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Channel: En la frontera
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Así nació el apodo niño maravilla

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Dos adolescentes del mismo liceo se habían suicidado en Calama, en una situación que llevaba a elucubrar la posibilidad de una secta. Mientras los chicos se colgaban, otro deslumbraba en las calurosas tardes del domingo, en el estadio municipal. La nueva joya de Cobreloa, Alexis Sánchez, de 17 años, le daba un respiro a una ciudad trastornada por la gran mudanza de los habitantes de Chuquicamata hacia Calama. El arrogante campamento minero se encajaba en Calama, como  flamante bloque Lego sobre una plataforma media deforme.

A Juan Andrés, periodista del nuevo diario de Calama, le entusiasmaba la idea que los suicidios fueran por efecto de la mudanza;  por lo menos eso intentaba convencer a Enrique, en la lustrosa barra del bar El Mexicano. Enrique quería hablar de lo extraña que le parecía Betty, la regente del bar. Le daba la impresión que la mujer pasaba por algún problema. Esta vez Betty saludó con una mueca fría a Enrique, quien había llegado media hora antes que Juan Andrés, y con ese detalle el hombre armaba una teleserie en su cabeza.

-Algo le sucede; no puedo asegurarte de qué se trata pues todavía no quiere hablar. Le hice una seña y dijo que esperara. Quizás más rato se acerque. Creo que fue por algo que me contó antes de ayer; dijo que conocía a la familia del chico que se colgó en el colegio. Vivían cerca. Estaba impresionada. Ayer no pasé por aquí. Mira, puede ser que tenga que cerrar el local, cuestión que sería terrible para nosotros. Imagínate negro qué haríamos sin esto.       
Juan Andrés miró el trasero a la mesera que si parecía alegre. La canción Slither de Velvet Revolver que llenaba el bar no acoplaba con el meneo de la mujer. Ella cantaba la camisa negra, la canción de moda. Juan Andrés no quiso hacer el ejercicio de meterse en la cabeza de la mesera, como la hacía su compañero, pero dedujo que la chica no estaba cómoda en el que podría ser la única shopería que tocaba rock en Calama. La chica estaba en otro lado.  
 Un shop y medio de ventaja le llevaba Enrique a Juan Andrés y eso era bastante al momento de ampliar las percepciones.  En consecuencia Juan Andrés quiso terminar rápido con su primera cerveza de la tarde y alcanzar a su amigo, pero Enrique iba más rápido y a la vez aumentaba su curiosidad por Betty, cuestión que no cambiaría hasta que ella se acercara y le diera la esperada respuesta. 
Era pasadas las 19 horas, demasiado temprano para irse a encerrar a la pensión.  Juan Andrés y Enrique integraban el grupo de periodistas del nuevo diario; compartían la condición de ser solteros y bordear los 30 años. Salieron de la misma universidad hacía un par de años y éste era su primer trabajo estable. No fueron muy amigos en esa época ni pensaron que el destino los iba a unir en Calama, pero ahora estaban ahí; esperando que la empresa los pusiera en otro lado.  Para Juan Andrés, como le gustaba que le llamaran para darle más fuerza a su apellido común, era un reencuentro con Calama. El periodista se había criado en la ciudad. Sin embargo por lo único que sentía orgullo era por Cobreloa. En los últimos años el equipo no había andado bien y eso era un problema no sólo para Juan Andrés sino que para Calama. Los triunfos en el fútbol solían ser la única alegría en una ciudad que no parecía tener más obligaciones que trabajar, beber e ir al estadio.
Puede decirse que Cobreloa era el barómetro emocional de Calama; el sistema nervioso.
Los calameños sentían nostalgia de los subcampeonatos de la Copa Libertadores de los años 1981 y 1982. Luego apareció Marcelo Trobbiani, un 10 clásico, quien arribó como campeón del mundo con Argentina en el año 1986. Fueron los años dorados de Cobreloa; tiempo en que Codelco apoyaba de manera directa al club. José Sulantay, en los noventa, entregó un par de campeonatos hasta desembocar en los torneos cortos de los 2000, con triunfos de los DT uruguayos Garisto y Nelson Acosta, bajo la batuta en la cancha del fallecido Fernando Cornejo.
Ahora el niño flaco de 17 años regresaba el brillo de antaño a los domingos. Los calameños se reencontraban con un jugador distinto. De Trobbiani que no se veía algo así. A diferencia del argentino, el niño era moreno y de la zona; eso gustaba. Corría como desesperado cada pelota y no parecía hacerlo por dinero, sino que lo suyo salía de adentro con la ingenuidad de un cabro chico jugando a la pelota. El niño se divertía.  Alexis hacía ver viejos a los defensas, los humillaba y por ese le pegaban; a ratos volaba y ese dolor llegaba hasta la guata de los espectadores que a esas alturas se sentían los progenitores del pequeño genio.  El cabro chico se paraba, reía y seguía  jugando. Venían los aplausos de los forofos. A veces se engolosinaba demasiado con el balón y terminaba enredado como pulpo y eso indignaba al pelado Acosta, el entrenador, que levantaba la mano y floreaba al aire una sarta de garabatos. Al final quedaba la impresión que él solo: Alexis Sánchez, el niño del  desierto, con su uniforme naranja, cabeza erguida, cuerpo medio encorvado hacia delante, flaco, duro, sonriente y con la capacidad de mantener a miles de espectadores pendientes de él, por si solo podía ser capaz de derribar a los monstruos de Santiago.
Entonces Alexis era una pequeña reivindicación de la provincia; pero era cuestión de tiempo que la capital lo absorbiera y eso lo tenía claro el pelado Acosta, quien ya lo había recomendado pues sabía que el cabro chico se transformaría en un crack.  
La mesera, delgada, algo rubia, con su escote profundo sobre pechos pequeños pero bien formados y faldita breve les renovó la ración de cerveza. Enrique volteó a mirarla con la idea de llamar la atención de Betty.
-Se ve triste, como que no quiere estar acá. No le debe gustar la música ni nosotros ni esos que le miren las tetas – Juan Andrés apuntó a unos parroquianos que esa tarde no parecían tener nada más digno que hacer que mirarle el culo a las meseras y hacer gesticulaciones obscenas.
Y Juan Andrés continuó: -Debe ser triste para ellas que todo el rato te miren. No sabe que nos buscamos las tetas sino el corazón (rió). Betty se aprovecha de estas chicas pobres del sur. Las debe traer engañadas; que aquí hay riquezas y después las pobres sino se aseguran con un minero con plata o regresan o se transforman en putas-
Enrique revisó su teléfono (esto comúnmente lo hacía cuando estaba ansioso y en consecuencia no estaba pendiente de lo que hablaba su amigo)
- Tú sabes que aquí cualquier mujer blanca y algo rubia es considerada cuica –dijo Juan Andrés, mirando a una de las chicas. Le hizo un gesto a la chica por una cerveza y ésta correspondió con el mismo gesto.  
-Espera-interrumpió Enrique.
-¿Cómo te llamas? –preguntó Juan Andrés frotándose la barbilla.
-Perdita- dijo la chica marcando las sílabas.  
-No te conocía, supongo que hace poco trabajas acá- dijo Juan Andrés con la cabeza ladeada y una sonrisa que se deshacía lento.
-Llegué esta semana, éste es mi cuarto día en Calama- dijo Perdita mientras le servía un shop.
-¿Y te gusta?- dijo Juan Andrés bajando las cejas.  
La chica lo miró sorprendida como sabiendo que el hombre que ahora  le ensartaba los ojos sabía con antelación esa respuesta.
-Hay que acostumbrarse, dijo la mujer.
Juan Andrés no alcanzó a decirle gracias. La chica se fue a atender la mesa de los depravados que pidieron más cerveza.
-Fíjate en Betty está hablando por teléfono- dijo Enrique. Juan Andrés miró con desgano a la mujer, que parecía concentrada en una conversación. Otra meseras esperaba hacía minutos por un vuelto. Había una evidente desconexión entre Betty y el entorno.
-Tal vez está hablando con Juan Limón- dijo Juan Andrés. Ambos rieron.
Enrique creía que había un personaje detrás de los suicidios y ése era un tal Juan Limón, un moreno treintañero de rostro delgado que usaba cintillo a lo Axel Roses y un chaquetón oscuro y brillante tipo Neo de Matrix.  A Juan Limón le seguían adolescentes que vestían de negro. Se juntaban en una galería del centro donde vendían cartas Magic. A Enrique le mareaba la idea de un trasfondo social, y por último eso no iba a vender tantos diarios como la secta. El dilema era que la PDI todavía no hacía oficial el interrogatorio a Juan Limón. La madre del joven del último suicidio acusó que Juan Limón era amigo de su hijo y que esto lo había inducido a matarse. Enrique soñaba con revivir algo similar a la historia del chupacabras en Calama.
-Si Cobreloa con el niño Sánchez sigue jugando como ahora, seguro que pronto nadie hablará de los suicidios pues siempre se han producido. No son raros, tu puedes decirlo negro pues eres de aquí. Esto es como una bodega humana. Lo raro amigo –Enrique levantó la pera y habló mirando  los peces de ojos saltones del acuario que parecían mirarlos a ellos- es que este joven del liceo más pobre de Calama se matara en medio del patio del Colegio Chuquicamata; eso es impactante.-
-Tú crees que alguien le dijo que tenía que inmolarse- preguntó Juan Andrés con un tono socarrón.
-seguro- respondió Enrique.
Hace tres días un joven del Liceo B-10 saltó las murallas del colegio Chuquicamata, el más exclusivo y se colgó en el patio. El colegio quedó boquiabierto.  La ciudad seguía boquiabierta. Una semana antes otro joven, del mismo Liceo B-10, se había quitado la vida colgándose en un árbol de la rivera del río Loa. Juan Andrés llegó cuando los detectives le quebraban los huesos al joven para arreglar el cuerpo.
Los dos pidieron más cerveza.
-¿Cómo te llamas? Preguntó Enrique.
-Perdita Durango- contestó la mesera mirando a Juan Andrés.
-¿Y de dónde vienes?
-De un lugar que no importa, pero no terminaré de puta- repitió la mujer con una sonrisa dibujada en el rostro.
-Entonces yo soy Romeo Dolorosa- contestó Enrique.
-Supongo que la realidad es demasiado monótona para jugar a ser un pop star- dijo  Juan Andrés.
-Sí, entonces tú eres Fher de Maná por tu evidente sobrepeso.
Los  hombres rieron.
-Aquí hay un problema social, un resentimiento en ciernes –dijo Juan Andrés-, los jóvenes de Calama, que toda su vida han jugado a la pelota en la tierra, yo jugué en la tierra en una pasaje asfixiante y con la pasta base a la vuelta de la esquina, ven que los recién llegados de Chuquicamata tienen canchas de pasto en sus condominios.
-¿En serio?-dijo Enrique con una sonrisa creciente.
-En serio-respondió Juan Andrés.
-Mira Juan Andrés puede estar quedando la cagada ahora mismo con otro suicidio (Enrique miró a Betty), pero necesitamos  algo que haga visible el drama en Santiago, captar atención nacional ¿entiendes? una historia detrás de esto; de lo contrario estos cabros se seguirán matando y nadie dirá nada. Ah, Calama, dirán los guevones, y qué se maten todos esos paitocos. Tú lo sabes bien como periodista por esto Juan Limón nos cayó desde el cielo; Juan Limón el líder de algo así como una secta, pero secta al fin y al cabo, que llama a los chicos del liceo a matarse como una manera de protestar por la llegada de los chuquicamatinos, los niños ricos.
-No gueón; no creo que el asunto vaya por ahí –dijo Juan Andrés frente a la mesera, que cada vez estaba  más cerca de ellos.
Betty se acercó a Enrique y le dijo en voz baja que su sobrino estaba detenido en la PDI por los suicidios, y que por favor, no publicara nada en el diario pues su sobrino era inocente.
Enrique puso la mano en la muñeca de Betty. La apretó unos segundos y luego Betty se desprendió para regresar a la caja.
Juan Andrés por debajo le pegó un golpecito con el pie a su amigo.
Enrique le hizo un gesto a Perdita y pidió otro shop, el quinto.
-Creo que la salvación es Alexis Sánchez –dijo Juan Andrés-, el niño; él es la esperanza de los cabros. Acuérdate que pronto todos querrán ser como él y hasta se querrán cortar el pelo como él y hasta hablarán como él. El chico es un ejemplo positivo para los cabros que juegan a la pelota en la tierra. El próximo partido pongámosle un apodo en el diario que lo represente. Calama necesita algo así como un superhéroe que la saque de la mierda. Me gusta niña maravilla.



Playa Paraíso: Caribe hot en antofagasta

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A la mujer de quitasol marrón le molesta la música a todo volumen que emite una radio. La mujer, toda exasperada, se para y previo rosario le dice a su vecina que baje el volumen. Es mediodía en la playa Paraíso y sólo hay sombra bajo los quitasoles. La vecina, una morena algo gruesa, le baja de mala gana a la radio pero queda mascando palabras. Cuando la mujer voltea; la morena dice rápido como metralleta, pero en voz alta, que por ella se murieran todos los chilenos tal por cuales. La chilena se voltea y responde con palabrotas contra la colombiana. Queda la embarrada. Manotazos al aire espeso. Hasta que un par de morenos musculosos, colombianos, intentan separar al lote. Piden tranquilidad. A nadie le conviene que llegue el molesto radiopatrullas.
La arena está minada por latas de cervezas y restos de cáscara de melones. Hay moscas.
Las tardes de domingo en la Playa Paraíso a ratos son inquietantes. Cada centímetro de arena tiene su dueño; a veces chilenos y otras veces, colombianos. La playa artificial está en el medio de Antofagasta y acoge al grueso de los nuevos inmigrantes. Los colombianos bajan de los sectores altos del centro. Es un playa tipo anfiteatro; los fines de semana el agua está más turbia que de costumbre por la basura. No siempre se termina en riñas. Por el contrario, la mayoría de las veces los varones chilenos piropean a las colombianas, algunas morenas, sexys y coquetas, como Jenny y María. Las chilenas en la mayoría de los casos observan con indiferencia y hasta con arrogancia. Les incomoda que sus maridos o parejas distraigan la vista.
María y Jenny
María tiene 27 años es de Cali, Colombia, y  mientras parpadea con la rapidez de un aleteo de abejas, dice que la pasa bien en Chile. Ríe. Se para. María es voluptuosa, demasiado para la normalidad. Atrapa miradas. Su cola pesa. Dice que sus medidas andan por los 90, 70 y 110. Camina hacia el mar como si pisara huevos. Le gusta llamar la atención. Se lanza al mar suavemente, ante las sonrisas de unos chilenos con barriga cervecera que luego aplauden.
Seguro que su actitud molesta a alguna de las chilenas que observan la escena.
María ladea la cabeza y se estruja un mechón de pelo con las dos manos. Responde que no le interesa la opinión del resto y agrega, abriendo los ojos y con tono de una candidata en campaña, que los chilenos más se preocupan de la opinión del resto que de ellos, y al final la pasan mal.
-No generalice señorita, hay de todo en la casa del señor.
María pega la pera en el pecho y mirando con un ojo más abierto que el otro, dice que le gusta el país pues vive alrededor de siete años en éste y que se siente chilena y colombiana, a la vez. La mujer se explaya en sus novios chilenos y después en los lugares donde le gusta ir a bailar dentro de la bohemia caribeña en Antofagasta. Se echa agüita en el pecho y se zambulle al mar.
Jenny, morena de Cali, desde la playa observa a su amiga como juguetea en el agua. Jenny parece más introvertida en comparación con su amiga aunque habla con su cuerpo. Su cola sobrepasa con creces los 110 de María. Viene con flotador incluido señorita, le digo para quebrar confianzas. Hace un pequeño gesto de compresión del chiste. No habla sin que le pregunten aunque le gustan los halagos a su cuerpo.
-¿Usa hilo dental también?
-En ciertas ocasiones- afirma la morena.
Luego alaba la tranquilidad del país. No tiene ganas de regresar a Cali; para ella esto es algo parecido al Caribe.
-¿Cómo… al caribe?
-Esto es playa por lo menos.
-¿Pero en el caribe imagino que el agua es color calipso?
Jenny se queda en silencio.
Caribe chileno
Jenny y María nunca fueron al caribe colombiano. Alguna vez se bañaron en los alrededores de Buenaventura; donde la vegetación llega casi hasta la arena, asunto que Jenny llama: playas verdes. Son distintas las playas de allá, dice; demasiado. La temperatura es diferente; el verano es más caliente al igual que el agua. En Colombia, afirman, los perros no van a la playa. Jenny acariciándose la pera, afirma que aquí se trasladan las costumbres de la casa a la playa; a veces las malas costumbres como ensuciar.
-¿Pero a ustedes se les critica por bulliciosos y medios exhibicionistas?
-Pero es que venimos del caribe; allá es distinto, somos más alegres. Afirma Jenny.
-¿Distinto qué…?
-Tenemos más sabor (la mujer parpadea). No podemos dejar de ser nosotros.
Acusan que los chilenos necesitan de la cerveza para ponerse más alegres. La evidencia les da la razón. Al costado de Playa Paraíso está un supermercado Líder. El peregrinaje es constante hacia el centro comercial. Le digo que a la mayoría de los chilenos nos gusta ir, si es posible a la playa con un Coleman atiborrado de chelas y también a comer.
-¿Señora (le pregunto a un chilena) qué la parece el concepto de playa multicultural?
La señora voltea el rostro.
Playa Paraíso que no tiene nada de paraíso, a eso de las 18 horas de un domingo de verano hierve. Hay un choque de culturas; un choque deformas de vivir el verano

José, el memorioso

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Hay torres de papeles apilados y un colchón. Sobre el colchón de José Palma, 54 años, surge una hoja de cuaderno incrustada en un clavo. En la hoja se lee que a las 12 horas se inaugura una exposición en la biblioteca regional.  José sabe que a pesar que sea un lunes, será un día importante y en consecuencia estira con sus manos sus pantalones grises y después hace lo mismo con su camisa. José  abre la puerta de calamina de latón de su casa y baja, impecable, hacia el centro de la ciudad a cumplir con el ritual.
José Palma llega a las 10 horas a la biblioteca. Busca un diario y revisa la agenda cultural de hoy y de mañana. Anota. Luego el reportero se sienta frente a un computador y abre un cuaderno. Anota. El otro cuaderno lo mantiene a un costado de la silla.
La energía de José en ese momento está enfocada a recopilar datos de flamenco. José quiere aprender de Paco de Lucía, quien falleció hace un par de días. Transcribe de la pantalla al papel. Ignora cuántas libretas o cuadernos ha escrito. El cuaderno donde compone está destinado a la danza; incluso mantiene dibujados y coloreados los mapas de países y sus respectivas danzas.
El otro cuaderno es para las exposiciones de fotografía.  José dice que empezó con el reporteo hace 12 años, cuando dejó de trabajar de guardia de seguridad en la tienda Edus. Cuesta imaginarlo de guardia. Antes fue contador. Luego de reportear busca otras fuentes para nutrirse en el tema. Ahora está obsesionado con el flamenco. Podría pasar todo el día vertido en el flamenco. Podría pasar todo el día leyendo, sin siquiera alimentarse.
Anotar todo podría parecer simple, pero no lo es. Lo de José Palma parece el mundo de Funes el Memorioso, personaje de un cuento de Jorge Luis Borges.
El hombre a ratos habla con precisión de enciclopedia. Dice frases como que si un hombre no lee, no es nadie. Cada tanto, ríe. Si usted no lo conoce su risa puede desconcertarlo. Es una risa nerviosa. Ante la historia del flamenco dice que hay que saber para opinar. Dice que no cree que sus cuadernos despierten tanto interés. Luego ríe.
La cultura blinda a José hasta que llega la noche, aparece la oscuridad y el frío.
José de ojos vivaces y rostro algo estrujado por las caminatas bajo el sol, reconoce la custodia de doce años de actividad cultural. Todo en papel. En su habitación conviven diarios, cuadernos y bolsas institucionales. Sobre el colchón no hay sábanas ni menos frazadas. “Comparto con las arañas, como decirles que no”, dice con un hilito de voz que suena brutal.
La manía por la cultura lo hizo ganarse el cariño de artistas y gestores. A veces no llega ningún periodista a las actividades. Sólo está él anotando.
José sabe de flamenco, fotografía, literatura regional, folclor nortino, pintura, teatro, contabilidad. Le cuesta dormir. Dormir es distraerse de su mundo.
 José se ganó el respeto. Tiene entrada gratuita a algunos recintos.
Dice convencido que los antofagastinos debemos valorar la cultura local y después que venga lo nacional. Para el último festival de Antofagasta se acostó de madrugada después de anotar los show de artistas nacionales e internacionales. Reconoce que prefiere que lo asalten con un cuaderno con la actuación de un artista local.
 Suelta una carcajada cuando se imagina como un periodista de diario. “¿Mi nombre escrito como autor de una nota de una página del diario?”, repite. Vuelve a reír. Mira el diario y hace un no con la mano, como evidenciando un respeto religioso a la gaceta.
Los tótems  de papel que rodean su colchón se siguen elevando y pronto tocarán las calaminas. Quizás se vengan abajo y los papeles se esparzan por toda la habitación. Imposible que por privilegiar su bienestar José se deshaga de los  papeles pues son su compromiso de vida con la cultura, su religión.
El feto de José Palma compartía el vientre materno con otros dos. Él era el más fornido y por eso sobrevivió. No guarda recuerdos de su infancia, dice. Para seguirle la pista hay que saltarse al liceo comercial, donde estudió contabilidad. Egresó de quinto año. José es contador.
El amor no es tema, afirma mientras se toma con dos manos el rostro y ríe. Se le pasó el tiempo. José se reconoce virgen.
Puede decirse que hoy el hombre es un solitario y lúcido espectador del mundo. Anota. No parará de anotar. Dice que un hombre de cultura tiene  que ver e ir a todo. Ríe. Eso lo motiva: ir y ver todo. Explica que es una necesidad interna, profunda. Ríe.
Dice que sus padres fallecieron y que le dejaron la casa, más bien el terreno. En realidad son dos habitaciones de material ligero, un baño y un lavadero. No hay cocina. José arrienda una de las habitaciones y con ese dinero vive. El cuarto de José mantiene la puerta en malas condiciones; no cierra. “Paso frío como todo mortal”. La risa es automática. Le digo que Funes el memorioso, murió de una congestión pulmonar.
Los alrededores del lavadero están llenos de diarios; lo mismo el baño.  Hay bastante espacio por construir en la vivienda; quizás a ese terreno rodeado de calamina de latón de la calle Las Brisas, en la población Villa Esmeralda, pronto vaya a dar el registro de los próximos 15 años de cultura en Antofagasta.

Fotos: Sebastián Rojas Rojo.




Diosito está escribiendo un libro

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Silvia Rodríguez, morena de mirada tímida, tiene a su cargo cuatro guagüitas de mamás que van a trabajar. Dos guagüitas juegan en la puerta de la casa. La casa es rectangular y tiene el piso de madera. El techo es delgado. Son dos peldaños que separan la casa de la desnivelada calle de tierra. El baño está ubicado detrás de la casa, en otro compartimento. Hay que salir a la calle y luego escalar un poco para ir al baño. El techo del baño es más delgado que el de la casa; se evacúa casi a la intemperie. El baño de esta improvisada guardería es de pozo.
Los pelos son tiesos y las pequeñas manos mantienen una tenue película gris. Las sonrisas son amarillas.  El agua es escasa en el campamento. Los dueños de los bidones pueden considerarse reyes.
Hay alrededor de cinco perros alrededor de la guardería. Todos son delgados. Los canes son amigables con los niños. Los conocen. Hay dos chicos de cuatro y cinco años que juegan con los perros. Hugo Rodríguez, 80 años, 7 hijos, a quien los niños le llaman diosito, dice que los perros no muerden a los niños. Diosito vive al lado de la guardería. En un espacio entre la guardería y su casa, Hugo tiene un balancín. El balancín lo rescató del incendio que afectó al campamento de 50 familias. Parte de Aurora Esperanza, como se llama el campamento, ardió a finales de octubre. En cenizas quedó la biblioteca y sus tres mil 500 libros; y una pequeña plaza. De la plaza sólo quedó el balancín. Eran iniciativas de los vecinos. Hugo lidera a los vecinos de su sector.
Hugo sueña con recuperar la biblioteca. Recuerda que los niños hacían las tareas a ésta. Iban a leer cuentos.
Diosito dice que alrededor del 30% de los niños del sector desertan en la educación básica.
Hugo ha ocupado gran parte de sus días en labores de dirigente, su pasión. Hugo de ojos pequeños, rostro delgado y cuidada barba oscura que le imprime cierto aire de cantinero de cowboys, dice que el drama lo tienen las madres jóvenes con sus guaguas. Deben criar bajo la hediondez de los baños de pozo. Deben criar sobre piso de tierra con la amenaza que el polvillo enferme a las guagüitas. Ahora se viene el invierno y hay casas que tienen techo de malla, afirma Hugo.
La casa de Hugo está hecha de trozos de madera algunos verdes y otros amarillos. Los trozos están pegados unos con otros como parche. Los colores y  el balancín la hacen parecer una casa amigable. Por un costado del techo se asoma una antena de Direct TV. Hugo no tiene televisor, pero tiene la antena. La tele se le quemó, dice cabizbajo. La conexión se la regaló su hija, dice.
Desavenencias con su familia lo llevaron a vivir en el campamento, solo. Hugo vive con una pensión de 135 mil pesos. Dice que no hizo los trámites para acogerse como exonerado político.  Ha trabajado más por la gente, que por él.
Hoy no está trabajando. Su último trabajo fue como regente del boliche Molino Rojo de la calle Condell. Relata con entusiasmo que había disputas entre las chilenas y extranjeras. Conoció el quehacer de la noche. Ganaba bien. Aclara que nunca le dio privilegios a alguna chica.
Se aburrió de madrugar. No le dio el cuero.
 Hugo escribe un libro de su vida. Dice que 70 páginas de su libro se le quemaron. El televisor también se le quemó. Ahora volvió a escribir.
Sobre la mesa de casa hay carpetas. Las páginas del libro se las entregó a una vecina. No quiere que se le vuelvan a quemar. Al fondo de la casa, hay una pantalla de computador. El computador y el teclado también se derritieron. Un cachorro oscuro medio pelado que parece una foca, pasa entre las piernas de Hugo. Cuenta que el cachorro llegó enfermo y lo cuidó.  Hugo es el protector del campamento.
Declara que los niños lo bautizaron como diosito. Lo motiva que le digan de esa manera, diosito.
Hugo reconoce que gasta parte de su sueldo en comprar golosinas para los chicos. Hace poco le celebró el cumpleaños a uno de estos. Compró torta.
-¿No le molesta a las mamás, tanta cercanía que usted tiene con los chicos?
-Yo tengo 7 hijos, sé como criar a los niños. Nunca se me pasó por la mente hacerle daño a un niño.
Hugo le pide a Silvia que nos muestre el baño de pozo. La acompañamos.  Pascal de 8 meses y Eimy de un año y 6 meses se quedan en la puerta de la casa, vulnerables.
Después de unos minutos, los chicos siguen en la puerta de la casa. Cerca de ellos hay perros jugueteando.  

Foto: Sebastián Rojas Rojo.  

Danza con quiltros

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Si el chato aprueba, entonces usted podrá caminar con tranquilidad por sus dominios. El chato es un perro café claro, de hocico puntudo, tronco grueso y patas breves. El chato es el macho alfa de la manada. Al verlo queda claro que no es un perro que domina por la fuerza. Hay perros más grandes y fuertes que siguen al chato. Puede decirse que el chato es un líder espiritual. Sus actos lo consolidaron como un salvador de los perros.
Los cuatro puntos cardinales del territorio del chato están señalados con lavadoras viejas, televisores descuartizados, una moto enana que perteneció a un circo  y carcasas de juegos Flippers. Debajo está la ripiera y detrás de ésta el vertedero con su tullida costra de basura.
Si el chato no aprueba; entonces habrá una persecución. La pelea del chato no es con sus pares, sino que contra los rateros.   Y eso lo saben quienes intentan llevarse algún artefacto. Los bandidos recolectan en camioneta. Al sentir algún motor, de inmediato los 80 canes suben hasta alguna loma de basura y si la situación amerita se lanzan al ataque. A veces en la trifulca alguno de los perros resulta dañado.
Hace poco un perro quedó medio moribundo.
Fernando Núñez Orellana, 64 años, soltero, recuerda con voz quejumbrosa que luego debió enterrar al perro. Parece que le pegaron mucho, dice bajando las cejas. Estaba mal. La mirada se le cae a Fernando cuando habla de la muerte del can.
Cada uno de sus 80 canes tiene un nombre. Cada uno de sus 80 canes tiene su casa, a veces compartida. Son perros humanizados, aunque Fernando no tiene muy claro el límite ahora sobre quién influenció a quién. Él se siente un humano aperrado, dice.
Hace 20 años Fernando habita en una casa armada con desechos a un costado de una ripiera y en compañía de perros. Confiesa que cada perro es como un compañero de vida; entonces que se le muera un perro es comparable a la muerte de una persona.
Chato permanece al lado de Fernando, mientras éste dialoga. Fernando desea conversar. Pide que lo escuchemos. Nos demanda que nos quedemos el mayor tiempo posible. A veces le agobia conversar con los perros.

Fernando es moreno de cutis duro y reseco. Viste una camisa con el símbolo de una minera en la solapa. A ratos sus palabras terminan en un lamento, como evidenciando algún maltrato.
 El mundo de Fernando es  parecido al de Chato.  Cuidan su territorio. Una vez al mes Fernando consigue algo de dinero vendiendo los cachureos que le dejan.  No es mucho dinero.  A Fernando parece no interesarle el dinero. Si fuera por cachureos éste hombre sería rico. Los cachureos desbordan su ruco y su terreno.
Dice que Dios le entregó la posibilidad de vivir y compartir con los canes en vez de humanos y que éstos no lo han defraudado.
Fernando sobrevive. Se abre la camisa y nos muestra un manojo de crucifijos y figuras de la virgen; todos los consiguió hurgando en la basura. Uno de estos crucifijos, dice, brilla en la noche. Fernando le da una potestad divina a la cruz. Dice que lo protege a él y a sus canes.
Cuando piensa en la muerte, Fernando proyecta su cuerpo cercado de perros. “Ellos son los únicos que me deberían acompañar. Mis perros deben llorar por mí”, dice bajando la cabeza.
La vida de este hombre es enigmática. Cuenta que nació en un campamento minero cercano a Calama.  Con vehemencia confiesa que no tiene familia. Dice que no le importan las relaciones humanas. Afirma que dejó de beber hace  un tiempo. Que hoy no tiene vicios. Que está sano. Que vivirá por sus perros.
Llegó a ese lugar pues antes trabajó en la ripiera aledaña. Un día no laboró más y se dedicó a recolectar basura. Los perros arribaron solos. Dice que le servían para defenderse de drogadictos y locos. Los perros aumentaron. Todo lo que ganaba iba para sus perros, sin embargo seguían llegando animales.
 Una huella rodeada de desperdicios de un poco más de dos kilómetros separa a Fernando y sus 80 perros del radio urbano. En el  medio del camino está el canil. La presencia del canil atrajo más perros al sector. La gente viene en auto a expulsar cachorros.
El hombre cuenta que Chato le avisa si abandonaron algún perro. Van los dos. Una vez hallaron a un can amarrado con un alambre. Fue triste, dice. Eso lo decepciona aún más de los humanos. El perro logró recuperarse.
Fernando dice que día por medio baja en su bicicleta a almorzar a la feria Juan Pablo II. Dice que los bandidos aprovechan su ausencia para robar.
 En otras ocasiones desciende a buscar agua. Solo no sería capaz de alimentar a la manada de Chato.

La buena salud de los perros es por efecto del cuidado que le prodigan grupos de animalistas. Cada quince días un grupo sube donde Fernando. Todas las perritas están esterilizadas, los perros tienen comida para rato y hay agua.
Fernando agarra un perro, le escarba en el pelaje y luego se jacta que ninguno de sus canes tiene pulgas. Difícil, le digo.
Cada can tiene su casa.  Las últimas casas son carcasas de madera de viejos flipper. Fernando dice que cabe un perro o a veces dos, cuando les da por pololear y dormir juntos.
Chikira, un perra café con nariz de boxer, se le acerca a Fernando.  Chikira nos olfatea y mueve la cola. Chato mira la escena. El  hombre  la llama con ternura: Chikira, ven, ven mi perrita. Chato se planta delante de Chikira y ésta baja la cabeza. Fernando le hace un cariño en la cabeza a su perro.
Chato es medio celoso.
Pronto llegará la noche y su crucifijo lo iluminará. En la oscuridad los perros son los dueños del sector.
Fernando insiste que nos quedemos por más tiempo. Luego de un silencio, dice que sólo a los perros le interesa su vida.

Fotos: Sebastián Rojas Rojo.

Los skater del terremoto

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Axel Cortés, 18 años, desciende a casi 20 kilómetros por hora por el asfalto sin mirar hacia atrás. El joven, de brazos astillosos y pecho de palo adornado con tatuajes es observado con cierta envidia por los sudados que suben a pie.  Un encorvado Edson Rojas, 20 años, descamisado, piel rojiza, casi irritada por la exposición al sol y que usa un jockey al revés vuela sobre la grieta que dejó el terremoto. Son los únicos que parecen gozosos con las quebraduras en la carretera de 16 kilómetros que une Alto Hospicio con Iquique. Ríen. Juegan. Brincan. No son los únicos que han transformado la desgracia en placer. Los ciclistas se lanzan a toda la velocidad por la carretera –el problema será a la vuelta-.
 El resto marcha a pie, cabizbajo, asoleados, como resignados al infortunio.
La fila de autos es extensa. Los vehículos esperan alrededor de media hora para poder subir o bajar con la escolta de Carabineros. A ratos los choferes se detienen para trasladar a la gente que camina. Hay solidaridad. Sin embargo es mucha la gente y la mayoría de los autos va lleno. El promedio de la caminata es de casi dos horas. A mediodía el calor es intenso. Suben con botellas de agua. Suben con maletas. Suben con mochilas. Otros se acoplan a la carretera va a Alto Hospicio desde Iquique, tras escalar sobre esa arena que se traga los pies a cada paso. El peregrinar es eterno; día y noche. Hay senderos por los cerros, algunos empinados y peligrosos, pero de igual modo son utilizados.
A la mitad del camino aparecen los terremotos. La carretera puede compararse a una galleta de soda quebrada. Los trozos de asfalto están fraccionados, unos bajo de otros. A ratos la abertura es similar a una trinchera, luego se torna más delgada como una línea imperfecta. La línea reaparece a medida que subimos. Los pequeños temblores que se repiten a cada rato, levantan polvo. Es ahí cuando la gente se detiene y comenta que el cerro se vendrá abajo. Las grietas abrieron esa posibilidad. Los cerros caerán sobre Iquique.

Los chicos del nylon
La carretera rota es la fotografía simbólica del terremoto; el momento de descanso. El momento de beber, respirar y pensar en lo que podría venir. Debajo Iquique se ve chiquito y frágil, cercado por carpas iglúes. Las formaciones de carpas relatan un cuento de terror hacia el tsunami. Las carpas son un mundo donde sólo se habla de próximos terremotos y de arrancar cada vez más arriba.
El skater Jordan Castro, 19 años, por ahora vive en las carpas de nylon ubicadas en la rotonda, donde comienza el ascenso hacia Alto Hospicio.  Días antes el joven habitó en la población Jorge Inostroza, aledaña a la Zofri. En ese sector algunas casas se vinieron abajo.
No hay mucho que hacer en las carpas, sino que esperar. Hay señoras que esperan pegadas a la radio. Otros aguardan con sus familias completas. Rumorean. La señora Rosa, dice con emoción que pronto vendrá el gran terremoto y después el tsunami. La mujer está intranquila. Se emociona al conversar con la prensa. Más allá los niños juegan a la pelota. Jordan, en tanto, limpia su skate al lado de la carpa de su familia.  
Un chico pregunta si esto que escribimos lo verá la presidenta. Luego el chico, entre risas, florea a las autoridades.
La única entretención de Jordan es subir y luego descender a toda velocidad con su pequeño skate. De esa manera se evade. Jordan de tez morena, pelo oscuro, lacio y polera negra con un grupo de rock confiesa que sobre el skate no se aburre.

Skatepark terremoto
Axel con la mirada puesta en el horizonte considera “la raja” saltar sobre las grietas; es rico, agrega. Es una sensación distinta. Es como faltarle el respeto al terremoto, dice el joven mientras sube unos metros para volver a volar sobre la marca. Su amigo, Edson, repite la acción. A veces los chicos se detienen para que los peregrinos se saquen fotos en las ruinas. Luego vuelven.
De esa manera pueden pasar horas.
De pronto un auto blanco que sube se detiene. Un chico descamisado algo robusto, les llama por el nombre a los chicos y les dice que suban a su casa. Hay de todo, les repite el robusto con una sonrisa maliciosa.  Los tres se abrazan y parten a Alto Hospicio. En un par de minutos aparece Jordan con su tabla con ruedas a esperar en el aire el vaticinio de sus vecinas agoreras.

El perro que venció el tsunami

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Tras un tirón hacia atrás, la desteñida goleta Jarlau salió del aturdimiento y avanzó lentamente en dirección al muelle. José Vásquez, 60 años, el cuidador o guachiman de la nave, le ensartó la rosca salvavidas a Rambo, el quiltro amarillento que conoce todos los recovecos de la embarcación pues hace cinco años que vive ahí. Luego el hombre miró al cielo y se persignó; el movimiento del mar era ondulante, como una montaña rusa. El barco siguió avanzando sin dirección.
Algunos metros adelante los botes se estrellaban entre ellos y luego se llenaban de agua o se enredaban entre los cimientos del muelle. Mar adentro un remolcador oscuro quedaba volteado. Vásquez entendió que de todos modos terminaría en el mar. Pensó en lanzarse. Pensó en tirar al perro. Dudó. Estaba en eso cuando se produjo la colisión. Su cuerpo se fue bruscamente hacia delante. Rambo se agarró como pudo. Perro y hombre se miraron como buscando explicación de lo que había sucedido.
Perro y hombre no tenían claro si iban a sobrevivir.
La fuerza del tsunami fue peor de lo que el curtido Vásquez proyectó. Tal vez Rambo esperaba algo de esa contundencia. En marejadas el perro solía ocultarse, sin embargo esta vez permaneció en cubierta y aulló. Fueron aullidos inútiles. Sus pares ya estaban bien lejos de la costa, huyendo con la gente hacia el cerro.
Ahora el dilema para Vásquez y Rambo era como alcanzar la tierra.
Tsunami
Ulises Sánchez, 50 años, que viste una camiseta del Barcelona, fue el otro hombre presente en la noche que las embarcaciones treparon. No les hizo caso a las sirenas. Pensó que sería algo breve; algo parecido a una fuerte marejada. Se equivocó.
Sánchez y Vásquez tenían claro que el tsunami no se aparecería como una robusta ola. El alza en la marea le dio la razón, sin embargo no imaginaban el vigor de la levantada de mar. Los botes y lanchas comenzaron a apiñarse en el muelle; parecían atraídos por un imán. Sánchez miraba su barco de turismo, donde hace paseos por la bahía, y no sabía si rezar o hacer una maniobra imposible para sacarlo del torbellino.
El hombre contemplaba, triste e inútil.
El capitán imaginó que toda su inversión se iba a las pailas, y como todo capitán debía hundirse con su barco. No quedaba otra. En un momento los pies le comieron por saltar. Sin embargo el mar lo arrinconaba.
Sánchez con las manos en jarra permanecía en el muelle. Rápidamente el agua elevó su nivel. Sánchez debió subir, luego escalar. El mar subió alrededor de tres metros. Nunca había experimentado algo similar. Sánchez vio como una goleta de nombre Iquique encallaba a un costado del muelle. A su alrededor volcaban botes.
El barco de turismo se balanceaba de manera violenta. De pronto la nata, cada vez más espesa, rebasó el límite y alcanzó  la calle. El tsunami había entrado a la ciudad.
 Capitán perro
Vásquez de 6 años, corrió hacia el cerro junto a sus padres y hermanos por las calles de Talcahuano escapando de la ola. Era 1960 y el sur de Chile había experimentado el terremoto más grande del siglo XX. La historia es conocida.
Esa experiencia provoca en Vásquez un desprecio por los terremotos. Entiende que si sobrevivió al de 1960 nada lo puede mover. En consecuencia al hombre ni siquiera lo conmovió el sacudón iquiqueño. Optó por quedarse en el Jarlau.
Sobre Rambo, Vásquez dice que es un perro marino; algo así como un lobo de mar. Que sabe nadar. Por eso cuando el barco encalló, Vásquez y su perro saltaron al abordaje emulando la gesta de Prat. Sin embargo el perro se devolvió. Quizás el perro se imaginó capitán. Se imaginó con la responsabilidad de hundirse junto al barco que lo cobija.
A mediodía de ayer, el muelle era un caos. En las rejillas de la calle había algas;  un máquina congeladora flotaba en el océano y unos hombres se entretenían recolectando conchas de caracoles. Otros le sacaban fotos a la réplica de la Esmeralda. El sector estaba hediondo a combustible.
En medio del barullo, Vásquez nos contó la historia del perro. El hombre sabía que estaba dentro del barco, pero no lo había visto. Nos pusimos al frente del barco y lo llamamos. A la tercera vez, Rambo apareció. El perro estaba ahí, con algo de sed quizás, pero entero. La goleta Jarlau ya tenía su capitán.  

Foto: Sebastián Rojas Rojo.

El prostíbulo que se transformó en albergue

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Las chicas huyeron despavoridas hacia el cerro, al igual que todos en el barrio. Subieron descalzas las empinadas calles oscuras. Los tacos eran sólo adorno. El terror latía en Iquique después del terremoto 8,2. Media ciudad subía. Las chicas se detuvieron en la entrada del cementerio 3; recién ahí pudieron respirar tranquilas y descansar. Michelle, 58 años, travesti, dueña de la casa de remoliendas, llegó detrás. Michelle instaló su carpa iglú y se quedó ahí, esperando triste que el océano se tragara la ciudad.
Las chicas subieron a Alto Hospicio. Todavía no bajan. Eso tiene preocupada a Michelle. Dice que nadie se comunica con ella; no sabe si vendrán de nuevo. Michelle se toma la cabeza.
Recién ayer Michelle bajó de nuevo a la casa. Todo estaba igual. Michelle, es delgada y de facciones finas. Cuesta ubicar algún rasgo varonil. Quizás su tono de voz. Michelle nos recibe en su casa, a la hora de almuerzo. Ve noticias del terremoto en televisión mientras come una cazuela. Se toma la frente cuando se entera por la televisión que falleció un bebé. Concordamos que está la escoba en la ciudad. Dice que los más perjudicados son quienes se ganan la plata trabajando en la calle.

No sólo las prostitutas están perdiendo con el pasar de los días, sino que los comerciantes ambulantes, los músicos y todos quienes se hacen las lucas en la calle. “Entiendo lo que sucedió, pero los días van sumando. Esperemos que pronto vuelva Iquique a la normalidad”, dice la mujer levantando las cejas.
Luego nos comenta que la casa se movió como acordeón. Golpea la muralla, y dice que resistió.
-¿Pero señora, la casa siempre se está moviendo?
Michelle dice que el movimiento del placer es más suave, aunque a veces –abre los ojos- se pone intenso.
Alojada
La casa amarilla está ubicada en Sargento Aldea con 18 de septiembre. Todas las noches, ya sea verano o invierno, un par de chicas se para afuera de la casa. Los fines de semana son más de tres. Michelle les arrienda las habitaciones a las chicas. Son cuartos pequeños, estrechos, algo oscuros y mantienen poster de chicas desnudas tipo la revista erótica de los años 80, Bravo. Michelle dice que es un prostíbulo para obreros. Las chicas no cobran más de 10  mil pesos. Ellas ven quien puede pagar más, si es así, cobran alrededor de 30 mil pesos la atención.
Dice que las chicas trabajan desde mediodía hasta las 21 horas, a más tardar. Luego regresan a sus hogares en Alto Hospicio.
La única alojada en las habitaciones es una chica boliviana. Michelle dice que le dio cobijo a la mujer pues le dio pena verla en la calle, después del terremoto. Temió que le pasara algo a la chica. Puede decirse que es un barrio complicado. Michelle dice que una vez que todo se normalice la boliviana tendrá que irse, pues las habitaciones son para el trabajo de las chicas.
La mayoría de las chicas de Michelle son mujeres y  una que otra travesti. Confiesa que en Iquique hay cada vez menos travestis ejerciendo el comercio sexual.  “Nos mata más el sida, que los terremotos”, afirma la mujer con la cabeza ladeada.
Michelle sueña con un palacio, un palacio del placer.        

foto: Sebastian Rojas Rojo.    

Los loros que avisaron el terremoto en el Zoo de Iquique

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Los loros habladores estaban sobresaltados. Revolotearon por toda la jaula y gritaron. Parecían desesperados. La angustia contagió a los guacamayos. El comportamiento de estas aves contrastaba con la normalidad del resto de los animales. Luego vino el intenso sacudón. Hasta los olivos que rodean las jaulas parecieron resbalar.
El suelo se tranquilizó, no así quienes lo pisan. Minutos después que el terremoto tironeara la pajarera de casi cuatro metros de alto, los loros seguían cacareando en quizás un diálogo que hablaba de espanto, de desesperación e impotencia. Nada parecía acallarlos. Pudieron pensar que se les venía abajo la jaula o que el cerro que a esas alturas desprendía nubecillas de polvo se deshacía. No; el mar estaba demasiado lejos, a casi dos kilómetros abajo.
Durante el terremoto la osa gris rusa, Larisa, abrió un ojo y gruñó y luego volvió a echarse al lado de Churi, su compañero de cautiverio. Peor la habían pasado en el circo haciendo piruetas tontas. La vieja puma Leonora circuló por todos los rincones de su jaula como si estuviera ida. La vieja puma quizás buscaba un espacio para echarse a correr. Los avestruces galoparon por todos lados, desesperadas. Parecían animales prehistóricos escapando de esa glaciación instantánea de las películas infantiles. En cambio los leones ni se inmutaron; estaban dormidos, quizás aletargados por su buena dieta de carne y grasa o quizás en su calidad de reyes de la jungla ellos se sienten por encima de los movimientos telúricos. Los leones son unos perfectos soberbios.
La reacción de los loros lleva a decir al señor Luis Munizaga, dueño del zoológico de Los Verdes, distante a 24 kilómetros al sur de Iquique, que estas aves detectan los terremotos antes de tiempo. Se adelantan, dice convencido Munizaga, tocándose la pera.
Por estos días de réplicas, el señor de cabello oscuro reconoce que está pendiente de los loros. Imagínese si estos loros aprendieran a hablar, seguro que gritan: terremoto.

Jaula anti sísmica
La imagen del filme apocalíptico es la de los animales corriendo libres por la selva de cemento. Todos escaparon del zoológico de Nueva York. Munizaga se esfuerza por aclarar que las jaulas de su ZOO iquiqueño son resistentes, en especial a la de los leones. El señor abre los ojos pare decir que la jaula de los leones no se vienen abajo ni con un terremoto grado 10.  El hombre lo asegura. Su relato es sobre capas de cemento, de fierros y de resistencia. La realidad es que los leones no parecen muy interesados en salir. La jaula es su útero.
Rambo ruge cuando tiene ganas de comer o aparearse. Su harem lo integran: chica, shakira y nena. La celeste es una leona vieja que su deposita su amarillento cuerpo en los costados de la jaula. Su aroma es lo más cercano al “olor a león de circo” y se expande hasta las jaulas de los cientos conejos. La manada la cierra el león que popularmente conocen como “el hiena”; un ejemplar medio gris al que por estos días le está creciendo su melena. Quizás este escuálido “león hiena” sea como Rambo, o simplemente sea el león segundón o el Scar, el bellaco león de la película famosa. El tiempo lo dirá.
Munizaga dice que Rambo nació en Iquique. Es el único león iquiqueño. El rey come 8 kilos de carne. Cada león de la jaula engulle cantidades similares. Es carne dada de baja por la Zofri, carne vencida. Munizaga dice que la adquiere a un precio menor. En consecuencia los leones tienen su plato asegurado, y lucen bastante bien, sanos, tanto como para no importarles los terremotos.

Osos rusos
El ruso Vladimir Maliarov también se encontraba en el zoológico para los terremotos. El hombre concuerda con Munizaga, respecto a que las aves tienen una sensibilidad especial para captar los terremotos. “Se vuelven locas”, dice el ruso de pelo rubio casi blanco y tez morena.
La gesticulación del ruso contrasta con el tranquilo andar de las tortugas.
La principal preocupación de Vladimir son los osos. La pareja de osos rusos fue requisada por el SAG y se quedó en Iquique hasta nuevo aviso. De esta manera Vladimir decidió quedarse con los osos, pues dice con seriedad que considera a estos mamíferos como hijos. Los vio nacer en Rusia y crecer en los viajes. A la vez es el único humano, dice Vladimir, a quien los osos respetan. Dice que los osos no son animales amistosos con el hombre; de ahí la necesidad que él se mantenga con ellos.
Los alimenta con pescado, verdura y miel.
Vladimir quien trabaja en el zoo dice que nunca en su vida había experimentado un terremoto. Que fue como lo esperaba. Luego en un español que parece brotado de la boca de un brasileño, dice que el zoo es capaz de resistir estos embates de la naturaleza. Que cuentan con reservas de agua y comida para los animales por varios días.  
Vladimir se introduce a la jaula de los osos y acaricia a uno de sus hijos. Están tranquilos, dice. Al lado, las aves permanecen plácidas. Nadie quiere que los loros se vuelvan locos de repente. Nadie.             J  

Foto: Sebastian Rojas Rojo.                        

Martín Vargas V/S Yoko Gushiken, a 34 años de la pelea

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El televisor era pequeño, plomo, tenía los bordes niquelados, moderno para la época y frente a él había tres personas cubiertas con frazadas que estaban convencidas que madrugar por Martín valía la pena. La escena se repetía por el barrio, la gran vía. Martín Vargas, el púgil con cuerpo de jinete, esperanzaba. Eran las 5 de la mañana. El sonido de los pitos de las teteras se mezclaba con los despertadores. Había más ruido de lo habitual en la fría madrugada del 1 de junio de 1980.  
Algunos tuvieron insomnio. Esos pasaron la noche en vela. La pesadilla estaba a la vuelta de la esquina. Eran años brumosos.
La opción era posponer el desayuno para después de la pelea. Pensaban que el té iba estar más dulce y la marraqueta más crujiente. 
En el barrio había confianza en el instinto homicida de Martín. Era un barrio de casas iguales y pasajes estrechos; cuando pasaba un auto muy ancho la gente debía adherirse a las paredes. Los inviernos se caracterizaban por las ausencias. Sin embargo esa madrugada exhibió más gente en la calle; hasta las panaderías abrieron más temprano. 
Había necesidad de celebrar algo. El barrio era Martín; Antofagasta era Martín y Chile era Martín. Qué importaba el rival, si teníamos a nuestro Martín, el duro, el pecho de palo y el puño de martillo. El hombre que con una buena mano hacía dormir a sus contrincantes.
¡Pega, Martín, pega! Gritaban al borde del ronquido, en el barrio. 
Era la tercera vez que Martín disputaría el título mundial, y quizás la última. No era el mismo Martín a quién, según Martín, le robaron la pelea en Mérida, México, contra Miguel Canto. No era el mismo Martín que peleó en el Estadio Nacional, contra el mismo Canto y ante la presencia del dictador Pinochet como hincha. Nuevamente esa vez perdió por puntos. Un día anterior de la pelea alguien vio borracho a Martín y el rumor se extendió como maleza. 
Y nunca estuvo tan cerca de lograr el título el boxeador osornino como en noviembre de 1978, cuando en la plaza de toros de Maracay, Venezuela, le dio como bombo en fiesta los primeros cinco round al venezolano Betulio González. Eran quince asaltos con alta temperatura y mucha humedad. El experimentado Betulio aguantó el vendaval inicial de Martín. De a poco Betulio comenzó a dar, a golpear. Paff, paff, paff, boff. La seguidilla de golpes comenzó a extinguir a Martín. Llegó el round 12 y Martín besó la lona. La toalla voló por los aires. Martín terminó con los dedos rotos y con el convencimiento que si habría aguantado los 15 asaltos, habría ganado por puntos. 



En directo desde Kochi
  
La luz natural aparece con la voz de circo de Carcuro.
El colorín está en Japón. TVN trasmite en directo desde Kochi. La imagen en blanco y negro está detenida en el ring. Los que están alrededor parecen maquetas. Todo parece un decorado de película. No parece haber ni frio ni calor.
Pronto entrará Martín.
Yoko Gushiken se llama el japonés y no cuenta con los pergaminos de Canto ni de Betulio. Dicen que es un paquete. Que es la oportunidad de Chile para contar con un campeón del mundo, pero no era el mismo Martín de Canto ni de Betulio.
La voz de Carcuro se torna intensa, casi indescifrable como si estuviera hablando japonés.
La presencia de Martín hace olvidar por un rato a Carcuro. Luego se fundirá la voz, los golpes y la carne.
Martín mirando fijamente al japonés. La cámara enfocada en el rostro del japonés de peinado afro y bigotes finos. El japonés clavando sus ojos eléctricos sobre el flacuchento cuerpo de Martín. Gushiken parece más alto, menos encorvado, más compacto y menos tímido. Gushiken juega de local. Gushiken parece una mantis religiosa y Martín un saltamontes. Gushiken parece sacado de una serie japonesa de dibujos animados. Gushiken parece Ultraman.
Gushiken está a punto de convertirse en Chile a una denominación para los matones de las escuelas donde hacían formarse como milicos.
Un moreno del que se pueden sacar dos Martín y un y medio Gushiken, es el árbitro. El moreno parece Kareem Abdul-Jabbar al lado de los mocosos.
¡Pega, Martín, pega! Se escucha en el barrio.
Chile al mentón
Parte el combate. Carcuro dice que los púgiles se estudian. Confía en la pegada de Martín. En cualquier momento vendrá el combo letal. Carcuro habla de jabs y uppercart, con la misma pronunciación anglosajona de los partidos de tenis, cuando dice:  passing shot, drop o top spin.
Martín salva ileso el primero round.
La transmisión oficial se va con Gushiken.
Segundo round.
Todo Chile parece contenido en los puños de Martín. Chile al mentón. Japón hacia atrás. Chile repite al  mentón.
Tercer y cuarto round lo mismo de siempre. Gushiken gana en los puntos. Martín parece atolondrado, con sueño, como si también hubiera madrugado para pelear. La pelea se torna tediosa. No hay que ser tonto para darse cuenta que pronto Gushiken terminará con la historia de Martín.
No es el mismo Martín, repito.
En el quinto y  sexto, Martín es una esponja.  La mantis religiosa asiática lo pasea con jabs y uppercut. La valentía de Martín no puede con la técnica y agilidad del japonés.
En el séptimo round, Martín comienza a golpear al aire.  Yoko baila.
Al minuto del octavo round, Yoko envía un jabs a la cabeza y Martín cae sentado en una esquina.  Chile cae. La carne está servida. 20 segundos más tarde Martín, el duro de Osorno, regresa a la lona. Se para, el árbitro lo revisa y continúa. Yoko se le viene encima, Martín baja la guardia. El árbitro termina la pelea. Fue otra mañana de derrota en el barrio.
Luego Martín acusará que los japoneses lo drogaron.    


Los 70 años del bar Margarita de la calle Adamson, Antofagasta

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Termina la Segunda Guerra Mundial y en Antofagasta surge un bar sin nombre en la calle Adamson.  El entusiasta don Senén Yáñez tiene como propósito brindar esparcimiento a los muchachos del ferrocarril, ubicado una cuadra más abajo.
El bar agrada de inmediato a los resecos trabajadores. Es simple: una barra, cervezas, sillas y mesas. Adamson es una calle de sombras por los árboles. Es una calle distinta, fresca y agradable.
El barrio no pone problemas a la sala de recreos. El local abre después de almuerzo y cierra a las 21 horas. De esa manera ha sobrevivido casi 70 años. La excepción en la hora de cierre la marca algún partido de fútbol que exhibe la televisión. El romance entre el bar y los parroquianos se ha extendido  hasta hoy.  Ya van casi tres generaciones. 
Hace poco se murió el último de los ferroviarios que vio surgir al bar. Su foto como la del resto de los parroquianos habituales tapiza un sector de las murallas. Es un rompecabezas de sonrisas, a veces unas más desdentadas que otras. Hay padres e hijos; abuelos y nietos. Espuma de cerveza en las barbas. La seriedad no entra. Lo interesante es que en ese bar la alegría no se confunde con la locura. La mayoría se conoce. Si no está en el álbum fotográfico familiar, entonces deberá preocuparse. Lo observarán. Lo tantearán. Hay un profesor de canas y terno que bebe su cerveza después de la jornada. Hay rostros delgados, sonrientes. Un hombre de polera amarilla pasa la tarde. Frente a él se extiende un afiche con una chica en bikini con una cerveza en la mano.
Entre risas, el señor dice que una mujer como ésa (la del afiche) de carne y hueso tendría su foto de inmediato. Correrían por imprimir la foto.
Las conversaciones giran en torno al día, al fúbtol y las mujeres.  A veces el bar reemplaza al living de la casa. La televisión al frente y un vaso con cerveza. De esa forma la tarde se deshace.
Lo de las fotos partió hace un par de años para conceder un sentido de pertenencia.


  A Don Senén lo sucedió en la regencia del bar su esposa, doña Margarita. La doña era una mujer que tenía el necesario temperamento para dirigir un bar.  A la postre el bar heredó su nombre. La doña estuvo a cargo de la barra desde la década del 60. De esa manera crió a sus hijos. Los chicos jugaban entre medio de las mesas.
Margarita falleció el 2009, por el recrudecimiento de una diabetes. Uno de los cuatro hijos de Margarita, Carlos, asumió hace cuatro años la tradición familiar. Era el único que tenía tiempo, confiesa Carlos.
Carlos de rostro redondo y sonrisa rápida dice con entusiasmo que al bar ahora le llaman “Donde Carlitos”.  El abre la puerta, lo atiende y lo cierra. Mantiene los mismos horarios. La relación con los asiduos es estrecha. Bromea con el profesor que sale del baño. 
Carlitos dice que hay momentos en que los clientes se atienden solos. Dejan el dinero y extraen la cerveza. El nivel de confianza es superlativo.
Andrés, hermano de Carlitos, dice con rostro de récord que el bar puede jactarse que en casi 70 años no tenga antecedente de alguna riña. Ninguna, insiste.
Una de las razones para éste record la entrega Carlitos. “Aquí todos se conocen. Cuando alguien llega medio odioso, todos les decimos que se retire. Así funcionamos”.
El consumo promedio del parroquiano varía entre una cerveza y tres cervezas. Sin embargo cuando hay un partido importante la cantidad de cervezas per cápita sube como la espuma.


Los dos televisores del local conviven con radios antiguas. Un afiche de Condorito de los años 50, que dice “no se fía, no insista” atrapa miradas. Detrás de Condorito, hay una vieja pizarra con precios donde se lee Pilsener y Malta. La barra se extiende desde el afiche de Condorito por alrededor de un metro y medio. El espacio que sigue está cubierto por refrigeradores con cervezas, un póster con una alineación añeja del Club de Deportes Antofagasta (CDA) y luego cajas de cerveza.
Carlitos dice que el precio de la cerveza es económico. Ninguna cuesta más de dos mil pesos.
Las expectativas ahora están puestas en el mundial. Carlitos con las manos en jarra, dice que la convocatoria es para todos los parroquianos del barrio y quienes deseen sumarse. Es el décimo mundial que el bar exhibirá a través de la televisión.
Antes fue la radio. Aquí se reunían a escuchar el mundial de 1962, dice Carlitos. Abre los ojos y aclara que todos son de la roja o de los pumas (CDA). Los educados bebedores no alardean de su club cuando juega. “Yo soy de los pumas y de la Unión Española”, afirma Carlitos. 
La palabra “picada” le gusta al señor.
La carencia de un nombre en la puerta, las fotografías en las paredes y las mesas dispuestas de manera cercana, hacen que a este bar sólo lo conozcan en el barrio.  Es uno de los pocos que sobrevive en Antofagasta. Sus parientes son el Quitapenas y La Tuerca (calle Ballavista). 
El nuevo impulso del bar, dice Andrés, quien es profesor de historia, se lo entregan las nuevas generaciones del barrio. Estos parroquianos son profesionales jóvenes que pasaron su infancia en el sector.  Los niños ahora son profesores, geólogos e ingenieros. Llegan los deportistas después del partido de baby. .

Carlitos pregunta cuándo saldrá esto. Le digo que mañana (hoy)  Dice que será la primera vez que el bar de calle Adamson aparezca en el diario en sus 70 años de brindis.     

Fotos: Sebastián Rojas Rojo. 

Francisco "Paco" Molina: El chileno rebelde del Atlético de Madrid

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Toda la semana le pasó la escena por la cabeza. Él frente a Franco, el dictador español. La sola idea le pesaba. No pegó un ojo la noche anterior a la final de la Copa de su Excelencia el Generalísimo (hoy Copa del Rey). En consecuencia, Francisco Paco Molina (Suria, Barcelona, 29 de marzo de 1930) no llegaba en su mejor condición. Atlético de Madrid, el equipo de Paco Molina, definía con el Athletic de Bilbao.
El partido comenzó disputado. Pronto vino una jugada por la izquierda, un centro a ras de suelo y Paco Molina conectó. Gol. La celebración fue con mesura. Paco Molina no quiso mirar la platea. Casi 10 años atrás, Franco, quien observaba el partido, había expulsado a sus padres de España.
Tras la guerra civil española (1936-1939), la familia de Paco debió escapar a Francia. En una suerte de campo de refugiados, el niño, de casi 10 años, comenzó a deslumbrar con el balón. Los soldados franceses le entregaban golosinas cuando el niño hacía un lujo. Le aplaudían. Los españoles vivían hacinados y  en condiciones miserables. Al niño, en cambio, le doblaban la ración de leche. Paco pintaba para crack en aquellas frías tardes bajo la sombra de los Pirineos.
Comenzaba la Segunda Guerra Mundial y Pablo Neruda, cónsul especial de Chile en París para la inmigración española, lideró la notable idea de trasladar a un grupo  de refugiados españoles hasta Chile.
Así surgió la leyenda del “Winnipeg”, el barco que trajo al país a alrededor de dos mil refugiados, entre ellos la familia de Paco. Las primeras semanas de viaje fueron tensas, recuerda Paco desde su casa, ubicada en un barrio de Antofagasta. Temían que un submarino alemán del tipo U2 hundiera al barco.
“Los niños pasábamos los días esperando la aparición de un periscopio. No dimensionábamos lo que podía sucedernos. Seguro habríamos terminado en el fondo del mar”, afirma con la vista fija en su perro de raza Pug.
Por suerte el “Winnipeg” superó la zona de conflicto y entró a aguas más tranquilas. Paco y otros chicos se entretenían pateando bolas confeccionadas con medias de las mujeres. El 3 de septiembre de 1939, el barco francés atracó en Valparaíso. Fue el momento en que comenzó otra historia para Paco Molina, la de uno de los más destacados futbolistas chilenos de todos los tiempos.



El futbolista
Paco Molina vivió la adolescencia en Valparaíso. No se despegó de la pelota. Deslumbró en los cerros, ya con la tranquilidad de no saberse perseguido. Hizo su debut en Wanderers. Mostró su calidad como mediocampista.
Poseía un remate con ambas piernas. Le pegaba como fierro a la pelota con sus zapatos número 38. Paco ya se sentía chileno. Las Universidad Católica se lo llevó a Santiago. Colo Colo lo pedía prestado para sus giras. Eran otros tiempos para el fútbol. Había más romanticismo.
El campeonato Sudamericano (Copa América) de Lima, en 1953, consagró a Paco como el goleador del torneo. Anotó 8 goles en 7 partidos.
El hombre de pelo cano y camisa blanca con suspensores nos entrega un libro con recortes de la época. Reconoce que le cuesta recordar, pero conserva como hueso de santo las imágenes del enfrentamiento con Uruguay. Era el equipo campeón del mundo, el del Maracanazo. Paco le hizo tres goles a Uruguay.  Hace un gesto como si estuviera saltando. Paco, de un metro 70 y algo, le ganó a los rudos centrales uruguayos. Eso lo alegra hasta el día de hoy.
La camiseta de Chile es gruesa y tiene botones en el medio. El número 10 parece de gasa.  Mantiene la camiseta en una caja de cartón. “Fue un orgullo jugar por Chile. Cantar el himno nacional”, dice con la voz entre cortada.
Paco le hizo dos goles a Brasil y luego otros tres a Ecuador. Cerró un torneo magnífico y eso provocó su retorno a España, esta vez para jugar en el Atlético de Madrid, el equipo campeón de la época.

Colchonero
Hace un par de años, un diario español le dedicó una página. “Paco Molina” se titula el artículo firmado por José Antonio Grinán. El cronista lo recuerda como un goleador letal. Paco fue el ídolo rojiblanco de infancia de José Antonio. En la década del ‘50 no había televisión. Sólo quedan las crónicas. Papeles que dan cuenta de la calidad del futbolista chileno. Paco aparece en el diario AS, por ejemplo.
A Paco no le gusta jactarse de sus logros. No podemos ver sus goles, pero las crónicas son generosas en adjetivos. Paco no se explica por qué los diarios trataron tan mal en su momento a Pellegrini y también a Alexis Sánchez. A él nunca lo criticaron.
Molina marcó 33 goles en 58 partidos. Fue figura el Atlético de Madrid en los tres años que estuvo (1953 a 1956). Tenía todo arreglado para continuar hasta que apareció el fantasma de Franco. Dentro de la negociación con el club estaba la posibilidad de llevar a su padre de Chile a España. Sin embargo, el gobierno se lo impidió y Molina deshizo el contrato. “Quizás mi carrera habría sido distinta”, dice el hombre. “Por suerte”, agrega, “perdimos la final de la Copa El Generalísimo. No sé que habría hecho al tener a Franco al frente”.
La carrera de Paco continuó en Chile. Fue campeón con Audax Italiano. Más crónicas  generosas con su calidad, esta vez de la revista Estadio. Don Pampa, eximio cronista deportivo, dijo que Paco Molina era un diestro insider, amigo de la gambeta, un hombre de cinco estrellas.
El mítico Julio Martínez lo calificó de crack: “Mete la pelota con suma justeza. Mueve la cadera con cadencia y confunde a los rivales. Con su pequeño botín le pega con una fuerza de obús”.
Se retiró del balompié bordeando los 30 años, por un problema estomacal. “Algo parecido a los vómitos de Messi”, dice.
Agrega que gracias al fútbol quedó con una costilla rota, una lesión al tobillo y problemas en la rodillas. “Son secuelas de un tiempo donde se jugaba de otra manera el fútbol. No  había cambios. El roce era más fuerte. La medicina no tenía tantos avances”, afirma resignado.
Desde los años ‘70, Paco Molina vive de manera tranquila en Antofagasta. Se vino para entrenar al Club de Deportes Antofagasta, sin embargo, encontró el amor. Esa decisión lo hizo alejarse de sus amigos del fútbol, explica.
Sergio Livingstone, compañero de selección, siempre lo recordaba. Julio Martínez también le dedicaba palabras. Los nuevos periodistas deportivos no lo conocen.
Paco se asume en olvido. No obstante, sigue pendiente del fútbol. Quedó deslumbrado con el Barcelona de Pep Guardiola. Ahora espera que el domingo el Atlético de Madrid sume una nueva corona. Dice que tienen los méritos. Verá el partido con sus amigos del centro español de Antofagasta, como un hincha colchonero.

Fotos: Sebastián Rojas Rojo.    

Sinforosa, la anciana que decidió defender con cuchillos a su televisor

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Cuatro cuchillos de distintos tamaños clavados en un palo que sirve de viga para la frágil habitación. Al lado de los cuchillos, la estampita de un santo con una oración. A medio metro de los cuchillos está la televisión que chisporrotea imágenes del matinal de turno. Hay olor a madera húmeda por efecto de la garúa nocturna. Son las 11 horas y el cielo está nublado sobre el campamento Eulogio Gordo.
La señora se llama Sinforosa Contreras y sufre diabetes, hipertensión y problemas a las piernas que le impiden caminar con normalidad. La señora  representa más  de 60 años y camina apoyada de unas muletas. Su caminar es lento, sin embargo no sabe de dónde sacó fuerza para lanzarse sobre unos ladrones que le quisieron arrebatar el televisor. Eso fue hace unos meses.
Es un privilegio contar con un televisor en el campamento. El suyo es de pantalla plana, doble privilegio.  A la mujer la conocen por el televisor y porque es una de las fundadoras del campamento.
La visibilidad del campamento llega hasta la droga. La señora dice que nadie se ha hecho cargo del problema. Las miradas sin brillo de jóvenes se adhieren al recorrer la calle de tierra. La historia es la de existencias truncadas por la pasta base de cocaína y la violencia. En medio de ese mundo están los adultos mayores y niños. Es asunto de preguntar para hallar bajo las techumbres casos de abuelos enfermos con cáncer terminal. Hay situaciones de hacinamiento donde una persona enferma convive con hijos y nietos. El agua llega dos veces al mes y en consecuencias hay que recurrir a los grifos. La electricidad se consigue conectándose a los cables del alumbrado público.  Miseria en su estado puro.
La señora Sinforosa le da pudor hablar de cómo hace sus necesidades. Indica unos tarros.
La mujer vive con una pensión que no supera los 100 mil pesos. Se reconoce como “solita”. No quiere hablar de su descendencia. Tan sola está la señora que mantiene una cercanía irreal con los personajes de la televisión. Reconoce que lloró mucho cuando se fue Felipe Camiroaga. La televisión está encendida 20 horas del día, por lo menos.
 Sinforosa observa los cuchillos y dice que están ahí para defender su televisor. Confiesa que el miedo no es a utilizar los cuchillos y a defenderse, sino a desconocer a qué se enfrentará. Sinforosa mas bien ve televisor y espera.
La vez que se le metieron fue en la noche. Estaba acostada. Sintió el ruido en techo. Sintió un salto y se encontró de frente con un joven. Éste la lanzó hacia la cama y bajo amenazas, agarró el televisor. Sinforosa pudo levantarse a pesar de sus dolencias y salió detrás de él. En la puerta de la casa había un auto. Entre gritos, la mujer agarró al joven y éste, al parecer alterado por el escándalo que había armado Sinforsa, se subió al auto sin el botín. Fue un triunfo para la mujer a pesar que nadie la ayudó.
En adelante Sinforosa decidió armarse con cuchillos. Espera.

Foto: Sebastián Rojas Rojo.



EDÚCAME

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Edúcame. La palabra está escrita en la frente de dos chicos pintados en una pared de calle 21 de mayo (unas cuadras más arriba del estadio Sokol). Hay una frase de Kafka, que si en este caso se adapta al graffiti resulta acertada. “Un libro (reemplacemos por graffiti) debe ser el hacha que sirva para romper el mal helado que llevamos dentro”. 
Edúcame, el graffiti de ESEC, Francisco Tapia Cortés, cumple con la proposición kafkiana. La obra rompe el hielo. 
Hoy Francisco está radicado en España, por razones de estudios. Desde ese país nos contestó las siguientes preguntas. 
-¿Cómo fue el proceso de Edúcame? 
-Se pide el muro a los dueños y si ellos facilitan el muro, se pinta, obviamente hay dueños que son exigentes y quieren ver que se pintará en el muro, como fue el caso del muro de la calle 21 mayo.
Dice que es difícil cuando al vecino se le nombra la palabra graffiti pues hay  un prejuicio enorme y desconocimiento al tema.
Los niños son de un club deportivo de fútbol llamado “Impacto” que desarrolla una labor con chicos vulnerables. 
“En unos de los entrenamientos le pregunté a Jairo que es el niño que le hicimos el seguimiento en un video  que vive en condiciones muy precarias con sus abuelos, en los Arenales, que si podía escribirle en la frente una palabra”.
El chico aprobó la idea. Francisco le pidió a un amigo y  Jairo fue a buscar a Benjamín. “Tal cual aparece en graffiti fue como le pinté la frente a ambos y les saqué la fotografía y los inmortalicé en el muro”.
El proceso está en: https://vimeo.com/82249828

-En Edúcame se cumple el rol en que el graffitero nos encara y nos hace reflexionar. 
- El rol del graffiti no existe dentro de la ciudad. El graffiti es la sociedad, todo lo que vemos en las calles y podemos identificar como graffiti (incluyo los rayados ) es el reflejo de la sociedad, cada grafitero es una persona libre de influencias artísticas académicas y eso hace que su expresión y resultado sea auténtico, sin maquillajes, sin parámetros establecidos por gente que a todo le pone reglas, va más allá de la técnica. 
-Hay que ver el graffiti como el lugar donde llegan personas con la necesidad muy grande de expresarse a temprana edad.  Es el lugar que absorbe el nulo espacio y políticas públicas en la sociedad de la cultura y las artes. El espacio se busca cuando se quiere expresar y el espacio público es infinito para hacerlo.
-La mayoría de las personas critican el graffiti, mas bien los rayados, pero es algo mucho mas profundo, primero preguntarse del por qué a un joven le nació esa necesidad de expresarse en la calle ¿Será que no estamos satisfaciendo ese lado primitivo del ser humano? ¿ Por qué a un niño cuando tiene un lápiz en su mano, su reacción espontánea es rayar, dibujar y pintar?, la naturaleza humana se prolonga en el graffiti.
-Hay una temática común en tus graffitis que es la educación ¿Por qué te motiva? 
-Gran tema es la educación, para mi  el graffiti es educación, es educar y es el reflejo de la educación de nuestra sociedad. Creo que exponer e imponer el tema de la educación en las calles de forma explícita sensibiliza a las personas a la superación y también como demanda social. Es un tema transversal.  Nos identifica a todos por igual, independiente de la posición social de las personas.
o me considero el hombre mas educado del mundo, ni mucho menos con mas conocimientos que otros, solo que la educación y acceso al conocimiento es igualdad de oportunidades, existen muchos talentos que se pierden por no tener esa posibilidad y muchos que tienen la oportunidad sin tener talento pero que  tienen la oportunidad de educarse, mas bien acceso a la información. Claro que son muchos factores para lograr la igualdad de oportunidades, pero la educación es lo principal.

14 años
La vida de Francisco se dividió en los últimos 10 años entre su ciudad natal, Tocopilla y Antofagasta, donde estudia.  “En Tocopilla fue mi proceso de autoformación y madurez en el graffiti; en total llevó alrededor de 14 años. Considero que ya pertenezco a Antofagasta pues es dónde me he desarrollado en el ámbito de arquitectura (profesión), audiovisual ( animación 3D ) y las artes ( graffiti obviamente).

-¿Cómo surge tu interés por el arte urbano? 
-El arte urbano, específicamente el graffiti ( incluyo todo en el graffiti, desde rayados con aerosol hasta obras de arte con aerosol ), esta ligado a la cultura hip hop como parte de sus cuatro ramas fundamentales, que son graffiti, MC ( cantantes), DJ´s y Break Dance. El hip hop me cautivo por las letras y música de las canciones, siempre sociales, concientes, reflexivas, entre otros valores... El graffiti fue la parte que poco a poco comencé a explorar de forma autodidacta, ya que nadie de mi entorno hacia graffiti, ya que solo compartíamos la música. Las referencias por revistas o internet, rayados o caracteres creados con spray en las paredes de las calles pero nada tan elaborado, me llamaba la atención la técnica.
-El inicio era solo firmas ( tags ) o rayados por todos lados de la ciudad Tocopilla, entre mas estaba mi firma en las calles y distintos lugares mas conocido era, y asi mismo la tipografia evolucionaba esteticamente y cada vez con mas tècnica y dominio del aerosol. Asi comienzo a tener la necesidad de dibujar personajes, caracteres y letras con mucha mas complejidad. Con el tiempo se mejoró la técnica y también fui madurando como persona, y comprendi el potencial de la calle y el impacto del graffiti en la sociedad. Es todo un proceso espontáneo,auténtico, autodidacta, etc etc. sin influencias de parametros o límites, tendencias, escuelas de arte y épocas que lo hace una expresión muy pura, realmente moldeada por la sociedad.
 
-¿Por qué estás en España ahora?
-Mi viaje a España es por estudios. Estudio modelado 3D, animación3D & Techinal VFX. Es algo que también me apasiona, siempre en línea artística no me muevo de eso.
Dice que los planes al regreso son varios y están relacionadas con el arte. “Tengo proyectos con el graffiti a gran escala, como intervenciones urbanas. Desde a arquitectura también intervenciones o propuestas urbanas de escala más pequeña siempre como espacio público que es el articulador que permite que la ciudad de pueda vivir y transitar”.
Dice que el proyecto más ambicioso es mezclar la arquitectura, la calidad del espacio público con las  técnicas de animación 3D.
-¿Consideras que el financiamiento de la empresa privada, minera, para la concreción de proyectos quita independencia al artista? 
-Realmente todas mis obras en la calle han sido autofinanciadas y autogestionadas, desconozco como funciona el financiamiento de las empresa privadas en temas de arte o proyectos.
-Creo que la independencia artística depende del artista en cuanto a si el contenido cambia al momento de buscar financiamiento para adjudicárselo. 
 Engañarse uno mismo por dinero no es mi estilo espero que sean pocos los artistas que lleguen a esas instancias. 

Foto: Sebastián Rojas.

Los recicladores de comida del mall de Antofagasta

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Son fantasmas. Invisibles por omisión y conveniencia. Pasan como espectros marchitos y de pronto embuten su cuerpo hasta la mitad en el basurero traga bandejas del mall. Pasan desapercibido hasta que uno levanta la voz.
A veces pelean entre ellos. Se insultan.  A Algunos no les interesa quién esté comiendo y  menos si está presente algún niño. A veces pelean con el guardia. El guardia los mira, los observa de manera intimidante.  Los tipos le hacen un gesto con la mano. Saben lo que viene. El guardia echándolos. La tropa de guardias persiguiéndolos escalera abajo. Carabineros. Sin embargo, regresan como insectos.
En los basureros del patio de comida del mall, el alimento  está ahí, fresco, gratis y al alcance de la mano. Las barrigas de los indigentes son de comida rápida.

el negro
Son indigentes. Los cogotes de los comensales se tuercen cuando el negro se sienta cerca. Nadie quiere estar cerca del negro. El negro no es un perro –lo miran como perro-, es humano que al costado de su rostro tiene un corte. La carne está viva. El negro de ojos ajados hace un gesto sobre el corte y dice que es efecto de rascarse. Dice que le andan hormigas bajo la piel.  Hormigas grandes. No es la mejor imagen verlo rascarse mientras uno come.  El negro debería estar en el siquiátrico, pero anda entre medio de las sillas del patio de comidas externo del mall.
En una silla cerca del negro hay dos hombres, robustos, de alrededor de cincuenta años, que comen una pizza. Los acompaña una mujer. Están incómodos. Una mala palabra del negro y uno de los robustos se levanta y se arma la gresca.
El negro abre una lata de cerveza Báltica. Sabe que posee un par de minutos para beberla y en consecuencia se la toma de un sorbo. La avidez por beber revela su alcoholismo. Tiene una bolsa entre las piernas con más cervezas. Hace un gesto para que le avisemos si viene el guardia.
El negro es pacífico y no quiere sobresaltos.
El hombre nos hace un saludo, se levanta y se va. Todos parecen respirar tranquilos. Ahora todos vuelven a mirar el trozo de pizza, el pedazo de completo o la hamburguesa con banderita.

La dupla
Son agresivos. La mujer viste de rojo y tiene una barriga que parece de cinco meses de embarazo. Al lado de ella hay un chico, delgado, de piel estirada como la textura de un plástico. El chico usa el pelo al estilo rastafari y es moreno como una caluga toffee.
El chico saca una bandeja y revisa lo que hayadentro del basurero. Son las 15 horas de un día de semana. Hay bastante para elegir. Una big mac a medio comer y la mitad de una pizza Hut. Hasta encontró bebida. El chico parece contento hasta que aparece la mujer.
La mujer de mala gana  le arrebata la bebida. El chico la mira y abraza la cajita con big mac. La mujer le pega en la cabeza al chico y éste, en vez de reaccionar, busca miradas de complicidad. La escena no pasa desapercibida.
Un guardia aparece en escena e inyecta su mirada  hacia la mujer. Al comprobar la cercanía del guardia, ésta se calma. Luego se sienta. El chico aprovecha de comer.
La mujer sigue con la vista una bandeja donde al parecer hay bastante dónde picar. Cuando el contenido está en el basurero, la mujer se para del asiento y  en cuatro pasos llega al basurero. El resto es registrar. No le va mal. Sin embargo el guardia le dice que no moleste a la gente, que mejor se vaya. La mujer con los restos de comida camina hacia otro sector. El chico mientras se alimenta dice que siempre hace escándalo y que está loca.
Luego se excusa que no la conoce.
El guardia ahora le dice al chico que se retire. El chico insiste en que no conoce a la mujer.
A la media hora la pareja regresa y con más hambre.

sordamuda
La sordamuda deja un papel en la mesa y desaparece. Al minuto regresa a buscar el papel. No hay mucho interés por ella, la mayoría prefiere comer. Los comensales parecen operados ante este tipo de peticiones.
Un señor le da unas monedas.
La chica se llama Gabriela y es boliviana. Delgada, casi fantasmal, y de sonrisa tímida, Gabriela a través del manual que podríamos comparar con emoticones, nos dice que acepta a hablar con nosotros. Se sienta y  ríe. Le abrimos la libreta para que cuente su historia.
Nos escribe que es de La Paz, Bolivia, y que es artesana. Dice que arribó a  Antofagasta a buscar nuevas oportunidades, pero piensa regresar a su país, pronto. Aquí sobrevive. Una de las maneras de sobrevivir es entregando un mensaje a cambio de unas monedas.
 Reconoce que a veces está toda la tarde en el mall. Le cambia el rostros cuando le preguntamos por la pareja, la mujer y el chico rasta. Dice con un gesto que están locos.  La pareja continúa por parte su almuerzo. Invisibles.

Cholets, la nueva arquitectura boliviana

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En las ciudades de El Alto y La Paz  no pasa desapercibida una nueva arquitectura, a quien la BBC denominó “barroco andino”. La ciudad de El Alto (arriba de  La Paz, en una relación de Alto Hospicio con Iquique) crece hacia los lados y hacia arriba, a pesar de las calles de tierra.
Lo extraordinario es que algunas casas parecen palacios de cuentos de hadas, otras viviendas pequeños mall con vidrios polarizados y otras, incluso, caben en la clasificaciones de mansiones. Todas destilan rasgos estéticos originales y hasta estrambóticos. De repente, en medio de dos esquinas del casco antiguo de La Paz, surge una iglesia evangélica que asemeja una nave especial. Es una construcción de líneas pronunciadas. El taxista, entre risas, dice que es la nave que los llevará al cielo; que esa fue la evidente inspiración.
Por estos días “el chiche” de La Paz es un teleférico que una a esa ciudad con El Alto, que concentra las últimas migraciones de población rural. En El Alto viven alrededor de un millón de personas. De buenas a primeras para el visitante resulta una zona inhóspita por el efecto de la altitud (4.070 msnm) y el clima (temperaturas bajo cero en la noche).
Los bolivianos lo califican a los alteños como decididos y unidos al momento de luchar por sus intereses.      No obstante también critican la delincuencia que crece en la ciudad.
 Quizás El Alto sea la versión más descarnada del país que dirige Evo Morales, y en consecuencia su lectura puede partir de los contrastes remarcados con la arquitectura.
Bolivia es un país de comerciantes y emprendedores. A algunos comerciantes, a simple vista, le ha ido bien en medio del caldo de cultivo antineoliberal que infunde Evo Morales. Sin embargo esta reivindicación de los aymaras puede explicarse en la mejor distribución de riqueza que hoy ostenta Bolivia. Nunca hubo mejores oportunidades para los indígenas que ahora. Muchos inmigrantes mejoraron su condición económica gracias al comercio. La evidencia del éxito son los denominados popularmente como “cholet” (chalet y cholo).

cholet
El ingeniero civil Freddy Mamani, 42 años, es dirección obligada al momento de hablar de los “cholet”. Es el responsable de la mayoría de estas creaciones. Aclara que no le gusta el término cholet.
Luego dice que es extraño que en Chile se interesen por este tipo de construcciones. Piensa un rato, y deduce que nuestra presencia responde a los reportajes que han aparecido últimamente en medios como la BBC.
Le digo que las mansiones sobrepasaron al Alto, en lo que cabe en la reivindicación de los indígenas.
-¿Por qué los indígenas no pueden vivir bien y con lujo?
-Algunos lograron éxito económico en los últimos años y decidieron vivir mejor.
Mamani habla con propiedad de esta tendencia. El hombre comenzó como ayudante de albañil, para luego estudiar y desarrollar la ingeniería. Hoy es dueño de una constructora que da empleo alrededor de 250 personas.  Suma algo así como 70 edificios y son varios “cholets” que están en construcción a su cargo.

Balú, el chico de la selva que rescata buses del barro

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Susy, una chola que viste un vestido rojo se sube al bus con una cerveza en la mano. El pueblo o punto de partida de esta historia se llama San Matías, y puede definirse como un caserío en medio de la selva. La abundante vegetación es cruzada por una huella de tierra color ladrillo. El bus de la empresa “expreso matieño” sobresale por su altura. Hay que agarrarse de un pasamano para abordarlo. La altura se explica porque en el algún momento de la ruta deberá pasar por pozas de barro. Es un bus con tracción 4x2 cuyo motor suena parecido al sonido de un zancudo gigante. Sí, es como estar arriba de un bicho.
Por suerte este bus tiene baño. En Bolivia no es habitual que los buses o flotas como le llaman, tengan baño. El bus se detiene y las necesidades se hacen en cualquier lado.
En consecuencia el baño es como un juguete nuevo para los bolivianos. A la media hora de viaje el baño emite sus primeros aromas para desconsuelo de quienes van en la cercanía. El 30% de los pasajeros del bus son chilenos. Vienen de Brasil; del mundial. El trámite es recorrer Bolivia para alcanzar el norte de Chile.
De San Matías a Santa Cruz de la Sierra, son alrededor de 20 horas de viaje. Todos quienes estamos adentro sabemos que serán más de 20 horas.
Los bolivianos van bien apertrechados. Llevan comida y en algunos casos bastante cerveza. Susy y una amiga tambaleándose van al baño. El vaivén del bus a ratos se torna extremo. Susy de repente cae en las piernas de un joven que la mira sorprendido. Luego la chola se levanta como si no hubiera pasado nada y continúa su lento camino hacia el lavabo.
Abre la puerta de manera violenta y Susy se encierra.

bus atrapado
El camino es sinuoso. A ratos el bus baja la velocidad y pasa. En las otras ocasiones el bicho mecánico se ladea, parece a punto de volcar.
A medianoche Susy y su amiga entraron a la cabina del chofer. El bus está a oscuras, mientras en el cubículo del conductor se escuchan ruidos de fiestas. Los bolivianos no reclaman. No es raro que los choferes beban.
Junto al chofer hay un chico, adolescente, de no más de 14 años. Viste sólo con un shorts. Al chico le llaman Balú.
De repente el bus se va para el costado y se detiene. Se ladea un poco. El motor no puede. Una y otra vez y el bus no puede escapar del lodo. La gente pide que el chofer no siga volcando al bus pues se puede volcar. Estamos en medio de la selva por un camino donde circulan contrabandistas. No es el mejor lugar del mundo.
El chofer pide que nos bajemos. Tal vez con la fuerza de todos el bus afloje. Sin embargo la situación es complicada. El bus está enterrado en el barro. De pronto Balú extrae una pala del bus y comienza a cavar debajo de éste.  Todos los chilenos quedamos sorprendidos con el trabajo del chico. Balú labora duro. Se embarra completo. Los mosquitos hacen su trabajo en las piernas. Los ruidos que emite la selva oscura son extraños e intensos.
Pasan los minutos. A pesar del esfuerzo, el bus permanece atrapado. Pasan las horas. Balú sigue laborando ahora bajo una fina llovizna. Surge el rumor que el chofer se quedó dormido. Otro rumor es que Susy estaba apapachando  al conductor. Susy está risueña. Algunos bolivianos beben cerveza, se relajan. Saben que esto terminará bien.

Unas luces aparecen en el camino. Todos permanecemos expectantes. Es un bus. La solidaridad es inmediata. Balú conecta una cadena entre los buses. Luego de una hora a la deriva en la selva, nuestro bus logra salir del barro. Todos aplaudimos el esfuerzo de Balú, el niño de la selva.

fotos: Sebastian Rojas Rojo.

Juan Malebrán, el poeta que boxea con los bolivianos

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Juan estaba en el colegio cuando se enteró que su familia fue desalojada del sector El Colorado de Iquique. De pronto se vio en el baldío de Alto Hospicio con nada alrededor. Era finales de los años 80. La alcaldesa de la dictadura militar en Iquique, Mirtha Dubost, había tomado la decisión de crear un patio trasero para la ciudad.  No había alcantarillado; no había caminos y menos había escuelas. Sólo estaba la planta de explosivos de Cardoen y un horizonte de desierto.  
Un sacerdote acogió al grupo de familias que de manera obligada inauguraba lo que se transformaría luego en una comuna. La gente partió viviendo en la iglesia.
La historia de Alto Hospicio se escribió con sangre en los años 90.
En esa pampa violenta de germinó Juan Malebrán (35). El joven Malebrán salió de lo común pues leía. Un día golpearon a la puerta de su casa. La biblioteca lo había premiado como el mejor lector de Alto Hospicio.  Era uno de los pocos que pedía préstamos de libros. Juan caminaba por los 20 años  y ya tenía claro que la literatura era a lo que quería dedicarse. En un minuto se vio trabajando en la biblioteca. En ese momento ya escribía.
Luego se hizo conocido como gestor cultural. Destacó en Iquique a su manera a pesar de que esa ciudad mantiene a una vieja casta literaria que ha llegado a descalificar lo que no le parece. Malebrán junto a otros poetas lisa y llanamente hicieron su propio camino.
De pronto Malebrán decidió irse a Bolivia. Califica el hecho como una autoexilio; un posibilidad de concocer una realidad menos represiva que la chilena.
En el vecino país halló la tranquilidad a pesar de un comienzo eléctrico. 
En Cochabamba, Bolivia, se sumó al proyecto Martadero. Se trata de una instancia cultural de autogestión que transformó al matadero de cochabamba en un centro cultural. Martadero hoy transformó un barrio de la ciudad y cuenta con redes en todo el mundo.
Malebrán lleva alrededor de cuatro años en Bolivia. No tiene Facebook ni Twitter. Prefiere estar desconectado de la realidad aunque sabe dónde pueden hallar. Lo extraño, dice, que lo invitan siempre ha encuentros literarios. Hace poco fue a Brasil; hasta vino a Antofagasta a la Filzic, en representación de Iquique.
Reconoce que siempre escribe, pero que no publica.  Tal vez este año aparezca un texto.
Sin embargo hay detalles que hacen extraordinaria la vida de Malebrán en Bolivia. Todas las mañana, a las 6 horas, el poeta se levanta a boxear. El ring está a alrededor de 7 cuadras de su casa. Es el único chileno sobre el cuadrilátero y en consecuencia es el blanco de los combos. Los bolivianos hacen fila para boxear con el chileno. A Malebrán le gusta la idea. Dice, sonriendo, que de esa manera ha logrado buenos amigos.

A  las 8 horas desayuna en su casa con el tipo que antes transformó a su estómago como un saco de papa. Le costó ganarse a los bolivianos, reconoce, pero hoy lo respetan. Dice que los bolivianos son cerrados, apegados a sus costumbres, pero con el tiempo llegan aceptar a los extranjeros, y en esta caso a un chileno entre ellos.


Foto: Sebastian Rojas. 

El sindicato de mototaxi de villa tunari

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Todos los reclamos pueden hacerse al sindicato de mototaxis de Villa Tunari. El pueblo está ubicado en medio del Chapare, la selva donde se produce el 80% de la hoja de coca boliviana. Es un pueblo húmedo y flanqueado por un río gris. Las calles son rojizas y terminan en la vegetación enmarañada. El pueblo se mueve en mototaxi. Jonás es el presidente del sindicato. Es un tipo bajo, de piel apretada en el rostro y finos bigotes de oriental.
Jonás aclara que el uso del casco no es obligación para el pasajero. Las cholas tienen una técnica bastante peculiar. Se siente en motocicleta con las dos piernas hacia un lado. No se caen.
Hay motos que aguantan hasta cuatro personas (dos niños y dos adultos). No son problema para las madres que andan con sus bebés.
-¿Muchos accidentes?
Jonás me mira como si estuviera algo loco. Luego dice responde que los accidentes son mínimos. Que la velocidad promedio son 60 kilómetros por hora y que en el pueblo circulan más motos que cualquier otro vehículo.
Los motos mandan en los pueblos diseminados por el Chapare.  Son motos chinas, frágiles pero eficientes. Parecen pequeños escarabajos móviles. Jonás dice que el combustible es más económico y con una moto pueden alcanzar cualquier punto de la selva.
Jonás cuenta el moto taxista es un trabajo normal.  “Tenemos que cumplir ciertas normas, como el uso del casco pero eso varía. Nos sentimos necesarios para nuestra comunidad”.
Los mototaxistas se agrupan en sindicatos. Hay unos mejor apertrechados que otros. En los pueblos hay mecánicos destinados a las motos. Hay vulcanizaciones. Todo gira en torno a las motocicletas.

Brasil
Señor, me lleva. El asunto es afirmarse bien atrás y  listo. Los mototaxis son frecuentes en el Mato Grosso. En Cuiabá, por ejemplo, los mototaxis andan a toda hora. Son una alternativa mucho más económica que los taxis.
Recorrer la ciudad en mototaxis es una experiencia agradable. 
Humberto lleva seis años en el oficio. Aclara que no es para hacer carrera, sin embargo su permanencia responde a la falta de oportunidades.
Humberto, que es moreno de alrededor de 40 años, afirma que Brasil no es el país de la postal. “Acá hay muchas desigualdades y varios problemas como la delincuencia”.
Cuentan que hay sectores donde no puede pasar en motos. “A uno lo asaltan a mano armada”.
Cuiabá es una ciudad violenta, afirma. Está entre las 20 ciudades más peligrosas del mundo. Hay mucha pobreza; mucha población rural que se apostó en los alrededores formando cordones de probreza-
Humberto vive en una fabela. Es padre de tres hijos. Trabaja a diario en su mototaxi. Experimentó un par de accidentes, pero nada grave. “Lo más complicado es trabajar de noche. Yo ando por las calles principales. No me meto a sectores complicados”.

Las motos también son utilizadas por delincuentes para asaltar. A estas le llaman los moto chorros. Son ladrones que asaltan y disparan sobre las motocicletas. La historias de moto chorros sobran.

Fotos: Sebastian Rojas Rojo.

Cáncer

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Oscar Varela (70) dice sollozando que añora la presencia de sus amigos. Quiere despedirse. Agradecerles por la amistad. Pide que sea ahora. No quiere que lleguen tarde. Quizás sea su último deseo. Varela se imagina muerto. No es una proyección aventurada. Como escribe el poeta Gonzalo Millán, Varela se proyecta anestesiado para el horror de las flores dulzonas. Varela está desahuciado.
Al costado del lecho hay restos de pan con paté. Hay una caja con leche. Dispersas sobre la cama hay fotos de él con diferentes artistas que pasaron por la ciudad. Varela aparece con Rafael de España. Nos muestra las fotos con orgullo.
 Frente a la cama hay un televisor apagado. En la pared hay una imagen del papa Francisco. Cerca de ahí, en un rincón,  está la fotografía de sus padres. Jesús, dibujado en un papel, está en el medio de la habitación dominándolo todo. Oscar Varela sólo bajo las frazadas puede escabullirse de los ojos de Jesús. Taparse con las frazadas es uno de los pocos movimientos que puede desarrollar. Está casi inmóvil.
El conocido locutor y animador de bingos está postrado en una habitación amplia tipo Loft en el primer piso de un departamento ubicado en calle Quito.  La puerta está semi abierta. El no se puede levantar a abrir. Varela constantemente es visitado por sus hijos, amigos y familiares.  Reconoce su agradecimiento a sus 6 hijos por el apoyo en todo su proceso.
Los cables del teléfono celular son como las vías de oxígeno. Varela siente una necesidad de dialogar

Necesita que lo escuchen. Puede decirse que es su consuelo. Empero se siente solo. “Necesito que mis amigos me vengan a ver”, insiste
-¿Qué significa para usted la muerte?
Varela deja de sollozar. Voltea su cabeza con esfuerzo y en voz baja dice que la muerte es un premio de Dios. Le dije al señor: estoy listo con mis maletas esperando para que me lleves. Luego se queda en silencio.
diez años con cáncer
El hombre se lleva su mano delgada a la cabeza. Respira hondo y dice que hace diez años un doctor le dijo que le quedaban cuatro meses de vida.
Desde la clínica Antofagasta subió hasta la iglesia Corazón de María. Se hincó bajo los pies de un Cristo de yeso. Le dijo a Dios que fuera su voluntad, pero que daría la lucha hasta el final. “Para Dios no hay nada imposible. El permitió que yo siguiera mi lucha. Si sigo vivo es gracias a él”.
El primer diagnóstico de Varela fue un cáncer a la garganta. Luego hizo un cáncer a la próstata; éste último con metástasis. Reconoce que ha logrado sobreponerse de situaciones difíciles, sin embargo nunca había estado inmóvil. Su vida es la interacción con las personas.
De ese episodio han pasado alrededor de 10 años. Varela en este tiempo ha tenido que liar con quimioterapias, el sistema de salud y una serie de problemas con las pensiones que recibe. En estos trámites ha vivido las dos caras de la moneda. Varela destaca la ayuda de la señora Teresa Villanueva que está haciendo gestiones por una jubilación y con ello la compra de varios remedios.
 Dice que a los enfermos de cáncer les importa más los medicamentos que comer. Sin calmantes la enfermedad en su etapa terminal es insoportable. 
Sin embargo durante estos 10 años, Varela logró una manera de sobrevivir a la enfermedad a través de los bingos. Una vez al mes, por lo menos, el hombre desarrolló sus famosos bingos.
Ahora espera realizar otro bingo. Dice que será el sábado 19, en el Centro Tocopillano. “No podré estar presente”, dice con los ojos llenos de lágrimas.
Alacrán azul
Sobre la mesa hay unas gotitas de veneno de alacrán cubano o azul, bajo la etiqueta Vidatox. El veneno le tranquiliza los dolores, los calma.
 Varela abriendo los ojos dice que lo prefiere en desmedro de la morfina. Sin el remedio los padecimientos se tornan extremos. Las gotas le duran una semana. Se las coloca bajo la lengua.
Vidatox era una de las razones para hacer los bingos solidarios. Durante su enfermedad, afirma, lo probó varias medicinas alternativas. Hubo un tiempo que tomó Noni. Admite que con ese tipo de medicina y la ayuda de Dios, ha logrado sobrevivir todo este tiempo.
Varela lloriquea. Levanta su mano delgada y dice que las despedidas siempre son triste. No está seguro si nos volverá a ver. Pide por favor que publiquemos su número de celular: 74329279. Insiste que quiere que lo llamen.

La puerta del departamento queda semi abierta.
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