Dentro de unos minutos me haré un tatuaje. El tatuador me pasa una prestobarba y luego calza el bosquejo en el cuero humedecido por un antiséptico. Es un fragmento de Guernica, el cuadro de Picasso, pintado en blanco y negro. El dibujo es de un caballo herido.
Estamos en una convención de tatuadores; es viernes y son las 14 horas. Milton Alvarez, el tatuador, con la vista fija en el dibujo explica que se tomará su tiempo para que el resultado sea óptimo; por lo menos tres horas. Cancelo algunos compromisos.
El señor marcará con agujas alrededor de 15 centímetros en un trozo de carne entre el hombro y el brazo; y luego sombreará. Milton, con casi 20 años de experiencia rotulando la dermis, inserta las agujas en las maquinitas. Son tres artefactos con distinto alcance y todos emiten el mismo zumbido de abeja con alas metálicas. Basta decir que es la primera vez que me tatúo. Espero un pequeño dolor.
Una bocanada de aire helado entra por una ventana abierta. Suena una mezcla de sonidos punk y ska por una radio que parece robot enano. En el salón caben 12 tatuadores; en su mayoría tipos silenciosos y observadores de lo que ejecutan sus colegas.
Al lado de Milton, hay un artista peruano que dialoga con un cliente. Más allá un tatuador boliviano experto en rostros. El único que ha iniciado su trabajo es un grueso argentino de vientre puntudo, que marca con devoción la espalda a un chico que no expele ninguna mueca. Milton dice que el chico es valiente y que el argentino parece embelesado.
Luego Milton estornuda, se para de la silla y cierra la ventana. Esto dolerá un poco, dice entre risas. Ahora un concentrado Milton inicia su trabajo.
el tatuador
Milton Alvarez, diseñador gráfico de profesión y egresado de la desaparecida Universidad José Santos Ossa, comenzó a tatuar el año 1994. “De a poco me fui suministrando de equipos. Algunos los importé u otros los armé de diversas piezas”.
El señor es reconocido como uno de los precursores de este tipo de arte corporal en Antofagasta. A estas alturas lleva más de mil tatuajes. En lo que va corrido del año suma alrededor de 60 tatuajes; el fragmento de Guernica sería algo así como su dibujo número 61.
Milton Alvarez desarrolla un trabajo formal en el Surgam. Sin embargo dedica los fines de semana a los tatuajes, en una habitación que acondicionó como estudio en la casa que comparte con su señora, frente a la playa Llacolén. Se reconoce cuidadoso con la higiene y detallista.
El pulso es clave. En consecuencia dice es necesario estar concentrado en el proceso.
Su clientela es variada. Llega todo tipo de personas, dice, mientras con la aguja machaca la piel. En un par de minutos el dolor se asimila; sin embargo es el principio. Vienen horas de pequeñas perforaciones. El suplicio tendrá momentos altos.
Milton me afirma el brazo y pide que hable sin mover el cuerpo. Explica que las zonas erógenas o con terminaciones nerviosas son las que provocan más dolor. Sin dolor no vale la pena, dice. Los tatuajes en el pecho son los que duelen más. El vecino peruano ya tiene trabajo. Un chico de gorro oscuro y barba pelirroja se tatúa un duende en el muslo. El chico está impertérrito. A pesar de todo, nadie de los presentes se queja.
Milton aparta la máquina del brazo y cambia agujas. Siento la piel palpitar; los contornos del brazo permanecen enrojecidos. El caballo atormentado que inmortalizó Picasso, para narrar los horrores de la guerra civil española, está grabado en mi extremidad. Ahora vienen los detalles.
vieja escuela
Entiendo que este trozo de Guernica no es un tatuaje común. Uno de los organizadores observa la figura y acto seguido pregunta si se trata de un dibujo de Milton, quien me mira de manera cómplice. Milton le explica sobre Picasso. El organizador mueve la cabeza en señal de afirmación y le pide a Milton que participe con éste, en la competición “old school” o vieja escuela.
Milton me cuenta que su tesis en la carrera de diseño la hizo sobre las interpretaciones de la pintura “Las señoritas de Avignon” de Picasso. En el caso del equino de Guernica, los trazos no son complicados. Son cerca las 17 horas. La obra comienza a tomar forma. Milton dice que no es común un tatuaje de un pintura famosa. Comenta que el tatuaje más raro que hizo es una cabeza de dragón; el diseño era de la persona.
-¿Y si alguien te pide tatuarse el rostro de Pinochet?
(Silencio) -Lo hago; soy profesional.
Milton, sin perder la vista en la composición, dice que ha tapado esvásticas con tatuajes.
Una mujer le pregunta por el valor de un dibujo maori para su marido. Milton, en su sector, expone un par de revistas. La mujer dice que le pagará el tatuaje a su pareja con tal que se borre el nombre de una pareja anterior escrito en su pecho. Milton detiene la máquina, mira a la mujer y le dice 90 mil pesos. Es un tatuaje grande que por lo menos le ocupará 6 horas. Seguimos.
Tengo la piel irritada. Arde. Cada 15 minutos me lava el sector. Me dice que queda poco. Las últimas marcas son las más dolorosas. Suelto alguna mueca. A las 18 horas el trabajo queda terminado. Milton Alvarez le saca fotos al tatuaje y las sube a su Facebook. Ahora viene el cuidado del rocín de Picasso. Por 10 días un tratamiento con agua caliente, jabón hipoalergénico y una crema. A mediados de junio estará listo.