Con una jarra de cerveza en la mano, el hombre observa a sus amigos y luego responde a este reportero con voz áspera: “¡Te estamos esperando, Yerko de la con…!”. Después de unas gesticulaciones obscenas, con risas entre medio, dedicadas al personaje de televisión, el festivo trío brinda. El shop se acaba. Con el revoloteo de una mano, llaman a la chica que atiende. Le hacen un gesto para que traiga más cerveza. La chica delgada, de pelo lacio y oscuro y que mantiene al descubierto las piernas, contesta con un señal de espera. De cada hombre pueden brotar dos y hasta tres chicas: hay un evidente contraste de peso y tamaño. Son pasadas las 21.00 horas del lunes, finales de julio, y en la shopería “Planet”, ubicada entre las calles Latorre y Antofagasta, se celebra algo.
“Siempre se celebra algo”, dice con voz fina una chica que nos trae un plato con restos de una chorrillana o algo parecido.
Por estos días en Calama, Yerko Puchento, el juglar farandulero, es una persona non grata para autoridades o para algún político busquilla. La opinión es divida en la calle. Algunos se lo toman con humor y otros, con gravedad. Lo habitual es que el nombre del personaje provoque una instantánea deformación en los rostros; algo similar como cuando alguien absorbe un limón. Yerko no interesa mucho en la ciudad de alrededor de 140 mil habitantes, donde a cada rato los aviones bajan y suben como un yoyo.
Yerko dijo que era un horrible pueblo de mierda.
Luego pidió disculpas.
La chica que nos atiende en la shopería, con la vista en otro lado, dice que la ciudad es como cualquier otra; la diferencia es que hay más hombres que mujeres.
El último censo reveló una cantidad similar de hombres y mujeres. Hay 69 mil 547 calameñas y 69 mil 175 varones.
Otra chica con un bikini celeste captura miradas. Ella se dirige a una mesa donde hay un moreno rudo de bigote mexicano parecido al actor Danny Trejo. Las miradas se cortan cuando la chica llega donde Danny. Nadie quiere pellizcarle la uva a Danny. Calama, a ratos, parece ciudad fronteriza mexicana. En la calle, el termómetro debe marcar menos de 10 grados; adentro, en la shopería, hay un calor húmedo parecido al hálito.
Puede decirse que parte de Calama vive sumergida en el trópico.
Pelo tieso
El parque El Loa es uno de los principales atractivos de la ciudad. Bordea el enjuto río más extenso del país. El agua está detenida en una suerte de embalses pequeños. A los costado hay una zona de camping. El lugar es idílico, básicamente al ocaso. En la tarde del lunes hay chicos bebiendo cerveza a un costado del río. Al otro lado, una familia toma té y come panecillos. Unos niños con uniforme de colegio se mojan los pies, bajo la mirada del papá.
Cuatro chicas caminan por el paseo; una porta una bolsa con cervezas. Dicen que a nadie le gusta vivir en Calama. La ciudad es sucia; hay basura en la calle. Coinciden en que es una ciudad hecha para suplir las necesidades de los trabajadores. De los hombres.
-¿Pero tiene su encanto escondido?
Las chicas se miran entre ellas y levantan los hombros.
Nathalies, la más locuaz, se toca el pelo y dice que por vivir ahí tiene el pelo chuzo y la piel se reseca, afirma mirando hacia un árbol.
Juan Fuentes, quien riega el pasto, reconoce que la afirmación de Yerko no es tan falsa.
-¿Cómo es eso?
El señor de rostro acentuado por las arrugas afirma sonriente que el opinólogo dice la verdad:
-La ciudad es fea, en comparación a la plata que hay.
La plata -dice el hombre- se ve en los autos que circulan.
-Véalos.
El problema de bañarse en el río, dice Juan Fuentes mirando al papá y sus hijas, es que está contaminado.
Un cartel verde dispuesto a un costado confirma las palabras del jardinero.
Calama de lujo
Las 18.00 horas es la hora del taco. Taxis colectivos, camionetas de mineras con banderines y voluminosos vehículos 4x4 coexisten en las estrechas calles. De repente se perciben cromadas motocicletas y autos de lujo.
Hay restoranes extraídos de Vitacura. Calama responde al turismo de negocios con una gastronomía de buen nivel. En la calle Granaderos, sobresale el restorán “Patagonia”, con cortes de carne de calidad, algunos exóticos, y una rebuscada cava de vinos. Para comer sushi, el “Osumi”, en la Plaza del Sol, es bastante conocido, zona que también alberga al restorán “Manhattan”, que entre otras especialidades propone un congrio a la tailandesa.
En la avenida Balmaceda, permanecen estacionadas, como naves espaciales en algún planeta seco de Star Wars, las edificaciones modernas como el mall, el edificio corporativo de Codelco, hoteles, supermercados, la Plaza del Sol y el casino.
Es poco, afirma convencido Alejandro, geólogo, para una ciudad que dice “le da de comer a todo Chile”. Alejandro vive en Santiago, pero viaja de manera semanal a Calama. Integra la insondable población flotante de la ciudad.
Ciudad de hombres
En la periferia de Calama, hay zonas de encanto natural, como las arboledas en las cercanías del cementerio o el sector Ojo de Apache, cuyos alrededores lamentablemente mantienen basura, según Osvaldo Rojas, investigador y director del museo. Las parcelas de avenida La Paz son otro sitio para ver en este city tour.
La historia de la ciudad está concentrada en el museo que armó Rojas, por iniciativa propia. El museo se encuentra a un costado del Parque El Loa y exhibe desde dinosaurios hasta cajetillas de cigarros, pasando por objetos de la Guerra del Pacífico.
-¿Y qué piensa de lo que dijo Yerko?
-Es una opinión personal, no hay que darle más crédito. Seguir hablando de él es agrandar su imagen.
Rojas, de hablar pausado, dice que Calama es una ciudad donde confluyen identidades de la pampa salitrera, del minero del cobre y de la inmigración andina.
-¿Cree que Calama tiene una deuda con las mujeres?
Rojas piensa, se toma la barbilla y declara que las críticas a la ciudad pasan en ese sentido, pues es un área de trabajo. “Somos una ciudad minera de importante presencia masculina y eso incide en la forma de vida de la ciudad, especialmente en lo que respecta a la bohemia que es muy visible”, dice.
Shopería tropical
En general la ciudad es chata, pero tiene su encanto, dice convencido Juan Fuentes, el jardinero.
Yendo de norte a sur hacia el centro, la ciudad cambia de piel. La dentadura urbana se compone de shoperías, restoranes y comercio diverso. Todo llega a la peatonal Ramírez, que es el centro nervioso. En el medio de la peatonal hay dos estatuas, ambas de cobre. La más llamativa es la de un perforador que está sobre una fuente de forma singular, que muchos comparan al formato fálico.
Un señor se ríe cuando pregunto por su opinión de la fuente. Dice que en todo Calama piensan lo mismo.
La noche aparece en las puertas luminosas. Chicas se pasean ligeras de ropa, por las calles Latorre y Vivar. Grupos de hombres buscan donde beber. Alguien recomienda el local Caruso.
Decidimos por la shopería “Planet”.
Entramos.
El DJ habla por el micrófono y pone música al interior. Lucy, la regente, observa como capitana desde la barra. El DJ es el alma de la fiesta. A ratos, salta. Baila. Repite que es una noche de fiesta en “Planet”. Su energía contrasta con el relajo de la mayoría de los parroquianos, que parecen concentrados en el diálogo. Por ahora nadie baila. Hay chicas que dialogan con los clientes.
Suena un tema de Romeo Santos.
Sergio, el DJ, baja de su aposento luminoso y nos saluda. Le preguntamos qué piensa de los dichos de Yerko.
El chico, que no supera los 30 años, dice que no conoce a Yerko. “Esto es otro mundo”, afirma seguro, y regresa a la caseta eléctrica.
La noche continúa.
Foto: Sebastián Rojas Rojo.