El brujo le sesea cosas al oído a un señor cuyos ojos pequeños de pasas revelan cierto aturdimiento. Ambos hombres están agachados justo debajo de un local donde se expenden fetos de llama. A ese pasillo le denominan el de los brujos. Hay ranas, pezuñas y huesos. Una pata de llama puede ser el control remoto para encender algún espíritu. Hay cartas. El tarot, como siempre, se vende bien. Sin embargo en ese mundillo colorinche de santerías donde los rincones huelen a orín la hoja de coca manda. La hoja de coca habla. La coca puede predecir lo que usted hará a futuro.
La cancha en Cochabamba es una de las más vertiginosas ferias de Sudamérica. Juan Malebrán (35), es chileno y lleva 7 años viviendo en la ciudad donde se filmó la película Caracortada. Malebrán reconoce que le costó tomar el pulso a la ciudad. Los bolivianos son cerrados. No le gustan los extranjeros, dice; tampoco le gusta la barba. Malebrán luce como el Che Guevara y tiene de novia a una chica española descendiente de japoneses.
En Cochabamba hay muchos gringos de paso. Muchos van a creerse Caracortada. Son gringos de rostro apretado. Los bolivianos desprecian la cocaína. El brillo del polvo deslumbra a los gringos. Por la cocaína muchos gringos son engañados y asaltados. Otros se pierden y otros se quedan, cuenta Malebrán quien trabaja en el centro cultural Martadero. Abundan historias como la de un serbio que peleó en la guerra de los Balcanes; luego una mafia del este lo envió a Cochabamba. Los sueños del serbio se quedaron adheridos
en el control de narcóticos en el aeropuerto de El Alto. Pasó cuatro años en la cárcel en Bolivia. Hoy mantiene un pub que es frecuentado por extranjeros.
El serbio, medio en broma, dice que tiene una buena idea para que Bolivia recupere el mar: lanzar un bombardero de cocaína a Chile.
Órganos
Unas cholas de trenzas hasta la cintura se ríen de un gringo a quien se le cayó la cámara fotográfica. El gringo parecía nervioso. Los gringos son blancos de burlas en medio de los estrechos pasajes de La cancha, en Cochabamba. Es fácil perderse en el mercadillo más grande de Bolivia en busca de cocaína.
Cerca del gringo unas mujeres ciegas rezan. Unos les paga para que recen. Pueden estar rezando todo el día. Es una música monótona, molesta.
Uno no para de descubrir rarezas. Pueden hallarse hasta órganos humanos, es asunto de consultar, dice el poeta. Malebrán cuenta que hay mafias brasileñas que compran órganos. Dice que en los sectores rurales hasta se llega a matar para vender los interiores. Cada cierto tiempo desaparecen niños. Las imágenes de chicos desaparecidos están adheridas en el terminal de buses y en otros sectores. A la gente se la traga la selva. Cochabamba está al lado del Chapare, una zona selvática boliviana famosa por la producción de hojas de coca.
El hombre dice que el descontrol es grande en cuanto a la salud. Hace poco la morgue colapsó y los cuerpos estaban a vista y paciencia de todos en el hospital.
-¿Dónde venden córneas?
Malebrán le pregunta a una chola que vende choclos. La Chola le apunta un sector. Malebrán dice que los siga.
El brujo
Esta vez nos detuvimos en Rosauro, un brujo de ojos pequeños como pasas y pies oscuros algo plomizos por la tierra seca.
El oficio de don Rosauro es lanzar las hojas de coca para predecir la fortuna. Junto a él, hay varios a la redonda que trabajan leyendo las hojas de coca o lanzando cartas. Todos pueden ser catalogados como brujos. Sus principales clientes son las cholitas, sin embargo esta vez Rosauro hizo una excepción. Quienes trabajan en La cancha son reacios a las fotografías y a los extranjeros. En ocasiones son agresivos. Cuentan que las cholitas son capaces de lanzar el zapato a un intruso que moleste. En consecuencia debíamos estrujar a Rosauro. Nada de visita de doctor. Una sesión de tú a tú con este brujo boliviano.
El señor brujo nos pide un billete de 10 bolivianos, para empezar.
Nos invita a agacharnos y en un seseo inentendible me pregunta algo así como el nombre. Luego de la presentación, mirando fijamente las hojas de coca, pregunta qué realmente quiero de él o qué necesito.
Le explico el asunto. El hombre levanta la pera y queda en una pose de estatua.
Antes de que desarrolle su trabajo, me da permiso para fotografiarlo. A las cholas vecinas no les gusta lo de los fotos. Una se va y otra derechamente le dice una palabra en dialecto andino a Rosauro. Acto seguido le hombre me extiende su palma en señal que pare con las fotos. La chola se cruza de brazos y observa la escena. Luego contesta el celular.
Un minuto y el asunto vuelve a la calma.
Rasauro me pide que lance las hojas. La primera vez lo hago mal. Me hace un pequeña clase express. Intento dos veces y la tercera me resulta. La cuarta va en serio, así que lanzo.
La chola sigue atenta a lo que hacemos.
Señores, las hojas de coca son complacientes. Sin embargo los dibujos que habían formado las hojas de coca, se deshacen cuándo le hacemos una segunda pregunta a Rosauro. No, dice. Lee las hojas. Tajante afirma que habrá quiebre.
La presión de las cholas es grande. Le damos otros 10 bolivianos a Rosauro y salimos por esos pasillos con cabezas de animales muertos. Nunca sabremos si nos lanzaron un zapato.
Llegamos un pasillo donde hay peces raros que parecen ranas y tarántulas. Venden gatos y perros. Un animalista terminaría con dolor de cabeza. Cruzamos un sector donde expenden carne sin refrigerar. Malebrán cuenta que una vez en ese sector, el de los animales, había una jaula con un león de circo. No tiene claro que el destino del león, pero tal vez –dice el poeta con sonrisa maliciosa- se lo terminaron comiendo ¿Quién sabe?
El lugar donde supuestamente venden órganos es aledaño al sector de carnicerías. Preguntamos dos veces por corneas. Nadie nos respondió por corneas. Sólo nos ofrecieron frascos con grasa humana. El cholo dijo que a veces hay más cosas y en otras menos. Hay cremas para la piel de aceite humano y otros menjunjes. Insistimos con las corneas. El cholo dice que no es época.