están borrachos, palabrotas; sin embargo afirma que no son decididos como los colombianos.
Los colombianos son otra cosa, dice.
A otra chica, también colombiana pero morena, le pido una cerveza y en ese paréntesis del ir y venir pienso que las calles de Antofagasta pueden ser las más fértiles de Chile; es raro eso. Por lo menos en esta ciudad el sexo anda flotando en el aire.
La colombiana me trae la cerveza y me dice la frase de siempre con la sonrisa de siempre: ¡Con mucho gusto, señor!. Su pantalón es colombiano.
Foto: Seba Rojas.