En medio de la flacidez del océano, con el bote cargado, ya de vuelta, queda un momento para el relajo. Puede ser el cambio de temperatura después de regresar a la superficie el que provoca el efecto o quizás la sensación de regocijo por la tarea cumplida. Lo que sucede arriba no sale de ahí, dice con el rostro sonriente, Luis Fernando Torres Hidalgo, conocido como la Lucha, 49 años, el único buzo homosexual con matrícula de Chile -repite lento la frase, remarcando las sílabas-.
A veces, agrega, no hay necesidad de moverse, pues el pausado vaivén del bote genera las condiciones, la necesaria estabilidad. La Lucha, con la voz más gruesa, evoca a Pinilla y dice que un caballero no tiene memoria.
A pesar de todo, el amor le ha sido esquivo. Por ahora nuestro amigo sigue buscando.
Son alrededor de las 10 horas de un día de semana. Puede decirse que la Lucha es una líder vecinal en la caleta Constitución, ubicada a 40 kilómetros al noroeste de Antofagasta, habitada por alrededor de 70 familias dedicadas a la recolección de algas y la pesca. Con 19 años en el lugar; su voz es respetada. La hallamos en medio de una discusión entre los vecinos por un problema doméstico. Nos invita a pasar a la casa de un pariente.
La casa es amplia y mantiene características de fonda. Hay un living, una barra, espacio para bailar y una radio con parlantes que chisporrotean luces como platillo volador.
Lucha le da un sorbo a una taza con vino como si fuera té, y luego reconoce con entusiasmo que esperaba contar su historia. Dice que hace más de 10 años le contó su vida a unos alemanes que grababan un documental sobre exóticos homosexuales. Lo registraron buceando como un chungungo y luego medio desnudo. Abre los ojos y dice que los alemanes quedaron impresionados con su cuerpo fibroso. Exhibe un bíceps. La pelota bajo la piel demuestra que a pesar del desgaste mantiene su físico. El trabajo y la comida que nos regala el mar, alardea. “Las mujeres dicen que soy una pérdida”, agrega.
El video alemán ha sido su única experiencia con los medios. Sentado en el vértice de la mesa cubierta por un hule rojizo, la Lucha se imagina dentro del rectángulo de un televisor. “Quizás me vieron en Holanda, España; no sé dónde”, pone el codo en la mesa y afirma la cabeza con el puño.
Bebe otro sorbo de vino y enciende la radio. Admite que le gusta todo tipo de música.
-Soy la reina del baile de aquí- vocifera buscando complicidad con un par de mujeres que le siguen dando vuelta al problema de la irrupción de gente atraída por el auge del alga. Las mujeres ni lo miran.
La Lucha cuenta que su afición por el baile, lo llevó a danzar en un circo de transformistas que pasó por Antofagasta. “Fue una experiencia breve, pero intensa”.
Si quieren saber más de mi, acompáñenme. Al ver que caminamos con ella, los vecinos que antes reclamaban ahora ríen. La Lucha, alegre, dice que tiene para todos los gustos.
Mal de amores
Luis Fernando, de rostro macerado por el sol y el agua salada, es hijo de un pescador de Antofagasta conocido como el pejesapo chico. Vivió su infancia en la población José Miguel Carrera de esa ciudad. Nunca estudió, pero aprendió a leer, escribir y algo de matemáticas; así que no le pasan gato por liebre. Mientras caminamos por una piedras en dirección a una poza donde hay pulpos, recuerda que se transformó en homosexual por el abuso que recibió de un pariente cuando tenía un poco más de nueve años. Una vez que alcanzó su adolescencia ya tenía clara su opción. “Alguna vez estuve con una chica y no me gustó; al final me formaron el gusto por los hombres”, dice gesticulando.
Confiesa que ahora no tiene pareja. Su último amor fue un personaje conocido como el chico Eliseo, con quien vivió 7 años. La Lucha recuerda: “Nos peleábamos por celos, era patético. Todos se enteraban. El trago nos complicaba”.
Luis Fernando reconoce que es alcohólico. Bebe al desayuno y por la tarde; en medio come. Dice que el contexto idílico de la caleta de algún modo lo contiene. La otra excepción es cuando sale al mar para sumergirse; ahí debe estar con los cinco sentidos.
En la ciudad era distinto. Se perdía bebiendo en la población; a veces terminaba mal. La tentación de la droga estaba a la vuelta de la esquina. En consecuencia dice que se trajo a unos sobrinos que como él estaban en riesgo.
En Caleta Constitución sus sobrinos, que ahora bordean los 20 años, no estudiaron; sin embargo aprendieron a ganarse la vida a través de la pesca o el alga.
pies de chango
Con ambos pies en el agua, explica que la existencia de estrellas de mar son indicios que tras las piedras, en pequeñas cuevas, viven pulpos. El mar está alterado por efecto de la marejada. Luego Luis Fernando regresa a una roca más segura, mira al horizonte y dice con la voz ronca que la caleta ofrece una vida incomparable. Sobre una piedra levanta una de sus piernas para que le veamos la planta de los pies. La Lucha cuenta que no utiliza calzados desde hace 10 años, pues aquí no son necesarios. La piel de las plantas de sus gruesos pies parece lija. Puro callo. Luego se saca la camiseta para recoger algas.
Enumera que es un lugar tranquilo; que todos se conocen; que se puede vivir del mar; que se puede trabajar a cualquier hora y que ahora están pagando demasiado bien por el alga y eso atrae afuerinos.
El sueño de la Lucha es abrir un restorán pues en caleta Constitución, no hay donde comerse una empanada de queso-loco, por ejemplo. Recuerda que cuando los milicos hacían campaña por ahí cerca, hace más de cinco años, el preparaba 200 empanadas de mariscos y las vendía todas. Sin embargo lástima le provocaban los pelados, dice, pues como todos en la isla era testigos de los aporreos.
Se reconoce con un talento especial para la comida. Su especialidad es el sudado de cabinza en envase de vino blanco tetra brick. Preparación: cortar la cabinza en trozos. Sacarle las espinas. Luego calentar a fuego lento el pescado en la caja con el vino blanco, perejil, ajo, pimienta, cebolla y tomate. Una vez listo, para dentro. La idea es sudar.
La Lucha regresa a la poza del pulpo esta vez con un fierro. Mete el fierro y extrae al octópodo. Empanaditas pulpo-queso, dice sobándose la guata.
Foto: Sebastián Rojas.