Reto al mismo diablo. La frase está escrita en un cartel ubicado sobre la entrada de una estrecha feria. Es casi mediodía de un sábado de febrero y todo indica que por segundo día consecutivo lloverá en Arequipa. Una mujer que vende películas piratas nos dice que el brujo atiende en la oficina de al fondo. Entramos. El breve pasillo está impregnado al aroma de toalla húmeda. Sin embargo el vaho cambia una vez que pisamos la oficina del brujo Alexander, quien también se hace llamar ángel del amor. Adentro se respira una mezcla de hierbas y tabaco. Naomi, experta en amarres amorosos y en consecuencia bruja, con una fingida mueca de sorpresa nos pregunta qué queremos.
En Perú, los brujos mantienen un status de semidioses. Se pasean entre el bien y el mal como moscas entre la suciedad y la limpieza. Aseguran resolver los problemas recurriendo a Dios o al Diablo; aunque el contacto con este último es quien más les deja dinero. La mayoría confiesa mantener un pacto de por vida con el cachudo; algo así como un sacrificio en ayuda de la gente. En la publicidad de la prensa chicha –diarios sensacionalistas- estos señores aparecen rodeados de cruces invertidas y esqueletos; la caligrafía de grupo de metal complementa el cuadro. El asunto es que por tradición popular muchos compungidos peruanos recurren a estos brujos para que aplasten con magia negra a sus enemigos. No le cobran barato a sus clientes, la mayoría pobres.
Como dice la publicidad de Don Lino, un brujo que se repite en los diarios chichas de Perú: la brujería diabólica es más fuerte y poderosa que todos los amarres y trabajos imposibles.
Naomi nos mira con incredulidad y luego de carraspear maldice al clima. Afuera garúa. Pide que nos sentemos. Hay un paciente delante de nosotros. Luego la mujer se pierde detrás de una aparatosa cortina que asemeja a una alfombra colgada. Desde el otro lado alguien parece fisgonear; esa sensación la provocan unas intermitentes aberturas en el filo de la cortina. Con mi acompañante concordamos que les debe parecer extraño que dos chilenos aterricen en su oráculo. Ni espías; ni nada. Simples periodistas buscando que nos resuelvan unas dudas existenciales con las hojas de coca; por lo menos eso le explico a Naomi, quien ahora parece entusiasmada con la propuesta.
La mujer de cabello liso y oscuro hasta más allá cintura, detalle que le imprime cierto misterio a su delgada humanidad, nos responde que el brujo nos atenderá por algo así como diez mil pesos chilenos. En media hora, nos contesta Naomi. Luego sale de la oficina y enciende un cigarro.
Rosario de maldiciones
Que pase el señor José, invita una voz masculina que viene detrás de la alfombra. El alicaído José se levanta con ayuda de la mujer que lo acompaña. Es una mujer joven, casi adolescente, delgada y de rasgos indígenas, que debería ser su hija. Al señor le falta un pie. La mujer que parece cansada lo ayuda y ambos se pierden detrás de la cortina.
Naomi nos pregunta de dónde venimos. Le contamos brevemente nuestro origen. Estamos en eso, cuando de la puerta surge un hombre de sombrero tipo vaquero, de estatura media, moreno y bigote delgado. Le hace una mueca con la mano a Naomi y luego se siente al lado de nosotros.
-¿Quién gana el próximo partido entre Chile y Perú? Le pregunto al señor.
Responde que no le gusta el fútbol. Le recuerdo que el cholo Sotil era un crack. El señor nos mira con cara de personaje de la película El Mariachi.
Detrás de la cortina, en el pequeño teatro, el asunto parece bien encaminado para el deprimido José y su acompañante. Se escuchan unas oraciones medias extrañas y otras en alguna lengua indígena; todo esto se intercala con cánticos del brujo Alexander. Es bastante musical el asunto; muy parecido a un ritual hare krishna.
José habla algo en contra de una mujer. Entendemos que lo próximo será algo así como un vudú contra esa desafortunada; quizás la madre de la niña. El brujo, mientras canta cada vez más ronco y quema algo parecido a eucalipto, vierte un rosario de maldiciones sobre la pobrecilla. Es fácil entender que lo de José se trata de una vendetta. Luego se escuchan escupitajos que se intercalan con gruñidos y toz. La pareja aparece. Pagan el servicio a Naomi y se van.
Un saludo para el diablo
Escucho mi nombre. Naomi abre la sebosa cortina con algo de dificultad y me invita a pasar. La habitación está iluminada por velas. Al fondo hay una suerte de cuadro sinóptico que describe una batalla entre ángeles y diablos; al medio de esto se encuentra dibujado un pentagrama. Bajo el cuadro y sobre la mesa, se expanden entre velas una serie de figuritas que asemejan santos y diablos. Todo está dispuesto para asustar al creyente. La más llamativa de todas es una mosca de metal cuya mitad de su cuerpo se desprende. Al interior de la mosca, que ahora está abierta, hay fotos tamaño carné de diversas personas. La última de estas fotos parece ser de la mujer que atormentaba a mi antecesor.
-¿Por qué esas fotos viven dentro de la mosca?
El brujo Alexander que no representa más de 40 años y parece cansado por los escupitajos, responde de manera arrastrada que la mosca es una suerte de cuarentena para esas almas. Aclara que está resfriado y culpa la humedad de febrero. Luego me pregunta qué busco aquí. Le explico. Al señor no le incomoda la idea. Me cuenta que es un brujo del norte de Perú, y que proviene de una zona de brujos. Habla de un pueblo donde todos son brujos. Dice que desde su niñez ha estado familiarizado con las técnicas del oficio; ahora recorre el país.
Reconoce que no tiene hojas de coca, pero no hay problema pues a la vuelta, en el mercado, venden. Llama al señor de sombrero y éste va. Me queda claro el oficio del señor de sombrero.
Alexander reconoce que la va bien. Mientras esperamos la coca, me presenta a Noelia, como su esposa. Dice que esto de la brujería es un don y que la ha dado todo lo que tiene.
-¿Y cómo es desafiar o pelear con diablo?
-Yo no peleo con diablo; sólo que me comunico con él para ayudar a los demás.
-¿O sea el cachudo es bueno?
-No es tan malo; siempre está dispuesto a ayudar a quienes lo convocan.
-¿Y pide a cambio el alma o algo?
-A él le gusta ayudar, pero después cobra. Si el diablo es poderoso, es porque muchos le han pedido ayuda.
-Mándele saludos al diablo del Rayo-.
-En su nombre-.
-Suena malévolo eso que dice en su tarjeta respecto a qué usted hace daño y luego lleva a su cliente a comprobar con sus propios ojos el daño.
-Así es el oficio. Hay gente buena a quienes les hacen daño y recurre a mí para revertir el problema.
Hojas de coca
Estamos en el tarot, cuando el del sombrero llega medio mojado por la lluvia con una bolsita con hojas de coca. El juego de las cartas entrega interpretaciones bastante obvias. No hay mucho por descubrir en el tarot.
Alexander, con voz pausada, dice que no es día para sacar la coca según los rituales. Lo de la coca se hace en un par de días a la semana. Vamos al asunto.
Dice que le gusta el fútbol, pero que ve difícil que Perú le gané a Chile. Lleva a cabo el jueguito con la coca, se concentra, las lanza y recoge una. Luego afirma que será un partido duro; habrá expulsados y que al final se impondrá Perú.
La segunda pregunta y final, es sobre el juicio de La Haya. Nuevamente hace la faramalla con las hojitas verdes, ahora con un cigarro encendido. Carraspea. Luego de un silencio, dice que lee un juicio favorable por bien poco a Perú, asunto que provocará la indignación de Chile.
-¿y esto terminará mal, en algún conflicto?
-No pasará más allá, pero hay muchas fuerzas sobrenaturales que están con Perú y no lo dejarán.
-¿Algo así como las batallas del señor de los anillos?
Alexander dice escueto que ha sido todo. Se despide de manera amistosa y llama a su próxima paciente.