Desde el desierto su avión parece un mosquito. Es un avión ultraligero como de manual de la revista Mecánica Popular. Frágil, pero difícil de botar. Un mosquito odioso para Vladimiro Montesinos, el mismo zar peruano de la inteligencia.
Haroldo Horta es un corresponsal de guerra retirado. Hoy, fotografía desde el aire los alrededores de San Pedro de Atacama. Fue reportero gráfico para una agencia alemana. Exiliado político. Vivió las guerrillas en Centroamérica. Estuvo preso. Fotografió los crímenes de los narcos en el Medellín de Pablo Escobar y como guinda de la torta: retrató desde el aire y burlando a todo el aparato de seguridad, la embajada japonesa en Lima, secuestrada por el MRTA.
Haroldo Horta es un corresponsal de guerra retirado. Hoy, fotografía desde el aire los alrededores de San Pedro de Atacama. Fue reportero gráfico para una agencia alemana. Exiliado político. Vivió las guerrillas en Centroamérica. Estuvo preso. Fotografió los crímenes de los narcos en el Medellín de Pablo Escobar y como guinda de la torta: retrató desde el aire y burlando a todo el aparato de seguridad, la embajada japonesa en Lima, secuestrada por el MRTA.
Enemigo de Montesinos
“El año 2000 llegué a Chile, desde Perú huyendo de un atentado que Vladimiro Montesinos ordenó en mi contra. Un helicóptero de la policía de Lima me había derribado tres veces en una persecuciónholliwoodesca sin precedentes. Yo iba en mi avión ligero. Volé entre los edificios mientras el helicóptero me perseguía hasta ponerse encima.
Fue en represalia por el vuelo sobre la Embajada de Japón.
Había agotado la paciencia de Montesinos, luego de realizar un vuelo nocturno sobre el Estadio Nacional de Lima con una propaganda alusiva a un político opositor al régimen.
El helicóptero tres veces logró ponerse sobre mi frágil paracaídas, logrando que se colapsara totalmente.
Cuando por fin logré aterrizar y ponerme a salvo, la decisión de salir de Perú fue irrevocable. Esa misma noche desarme mi ultraligero y en la maletera de un bus internacional salí de Perú”.
“El año 2000 llegué a Chile, desde Perú huyendo de un atentado que Vladimiro Montesinos ordenó en mi contra. Un helicóptero de la policía de Lima me había derribado tres veces en una persecuciónholliwoodesca sin precedentes. Yo iba en mi avión ligero. Volé entre los edificios mientras el helicóptero me perseguía hasta ponerse encima.
Fue en represalia por el vuelo sobre la Embajada de Japón.
Había agotado la paciencia de Montesinos, luego de realizar un vuelo nocturno sobre el Estadio Nacional de Lima con una propaganda alusiva a un político opositor al régimen.
El helicóptero tres veces logró ponerse sobre mi frágil paracaídas, logrando que se colapsara totalmente.
Cuando por fin logré aterrizar y ponerme a salvo, la decisión de salir de Perú fue irrevocable. Esa misma noche desarme mi ultraligero y en la maletera de un bus internacional salí de Perú”.
Balas nicaragüenses
“Inicié mi trabajo como corresponsal en Nicaragua durante la guerra de liberación contra el Anastasio Somoza en 1978. Durante un combate en el frente Sur Benjamín Zeledón, fui herido y capturado. Permanecí en prisión hasta el triunfo de la revolución Sandinista, el 19 de julio de 1979.
Me motivaba la ilusión que por medio de la fotografía, podría sensibilizar a la gente sobre la guerra y sus terribles consecuencias. Así, ejercí hasta 1993 como corresponsal para toda América Latina de la agencia Alemana Zeitenspiegel (Espejo del tiempo). Renuncié después de una experiencia particularmente cruel en Colombia.
En Medellín se libraba una guerra propia entre la Policía y el Narcotráfico, día a día era asesinado un policía.
Llegué un día 22, una ciudad sin pacos, créanme que es cosa seria, la delincuencia se había apoderado de la ciudad. Los policías estaban aterrados, salían a las calles en grupos de 20 cubriéndose las espaldas. Cada día uno de ellos dejaba de existir.
Algo ocurrió que lo cambió todo. A la salida de una iglesia, 13 niños fueron masacrados. Las imágenes eran desgarradoras, pero lo que vino después terminó con mi carrera y mi cordura para siempre”.
“Inicié mi trabajo como corresponsal en Nicaragua durante la guerra de liberación contra el Anastasio Somoza en 1978. Durante un combate en el frente Sur Benjamín Zeledón, fui herido y capturado. Permanecí en prisión hasta el triunfo de la revolución Sandinista, el 19 de julio de 1979.
Me motivaba la ilusión que por medio de la fotografía, podría sensibilizar a la gente sobre la guerra y sus terribles consecuencias. Así, ejercí hasta 1993 como corresponsal para toda América Latina de la agencia Alemana Zeitenspiegel (Espejo del tiempo). Renuncié después de una experiencia particularmente cruel en Colombia.
En Medellín se libraba una guerra propia entre la Policía y el Narcotráfico, día a día era asesinado un policía.
Llegué un día 22, una ciudad sin pacos, créanme que es cosa seria, la delincuencia se había apoderado de la ciudad. Los policías estaban aterrados, salían a las calles en grupos de 20 cubriéndose las espaldas. Cada día uno de ellos dejaba de existir.
Algo ocurrió que lo cambió todo. A la salida de una iglesia, 13 niños fueron masacrados. Las imágenes eran desgarradoras, pero lo que vino después terminó con mi carrera y mi cordura para siempre”.
Sobrevolando Chile
“En Chile me costó mucho reinsertarme. Por meses ofrecí mis servicios para publicidad sin éxito, hasta que Dominique Verhasselt, francés –residente en Chile hace muchos años– y dueño de la editorial Kactus me dio la oportunidad de demostrar las ventajas de mi sistema. Era más barato y podía fotografiar las iglesias de Chiloé desde el aire, fotos que requerían para publicar un libro del cual ya todas las fotos de tierra estaban tomadas y el visión que mis fotos podrían enriquecer drásticamente el contenido de su edición.
El libro Chiloé. Un Legado Universal, tuvo un costo altísimo, la pérdida total de mi ultraligero y todo mi equipo fotográfico, pero afortunadamente el accidente ocurrió después de 38 horas de vuelo, más de 50 rollos de película ya habían sido enviados y Dominique estaba satisfecho y el libro se editó con un magnifico prólogo de Francisco Coloane.
Durante años trabajé sin que se me hiciera un contrato y confiando en la palabra del que creía un hombre de palabra, cuando sufrí el accidente en Chiloé él financió mi viaje a Estados Unidos y pagó los equipos de reposición, los cuales fueron descontados en la medida que fui engordando su colección de libros, contó con mi participación en 12 títulos en los 5 años que trabajé para él.
Durante esos años recorrí el país de norte a sur completo, desde Arica hasta la Antártica, Isla de Pascua y muchos sitios maravillosos de Chile.
Lamentablemente la codicia pudo más. Hace unos años me despidió y desconoció todos los acuerdos que teníamos. Naturalmente que legalmente no tengo ninguna posibilidad y él ganó como era de esperar
Durante los años que recorrí Chile, vine al norte y me enamoré del desierto, así que una vez que pude reflotar mi aeronave volví con la idea de hacer mi primer libro independiente”.
“En Chile me costó mucho reinsertarme. Por meses ofrecí mis servicios para publicidad sin éxito, hasta que Dominique Verhasselt, francés –residente en Chile hace muchos años– y dueño de la editorial Kactus me dio la oportunidad de demostrar las ventajas de mi sistema. Era más barato y podía fotografiar las iglesias de Chiloé desde el aire, fotos que requerían para publicar un libro del cual ya todas las fotos de tierra estaban tomadas y el visión que mis fotos podrían enriquecer drásticamente el contenido de su edición.
El libro Chiloé. Un Legado Universal, tuvo un costo altísimo, la pérdida total de mi ultraligero y todo mi equipo fotográfico, pero afortunadamente el accidente ocurrió después de 38 horas de vuelo, más de 50 rollos de película ya habían sido enviados y Dominique estaba satisfecho y el libro se editó con un magnifico prólogo de Francisco Coloane.
Durante años trabajé sin que se me hiciera un contrato y confiando en la palabra del que creía un hombre de palabra, cuando sufrí el accidente en Chiloé él financió mi viaje a Estados Unidos y pagó los equipos de reposición, los cuales fueron descontados en la medida que fui engordando su colección de libros, contó con mi participación en 12 títulos en los 5 años que trabajé para él.
Durante esos años recorrí el país de norte a sur completo, desde Arica hasta la Antártica, Isla de Pascua y muchos sitios maravillosos de Chile.
Lamentablemente la codicia pudo más. Hace unos años me despidió y desconoció todos los acuerdos que teníamos. Naturalmente que legalmente no tengo ninguna posibilidad y él ganó como era de esperar
Durante los años que recorrí Chile, vine al norte y me enamoré del desierto, así que una vez que pude reflotar mi aeronave volví con la idea de hacer mi primer libro independiente”.
Niños sacrificados
“Estando en el velatorio de los niños, un familiar se acercó y me entregó una declaración firmada por todos ellos, en esta acusaban del alevoso asesinato a la policía de Medellín.
Mi reacción fue negarme a creer semejante atrocidad. “No puedo creer que ningún policía en el mundo, sea del régimen que sea, pueda hacer algo tan cobarde y detestable”, dije. La respuesta de la madre de una de las victimas fue: golpearme la espalda a la vez que iba diciéndome: “Ustedes los extranjeros, jamás entenderán la violencia en Colombia”.
Le pedí a gritos que me explicara y lo hizo de esta forma:
“En Colombia se mata y se muere a diario, existe un sistema de mensajes del terror, y éste era bien claro: ustedes siguen matando policías y nosotros mataremos a vuestros hijos”.
Es posible que alguno de estos niños haya sido hijo o hija de algún narcotraficante, quizás no. Fueron ángeles sacrificados para parar una guerra.
Ese día supe que mi carrera había llegado a su fin. No estaba sicológicamente capacitado para seguir sacando mi escudo contra las emociones. Lloré en el entierro de los ángeles y debí ser asistido por los familiares como si uno de esos niños hubiese sido uno de mis tres hijos.
Creo que por más que pase el tiempo, mi herida jamás dejará de sangrar. Lo peor de todo, ha sido constatar que el mensaje fue recibido y causó el efecto esperado por los esbirros. La guerra en Medellín… terminó”.
“Estando en el velatorio de los niños, un familiar se acercó y me entregó una declaración firmada por todos ellos, en esta acusaban del alevoso asesinato a la policía de Medellín.
Mi reacción fue negarme a creer semejante atrocidad. “No puedo creer que ningún policía en el mundo, sea del régimen que sea, pueda hacer algo tan cobarde y detestable”, dije. La respuesta de la madre de una de las victimas fue: golpearme la espalda a la vez que iba diciéndome: “Ustedes los extranjeros, jamás entenderán la violencia en Colombia”.
Le pedí a gritos que me explicara y lo hizo de esta forma:
“En Colombia se mata y se muere a diario, existe un sistema de mensajes del terror, y éste era bien claro: ustedes siguen matando policías y nosotros mataremos a vuestros hijos”.
Es posible que alguno de estos niños haya sido hijo o hija de algún narcotraficante, quizás no. Fueron ángeles sacrificados para parar una guerra.
Ese día supe que mi carrera había llegado a su fin. No estaba sicológicamente capacitado para seguir sacando mi escudo contra las emociones. Lloré en el entierro de los ángeles y debí ser asistido por los familiares como si uno de esos niños hubiese sido uno de mis tres hijos.
Creo que por más que pase el tiempo, mi herida jamás dejará de sangrar. Lo peor de todo, ha sido constatar que el mensaje fue recibido y causó el efecto esperado por los esbirros. La guerra en Medellín… terminó”.
Vivir es un riesgo
“El miedo siempre ha estado omnipresente en mi vida y he tenido que aprender a vivir con él, como un compañero no deseado, seguramente de no haber existido habría sido un temerario.
Durante mi vida como corresponsal de guerra y los años que vivimos bajo la amenaza constante de ser invadidos por los gringos (no lo hicieron sólo porque éramos muy pobres, de haber tenido petróleo Nicaragua…) aprendí que no tenemos más opciones que vivir lo que nos corresponde a cada uno.
Me refiero a que hay que hacer lo que te dicte tu conciencia y atreverte muchas veces a pesar de los peligros, sin medir los riesgos, de lo contrario no haríamos nada, ya que vivir es un riesgo constante”
“El miedo siempre ha estado omnipresente en mi vida y he tenido que aprender a vivir con él, como un compañero no deseado, seguramente de no haber existido habría sido un temerario.
Durante mi vida como corresponsal de guerra y los años que vivimos bajo la amenaza constante de ser invadidos por los gringos (no lo hicieron sólo porque éramos muy pobres, de haber tenido petróleo Nicaragua…) aprendí que no tenemos más opciones que vivir lo que nos corresponde a cada uno.
Me refiero a que hay que hacer lo que te dicte tu conciencia y atreverte muchas veces a pesar de los peligros, sin medir los riesgos, de lo contrario no haríamos nada, ya que vivir es un riesgo constante”
La soledad del vuelo
“Cuando vuelo siento ansiedad y un poco de miedo hasta que no estás despegado y compruebas que todo está bien.
Luego siento un tremendo placer por estar nuevamente en el aire.
Agradecimiento infinito a Dios por haberme permitido una vez más dejar la tierra.
Contemplar desde las alturas el desierto me produce una mezcla de sensaciones en el plano emocional, la más fuerte es la sensación de fragilidad e insignificancia de nuestro Ser, frente a la magnificencia de la naturaleza.
Físicamente, por lo general; frió, mucho frío, a pesar de que vuelo muy abrigado, el tiempo de exposición al viento y la altura hacen que las bajas temperaturas sean un enemigo de temer.
Tristeza es la última de la emociones que irrumpe con fuerza y es cuando se que debo aterrizar”.
“Cuando vuelo siento ansiedad y un poco de miedo hasta que no estás despegado y compruebas que todo está bien.
Luego siento un tremendo placer por estar nuevamente en el aire.
Agradecimiento infinito a Dios por haberme permitido una vez más dejar la tierra.
Contemplar desde las alturas el desierto me produce una mezcla de sensaciones en el plano emocional, la más fuerte es la sensación de fragilidad e insignificancia de nuestro Ser, frente a la magnificencia de la naturaleza.
Físicamente, por lo general; frió, mucho frío, a pesar de que vuelo muy abrigado, el tiempo de exposición al viento y la altura hacen que las bajas temperaturas sean un enemigo de temer.
Tristeza es la última de la emociones que irrumpe con fuerza y es cuando se que debo aterrizar”.
El asalto a la embajada
“Durante meses esperamos un desenlace en la embajada de Japón en Lima. Ya todos habíamos bajado la guardia, la estrategia funcionó. El factor sorpresa fue total. Estaba almorzando en un café en Miraflores, cuando vimos las imágenes por la Televisión. No era Beirut, era la casa del embajador de Japón y el ataque había comenzado. Salí corriendo con el mozo detrás mío para que le pagara la cuenta, detuve un taxi y me dirigí hasta un terreno industrial de un amigo en Barranco, un barrio cercano, para recoger mi equipo de vuelo. Mientras nos desplazábamos fui haciendo llamados desde mi celular al diario El Comercio de Lima y coordinamos que sería asistido por un colega que me llevaría película al lugar del despegue.
Primer contratiempo: Mi camioneta estaba en el taller, debí conseguir un vehículo que me llevara hasta el sitio del despegue. Debía tener un coco de los que se usan para tirar acoplados. Algo que resultó bastante difícil de encontrar, en la inmediatez que exigía la noticia: 15 minutos
Segundo contratiempo: No tenía combustible, debimos detenernos en una estación de servicio y cargar: 7 minutos.
Tercer contratiempo: La batería de mi celular se descargó y quedé sin comunicación con el periódico.
Por fin llegamos al lugar donde finalmente despegué. Frente al parque Gandhi en San Isidro, a 7 minutos de vuelo del lugar donde estaban ocurriendo los hechos. Esperé unos minutos más por mi enlace del periódico y al comprobar que los combates aún continuaban decidí despegar.
En pocos minutos me encontraba sobre el recinto diplomático, una columna de huno negro se podía apreciar que subía hasta mi altura de vuelo y debía evitarla en cada vuelta para no aspirar dichos gases. El fuego y desplazamientos de militares se podían apreciar claramente.
No podía oír las órdenes que desde un megáfono los policías intentaban darme para que me retirara del área. El ruido del motor hacía imposible que esto sucediera. Además tampoco podía corregir a un colega de radio que transmitía a todo Perú: “Mal momento escogió este parapentista para venir a hacer publicidad”. En la cúpula de mi paracaídas estaba estampado el slogan de una conocida marca de cigarrillos. Bueno ese era mi trabajo, sólo que ese no era ni el lugar ni el momento.
Tuve que ser en extremo cuidadoso con las 15 tomas que tenía en la cámara, al no llegar mi enlace desde el periódico, debí trabajar con lo que quedaba en la cámara.
Terminadas mis 15 tomas, retorné por dónde vine y aterricé en el mismo lugar de dónde había partido.
Mi amigo Paulo Freire se encargó de llevarla raudamente al periódico.
Guarde mi equipo y un amigo, José Rosas, se ofreció gentilmente a remolcarme, cuando nos deslazábamos en dirección a Barranco fuimos interceptados por varias patrullas militares las cuales nos detuvieron e incomunicaron. Nuestras casas fueron allanadas y fuimos interrogados separadamente hasta altas horas de la madrugada.
Mientras tanto las fotos llegaron al periódico, fueron reveladas, de inmediato el editor las puso en la red y viajaron para el mundo entero. Los servicios de seguridad tuvieron acceso al material. Por fortuna mía, en ninguna de ellas se podía ver a algún miembro del ejército Peruano ultimando a los miembros del MRTA que fueron asesinados cautivos. De haber llegado, tal vez, unos minutos antes mi suerte pudo haber sido la misma que corrieron los jóvenes del MRTA.
Se compara mi vuelo con el realizado por el piloto alemán que aterrizó en la plaza de Moscú, la verdad es que, a parte del minuto de fama que esta acción representó para mí, son más los sinsabores y las pérdidas materiales las que esta acción hasta hoy me han traído.
En todo caso no me arrepiento, y creo que si volviera a vivir haría lo mismo, sólo que esta vez procuraría tener unos cuantos rollos más”.
“Durante meses esperamos un desenlace en la embajada de Japón en Lima. Ya todos habíamos bajado la guardia, la estrategia funcionó. El factor sorpresa fue total. Estaba almorzando en un café en Miraflores, cuando vimos las imágenes por la Televisión. No era Beirut, era la casa del embajador de Japón y el ataque había comenzado. Salí corriendo con el mozo detrás mío para que le pagara la cuenta, detuve un taxi y me dirigí hasta un terreno industrial de un amigo en Barranco, un barrio cercano, para recoger mi equipo de vuelo. Mientras nos desplazábamos fui haciendo llamados desde mi celular al diario El Comercio de Lima y coordinamos que sería asistido por un colega que me llevaría película al lugar del despegue.
Primer contratiempo: Mi camioneta estaba en el taller, debí conseguir un vehículo que me llevara hasta el sitio del despegue. Debía tener un coco de los que se usan para tirar acoplados. Algo que resultó bastante difícil de encontrar, en la inmediatez que exigía la noticia: 15 minutos
Segundo contratiempo: No tenía combustible, debimos detenernos en una estación de servicio y cargar: 7 minutos.
Tercer contratiempo: La batería de mi celular se descargó y quedé sin comunicación con el periódico.
Por fin llegamos al lugar donde finalmente despegué. Frente al parque Gandhi en San Isidro, a 7 minutos de vuelo del lugar donde estaban ocurriendo los hechos. Esperé unos minutos más por mi enlace del periódico y al comprobar que los combates aún continuaban decidí despegar.
En pocos minutos me encontraba sobre el recinto diplomático, una columna de huno negro se podía apreciar que subía hasta mi altura de vuelo y debía evitarla en cada vuelta para no aspirar dichos gases. El fuego y desplazamientos de militares se podían apreciar claramente.
No podía oír las órdenes que desde un megáfono los policías intentaban darme para que me retirara del área. El ruido del motor hacía imposible que esto sucediera. Además tampoco podía corregir a un colega de radio que transmitía a todo Perú: “Mal momento escogió este parapentista para venir a hacer publicidad”. En la cúpula de mi paracaídas estaba estampado el slogan de una conocida marca de cigarrillos. Bueno ese era mi trabajo, sólo que ese no era ni el lugar ni el momento.
Tuve que ser en extremo cuidadoso con las 15 tomas que tenía en la cámara, al no llegar mi enlace desde el periódico, debí trabajar con lo que quedaba en la cámara.
Terminadas mis 15 tomas, retorné por dónde vine y aterricé en el mismo lugar de dónde había partido.
Mi amigo Paulo Freire se encargó de llevarla raudamente al periódico.
Guarde mi equipo y un amigo, José Rosas, se ofreció gentilmente a remolcarme, cuando nos deslazábamos en dirección a Barranco fuimos interceptados por varias patrullas militares las cuales nos detuvieron e incomunicaron. Nuestras casas fueron allanadas y fuimos interrogados separadamente hasta altas horas de la madrugada.
Mientras tanto las fotos llegaron al periódico, fueron reveladas, de inmediato el editor las puso en la red y viajaron para el mundo entero. Los servicios de seguridad tuvieron acceso al material. Por fortuna mía, en ninguna de ellas se podía ver a algún miembro del ejército Peruano ultimando a los miembros del MRTA que fueron asesinados cautivos. De haber llegado, tal vez, unos minutos antes mi suerte pudo haber sido la misma que corrieron los jóvenes del MRTA.
Se compara mi vuelo con el realizado por el piloto alemán que aterrizó en la plaza de Moscú, la verdad es que, a parte del minuto de fama que esta acción representó para mí, son más los sinsabores y las pérdidas materiales las que esta acción hasta hoy me han traído.
En todo caso no me arrepiento, y creo que si volviera a vivir haría lo mismo, sólo que esta vez procuraría tener unos cuantos rollos más”.
Espejos de arena y sal
“He tenido la dicha de poder volar en otras latitudes, principalmente de América Latina y sin duda este lugar de cuidado.
Volar en un desierto es un tema que requiere mucha disciplina y precauciones. El desierto, que es una gran extensión de tierra comienza a calentarse desde que sale el sol y pocas horas después, de la tierra se desprenden las llamadas corrientes “térmicas” que no son más que remolinos de aire ascendentes que pueden llegar a ser peligrosas para nuestra frágil aeronave. Es por esto, que debes estar muy atento a las condiciones locales y generales meteorológicas. Por lo general no volamos más allá de las 11 p.m. La altura es otro tema que debemos tener muy en cuenta, ya que por cada 1000 metros la temperatura desciende 3 grados y la potencia del motor se ve seriamente disminuida”.
“He tenido la dicha de poder volar en otras latitudes, principalmente de América Latina y sin duda este lugar de cuidado.
Volar en un desierto es un tema que requiere mucha disciplina y precauciones. El desierto, que es una gran extensión de tierra comienza a calentarse desde que sale el sol y pocas horas después, de la tierra se desprenden las llamadas corrientes “térmicas” que no son más que remolinos de aire ascendentes que pueden llegar a ser peligrosas para nuestra frágil aeronave. Es por esto, que debes estar muy atento a las condiciones locales y generales meteorológicas. Por lo general no volamos más allá de las 11 p.m. La altura es otro tema que debemos tener muy en cuenta, ya que por cada 1000 metros la temperatura desciende 3 grados y la potencia del motor se ve seriamente disminuida”.
Habitante del cielo
“Soy padre de tres hijos. Sembré más de un árbol, creo que escribir un libro y terminar mi proyecto en el desierto de Atacama pueden ser mis próximos objetivos.
Pronto cumpliré 50 años, amo la fotografía y volar es la última cosa que espero estar haciendo cuando la llegue el momento de vuelo final”.
“Soy padre de tres hijos. Sembré más de un árbol, creo que escribir un libro y terminar mi proyecto en el desierto de Atacama pueden ser mis próximos objetivos.
Pronto cumpliré 50 años, amo la fotografía y volar es la última cosa que espero estar haciendo cuando la llegue el momento de vuelo final”.