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El debut de la actriz de 1,30 cms.

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“Tú eres enana; se burlarán toda la vida de ti”. Eso le dijo su padre cuando despuntaba los cinco años y comenzaba a agrupar miradas.
Aunque la frase suene despiadada, Claudia Soto Honores, 26 años, egresada de trabajo social en la Universidad de Antofagasta (UA), soltera, la agradece.  Ella debía curtirse para convivir en una sociedad que apunta lo anormal.
“Nunca me escondí”, afirma con tono seguro. Acepta que hubo etapas más difíciles que otras; algunas henchidas de rebeldía.
Claudia es la menor. Tiene un hermano con el que se lleva muy bien, reconoce. Ningún miembro de su familia detenta la anomalía del enanismo; tampoco hay antecedentes anteriores.
Levanta los hombros y dice que nació de esa manera.
Claudia declara que no anda con miedo por la vida y por esto aceptó el desafío de actuar.
La mujer de 1 metro 30 centímetros de estatura ensaya por estos días para su debut en el teatro.  Claudia encarnará a Nabora, en la obra “Los Trenes se van al Purgatorio”, de la Compañía de Teatro de la UA y basada en la novela de Hernán Rivera Letelier.
El montaje -financiado por el Fondart- se estrenará a mediados del próximo mes en la sala Pedro de la Barra y marcará el debut como actriz de Claudia. La novela hace referencia a un enano, sin embargo aquí se adaptó el personaje para ella, explica el director Alberto Olguín Durán.
El enano original de la novela se llama Nabor, que es un payaso brotado de algún circo del desierto. Hernán Rivera Letelier, se rascó la pera y con su voz pegajosa dijo como Moisés en el desierto que Claudia, debería ser Nabora. Dicho y hecho.
El personaje de Claudia, dice Olguín, en la obra padece el escarnio por su condición. Claudia, sonriente, dice que suena gracioso que ofendan a Nabora. Le dicen enana y una suma de palabrotas. Así es el guión fundamentado en la novela.
Con el rostro ladeado la mujer con similar estatura a un niño de 8 años, admite que saborea el show. Bajo una de fotografía de Pedro de la Barra, dice que le gustaría aprender más teatro.

Llegó a pesar 70 kilos
Claudia se sube a una silla y comienza a revisar el vestuario en la vetusta sala de Condell esquina Baquedano. Por lo menos aquí tengo silla, habla con un tono suave.
La estatura le juega en contra cuando, por ejemplo, cobra un cheque en el banco. Los mesones superan el metro y 50 centímetros; de esa manera ella depende de la buena voluntad de la cajera. A veces la ayuda el guardia.
Ha firmado cheques hasta en el suelo.
En contrapunto está la buena intención de los conductores de la locomoción colectiva. Muchas veces  la llevan gratis en los autobuses. “Me pueden confundir con escolar”, afirma tocando su rostro sonriente.
Se reconoce como crédula, a veces demasiado. Entiende que su condición genera interés. Ella lo asume hoy con simpatía; aunque hubo momentos difíciles cuando llegó a pesar alrededor de 70 kilos. Actualmente pesa 30 kilos.
Dice que no se preocupó y engordó. No se podía mover; incluso tenía problemas para ir al baño. Su familia fue fundamental en este proceso. Puede decirse que para alcanzar tal punto de obesidad influyó una baja autoestima. El problema derivó en una cirugía, o sea un bypass gástrico.
Luego recuperó su peso normal que mantiene. Reconoce que hoy no come mucho, sin embargo no se le quita su delirio por los chocolates. Saca un bombón y se lo come. Me ofrece uno.
El actor Jorge González pasa por el lugar y la saluda con pasión. Claudia dice que nunca se imaginó en el teatro. Confiesa que desconocía los pergaminos de la compañía de teatro. Hoy se siente querida.
Otro actor, Omar Awad, pasa y bromea en doble sentido con Claudia. Ella se ríe.

Bohemia y amor
Claudia habla rápido cuando le interesa el tema. Le gusta platicar de su trabajo como garzona en la peña Café del Sol. “Conozco la bohemia antofagastina”, dice mirando hacia arriba.
Sin preámbulos afirma que una noche normal puede recibir de propina alrededor de 50 mil pesos. Y eso es poco:  en una noche buena puede alcanzar el doble. Ha salido hasta con un poco más de 100 mil pesos de propina.
Al negocio va mucha gente con plata, aunque no parezca, deduce.
Parece cómoda hablando del local nocturno. Mantiene buenas amistades. Puede decirse que también ha sido una ventanilla para conocer gente, y también para el amor.
Claudia se toma su tiempo para hablar del amor. Mira las paredes roídas, y reconoce que es apasionada; le gusta tomar la iniciativa. Acepta que se ha enamorado. Admite que han sido amores ocultos, pues sus parejas no se atreven a difundir la relación. “Tengo claro que se preguntan: ¿Qué pensarán mis amigos? o cosas de ese tipo”.
En consecuencia dice que no le gustan las personas superficiales ni quienes buscan el amor por la vista. “Me gusta que conozcan mi mundo interior, sin embargo la experiencia me ha aleccionado de no ser tan confiada”.
Hay otros personajes que sí se atreven. Claudia, sonriente, dice que algunos le insinúan algún favor sexual. A estas alturas ella ha entendido que despierta ciertas fantasías sexuales.
-¿Recibe muchas invitaciones?
Pone cara de duda. Piensa y luego responde: en general, aunque no parezco, hay muchos a quien le gustaría intimar con una enana.
-¿Y se proyecta como madre?
Claudia arruga el rostro en un gesto de ternura y dice que le encantaría. Luego agrega que le queda tiempo para conocer al padre de su descendencia.
La escenografía toma forma al interior del teatro. La idea es semejar a un vagón de tren. Nabora cruzará el carro varios veces. Se burlarán de ella.
 Claudia, dice que al igual que el personaje, los enanos deben tener la piel dura. “Es la vida que nos tocó”, dice la mujer con un gesto de resignación. Luego se maquilla y comienza un nuevo ensayo.



Foto: Sebastián Rojas Rojo.

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