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La mujer que vive al interior de un árbol

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Trepa rápido como una ardilla pues conoce casi de memoria cada rama de este pino medio chato de la avenida Brasil. Algunas ramas son frágiles; le advierte a Seba, el fotógrafo, que repta de manera atolondrada detrás de la mujer.
Ella parece un mico y Seba algún primate grande y delgado. En un par de segundos la mujer y el fotógrafo están al interior del arbolito; comienza la sesión.
El pino parece resistir bien. Es un árbol fuerte, dice la mujer con voz aguda.
Seba apunta rápidamente con su cámara, le roba una fotografía. Vienen más.
La sonrisa de Janette del Pilar Napoli (43 años), dos hijos, es desdentada. El cuadro puede parecer triste si uno suma sus pequeños ojos enrojecidos, sin embargo la mezcla genera encanto; un encanto tierno. Vivir en la intemperie no parece ser un problema para ella; dice, convencida, que disfruta de la libertad.
Para ella la libertad es la calle. Hay que hablarle hacia arriba. Está a un poco más de dos metros. A ratos no parece escuchar bien.
-¿Qué atractivo tiene la calle?
Piensa. Hace un capullo con sus dedos y luego se rasca rápido la pera. Responde que no está atada a nada y eso es un deleite. Se ríe.
-¿Pero no pasa frío?
Dice que si se enferma va al hospital; pero que nunca se resfría y que está curtida.
Janette de un metro y 33 de estatura se acomoda en una silla. Adentro, hay papeles de diario, ropa, bolsas de supermercado y un paquete de galletas. El hueco está limpio y parece ordenado excepto por la posición de una silla. El interior del árbol semeja algo así como un útero. El ramaje es espeso. No entra mucha luz; hay poco ruido. Parece un lugar acogedor, pero no caben tres.
Este periodista pesa alrededor de 90 kilos; un poco más de la suma de los pesos entre Seba y Janette. En consecuencia cualquier intento acabaría con el equilibrio.
La pequeña mujer no tiene idea cuánto pesa, pero calcula que no son más de 40 kilos.  Reconoce que come cuando le da hambre y eso es relativo. La alimentación no es un problema, dice. Luego muestra el paquete de galletas. Ofrece una galleta a Seba. El fotógrafo parece más preocupado de buscar el equilibrio. Hay que saber sostenerse allí adentro; hay técnica, dice Janette con una leve sonrisa dibujada en el rostro.
Janette luego se pregunta por qué razón la gente come tanto. Dice que si comieran menos, podrían habitar dentro de un árbol, como ella.
-Señora, pero en Antofagasta lo que menos hay son árboles; usted es una afortunada.
Mueve la cabeza. Dice que es del sur y que cuando niña jugaba a armar casas dentro de los árboles. Entiende que aquí es puro desierto, pero no se considera afortunada. No le gusta la palabra afortunada. Dice que la suerte le ha sido esquiva.
Luego exhibe su dentadura.
La carencia de dientes es efecto de los golpes de su anterior pareja. El tema no parece acomodarle; el rostro le cambia. Las arrugas cuentan días de sufrimiento.
siesta en el árbol
Para ser exacto, ella no vive en el árbol. Vivía. Janette reside en un ruco junto a su actual pareja por el sector de la Diagonal Sur. Reconoce que no pasa frío. El problema es su pareja que bebe como si mañana terminara el mundo. Por lo menos este señor no le pega.
Sin embargo Janette pasa gran parte del día en la avenida Brasil, en el árbol La diminuta mujer que nació en Cartagena, Quinta Región, se gana la vida limpiando y cuidando vehículos en calle Aconcagua, entre Carrera y O’Higgins. La conocen en el sector. La casa en el árbol está cerca. En realidad uno imagina un árbol más robusto, pero es un pino pequeño, chato, que con suerte alcanza una poco más de dos metros. Lo mejor del árbol es su sigilo.
Dice que gana lo justo durante el día. Trabaja en la mañana; luego descansa y duerme siesta al interior del árbol -eso es sagrado-, y sube al atardecer.
Sin embargo en ocasiones pasa la noche al interior del pino. “Antes lo hacía con más frecuencia, no obstante los pacos se han puestos más jodidos, y te botan”. Por esa razón, Janette prefiere subir al ruco en la Diagonal Sur.
-¿Y algún callejero le ha querido quitar el pino?
-No. Los de por acá, saben que el pino es mío; además que por peso no aguantaría a personas más gordas y grandes.
 -¿Señora, pero también su pino puede ser utilizado como motel?
Janette suelta una risa tímida. Luego afirma que los amantes quedarían con la espalda rasmillada. Saca un ramita y le dice a Seba que la toque. Seba dice que es como lija. No caben, es el juicio tajante del fotógrafo, luego de observar y medir.
-¿Y su pareja, no se ha creído Tarzán?-
Aclara que no tiene nada de Jane. Se mira y ríe. Que ella es Janette de Cartagena. Y que el marido a veces se sube, pero mejor que no lo haga pues anda siempre medio mareado, al filo.
Patos yecos
Ver la vida arriba desde arriba de un árbol, dice la mujer, es una experiencia inigualable. Uno puede ver lo que sucede afuera, sin que te miren. Dice que es esa una ventaja, lo otro es estar en contacto con la naturaleza. “Uno está sobre un tronco, que surge desde la tierra, es como mágico; como los cuentos de hadas por eso, a pesar que la gente diga que soy de la calle; más bien yo soy de la tierra y el aire. Lo siento de esa manera”, afirma.
-¿Y nunca le defecó cerca un pato yeco?-
Un haz de luz se filtra entre las ramas y cae justo sobre el rostro de la mujer. Seba celebra aquel momento y fotografía.
Respecto al pato yeco, nuestra protagonista dice que los conoce desde lejos. No son aves de pinos chatos. Luego Janette hace el sonido de un búho; por lo menos dice que ese sonido lo siente más cerca, especialmente después del atardecer. Levanta las manos y dice que aparecen las aves. Los gallinazos también anda por ahí cerca.
Un auto se estaciona en Aconcagua. Janette se descuelga rápido del árbol y pisa la tierra.

fotos: Sebastián Rojas Rojo  


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